Neagley metió el pendrive en una entrada de USB en el costado de su ordenador portátil. Reacher miró la pantalla. No pasó nada por un segundo y después apareció un icono que parecía una imagen estilizada del objeto físico que ella acababa de conectar. Estaba marcado Sin nombre. Neagley pasó el índice por la placa del ratón y después la apretó dos veces.
El icono ocupó toda la pantalla y reclamó una contraseña.
—Maldita sea —exclamó Neagley.
—Inevitable —afirmó Reacher.
—¿Alguna idea?
Reacher había descubierto muchas contraseñas en sus buenos tiempos. Como siempre, la técnica era considerar a las personas y pensar como ellas. Ser ellas. Los paranoicos utilizaban largas y complejas mezclas de letras mayúsculas y minúsculas y números que no significaban nada para nadie incluidos ellos mismos. Dichas contraseñas eran totalmente indescifrables. Pero Franz nunca había sido un paranoico. Todo lo contrario, era un tipo relajado, serio pero que al mismo tiempo se tomaba un tanto a chacota las exigencias de seguridad. Además, era un tipo de palabras, no de números. Era un hombre de intereses y entusiasmos. Lleno de afectos y lealtades. Gustos sencillos. La memoria de un elefante.
—Angela, Charlie, Miles Davis, Dodgers, Koufax, Panamá, Pfeiffer, MASH, Brooklyn, Heidi o Jennifer.
Neagley los escribió todos en una página limpia de su libreta.
—¿Por qué estos? —preguntó.
—Angela y Charlie son obvios. Su familia.
—Demasiado obvio.
—Quizá. Pero puede que no. Miles Davis era su músico favorito, los Dodgers eran su equipo favorito, y Sandy Koufax era su jugador favorito.
—Posibilidades. ¿Por qué Panamá?
—Fue donde le enviaron a finales de 1989. Creo que fue el lugar donde tuvo su mayor satisfacción profesional. Lo hubiese recordado.
—¿Pfeiffer como Michelle Pfeiffer?
—Su actriz favorita.
—Angela se parece un poco a ella, ¿verdad?
—Así es.
—¿MASH?
—Su película favorita —dijo Reacher.
—Lo era hace más de diez años, cuando le conociste —señaló Neagley—. Desde entonces ha habido otras muchas buenas películas.
—Las contraseñas surgen desde lo más profundo.
—Es demasiado corta. La mayoría de los softwares actuales piden un mínimo de seis caracteres.
—Vale, tacha MASH.
—¿Brooklyn?
—Donde nació.
—No lo sabía.
—No lo sabe mucha gente. Se trasladaron al oeste cuando él era un crío. Eso la convierte en una buena contraseña.
—¿Heidi?
—Su primera novia de verdad. Al parecer, ardiente como el fuego. Fabulosa en la cama. Estaba loco por ella.
—No sabía nada de eso. Está claro que me excluíais de la charla entre hombres.
—Es natural —dijo Reacher—. A Karla Dixon también. No queríamos mostrarnos emocionales.
—Tacho a Heidi de la lista. Solo cinco letras, y, de todas maneras, ahora enamorado de Angela. No le hubiese parecido bien utilizar el nombre de una vieja novia como contraseña, por muy fabulosa que fuese. También tacho a Michelle Pfeiffer por la misma razón. ¿Quién era Jennifer? ¿Su segunda novia? ¿Ella también era ardiente?
—Jennifer era su perra —contestó Reacher—. Cuando era niño. Una perrita negra. Vivió dieciocho años. Fue terrible para él cuando murió.
—Entonces es una posibilidad. Pero en total son seis. Solo tenemos tres intentos.
—Tenemos doce intentos —dijo Reacher—. Cuatro sobres, cuatro pendrives. Si comenzamos con el último envío podemos permitirnos perder los tres primeros. Esa información es vieja.
Neagley colocó los cuatro pendrives sobre la mesa ordenados por fechas.
—¿Estás seguro de que no cambiaba la contraseña cada día?
—¿Franz? ¿Estás de broma? Un tipo como Franz se engancha a una palabra importante para él y la mantiene para siempre.
Neagley metió el pendrive más viejo en la entrada USB y esperó a que apareciese el icono en la pantalla. Apretó la tecla del ratón y movió el cursor hasta la caja de la contraseña.
—Vale. ¿Quieres establecer un orden de prioridad?
—Primero prueba con los nombres de personas. Luego los nombres de lugares. Creo que es así como hubiese funcionado para él.
—¿Dodgers es un nombre de persona?
—Por supuesto que lo es. Son las personas las que juegan al béisbol.
—Vale. Pero comenzaremos con la música. —Escribió Miles-Davis y apretó Enter. Hubo una breve pausa y después la pantalla apareció de nuevo con la caja de diálogo y una nota en rojo: el primer intento había sido incorrecto.
—Uno eliminado —dijo Neagley—. Ahora el deporte.
Probó con Dodgers.
Incorrecto.
—Dos eliminados. —Escribió Koufax.
El disco duro del ordenador emitió unos sonidos y la pantalla se puso en blanco.
—¿Qué está pasando? —preguntó Reacher.
—Está borrando la información. No era Koufax. Tres descartadas.
Sacó el pendrive y lo arrojó en un largo arco plateado a la papelera. Colocó la segunda unidad. Escribió Jennifer.
Incorrecto.
—Cuarta descartada. No era su perra.
Probó con Panamá.
Incorrecto.
—Cinco eliminadas.
Probó con Brooklyn.
La pantalla se puso en blanco y el disco duro emitió sonidos.
—Seis eliminadas. No era su viejo barrio. Has errado en seis, Reacher.
La segunda unidad acabó en la papelera y Neagley conectó la tercera.
—¿Ideas?
—Es tu turno. Al parecer he perdido el toque.
—¿Qué tal su viejo número en el servicio?
—Lo dudo. Era un tipo de palabras, no de números. Y por lo menos para mí, mi número era el mismo que el de la seguridad social. Probablemente lo mismo para él, lo cual sería demasiado obvio.
—¿Tú qué usarías?
—¿Yo? Soy un tipo de números. La primera hilera del teclado, todos en una línea, fácil de escribir. No hace falta ser mecanógrafo.
—¿Qué número utilizarías?
—¿Seis caracteres? Escribiría mi fecha de nacimiento, mes, día, año, y buscaría el número primo más cercano. —Entonces pensó por un segundo y añadió—: En realidad sería un problema, porque hay dos muy cercanos. Uno exactamente siete por debajo y otro exactamente siete por encima. Por lo tanto, creo que utilizaría la raíz cuadrada, redondeada a tres decimales. Si descarto la coma decimal, me daría seis números, todos diferentes.
—Extraño —dijo Neagley—. Creo que podemos estar seguros de que Franz no haría nada parecido. Lo más probable es que nadie más en el mundo hiciera algo así.
—Es decir, sería una contraseña muy buena.
—¿Cuál fue su primer coche?
—Con toda seguridad algún trasto.
—Pero a los hombres os gustan los coches, ¿no? ¿Cuál era su coche favorito?
—No me gustan los coches.
—Piensa como él, Reacher. ¿Le gustaban los coches?
—Siempre quiso un Jaguar XKE rojo.
—¿Valdría la pena probarlo?
Un hombre de intereses y entusiasmos. Lleno de afectos y lealtades.
—Puede —admitió Reacher—. Desde luego tiene que tratarse de algo especial para él. Algo como un talismán, algo que dé sensación de calidez con solo recordar la palabra. Ya sea un modelo anterior o un objeto de deseo o afecto desde hace mucho. El XKE podría funcionar.
—¿Debo probarlo? Solo nos quedan seis.
—Yo lo intentaría si nos quedasen seiscientos.
—Espera un momento —le pidió Neagley—. ¿Qué tal aquello que nos dijo Angela? Siempre repetía «no te metas con los investigadores especiales».
—Pero sería una contraseña larguísima.
—Pues entonces divídela. Puede ser investigadores especiales, o no te metas.
La memoria de un elefante. Reacher asintió.
—Por aquel entonces disfrutamos mucho, ¿no? Por lo tanto, recordar los viejos tiempos podría haberle dado una sensación de calidez. Sobre todo clavado allí en Culver City, ocupado en hacer poca cosa. Las personas disfrutan con la nostalgia, ¿no? Como aquella canción, Tal como éramos.
—También fue una película.
—Ya lo ves. Es un sentimiento universal.
—¿Cuál debemos intentar primero?
Reacher oyó a Charlie en su mente, la voz aguda del niño diciendo: «No te metas».
—No te metas —dijo—. Nueve letras.
Neagley escribió notemetas.
Apretó Enter.
Incorrecto.
—Mierda —exclamó.
Escribió investigadoresespeciales. Mantuvo el dedo sobre la tecla de Enter.
—Es muy largo —señaló Reacher.
—¿Sí o no?
—Pruébalo.
Incorrecto.
—Maldita sea —maldijo Neagley y guardó silencio.
Charlie seguía en la mente de Reacher, y también su pequeña silla con el nombre grabado en el respaldo. Veía la mano firme de Franz en el trabajo. Olía el humo de la madera. Un regalo de padre a hijo. Con la intención de que fuera el primero de muchos. Amor, orgullo, compromiso.
—Me gusta Charlie —dijo.
—A mí también —afirmó Neagley—. Es un chico precioso.
—No, para la contraseña.
—Demasiado obvio.
—Él no se tomaba esta clase de cosas demasiado en serio. Solo hacía la mecánica. Es más fácil probar con cualquier cosa antigua que reprogramar el software para eludirlo.
—Sigue siendo demasiado obvio. Y se lo estaba tomando en serio. Al menos esta vez. Tenía un gran problema y se estaba enviando las cosas por correo a sí mismo.
—Bueno, podría ser un doble farol. Es obvio, pero sería la última cosa que cualquiera intentaría. Eso lo convierte en una contraseña muy efectiva.
—Posible pero poco probable.
—En cualquier caso, ¿qué vamos a encontrar ahí?
—Algo que necesitamos ver a toda costa.
—Prueba con Charlie, hazlo por mí.
Neagley se encogió de hombros y escribió Charlie.
Pulsó Enter.
Incorrecta.
El disco duro giró y la unidad de memoria se borró.
—Nueve descartadas —dijo Neagley. Arrojó la tercera unidad a la papelera y colocó la cuarta. La última—. Nos quedan tres.
—¿A quién amaba antes que a Charlie? —preguntó Reacher.
—A Angela. Demasiado obvio.
—Inténtalo.
—¿Estás seguro?
—Soy un jugador.
—Solo nos quedan tres posibilidades.
—Inténtalo —repitió él.
Neagley escribió Angela.
Pulsó Enter.
Incorrecto.
—Diez descartadas. Nos quedan dos.
—¿Qué tal Angela Franz?
—Eso es todavía peor.
—¿Qué tal su nombre de soltera?
—No sé cuál era.
—Llámala y pregúntaselo.
—¿Hablas en serio?
—Al menos averígualo.
Así que Neagley buscó en su agenda, encontró el número y encendió el móvil. Se presentó de nuevo. Charló brevemente. Luego Reacher la oyó formular la pregunta. No oyó la respuesta de Angela. Pero vio como los ojos de Neagley se abrían un poquito, algo que para ella equivalía a caer al suelo desmayada.
Neagley colgó.
—Era Pfeiffer.
—Interesante.
—Mucho.
—¿Están emparentadas?
—No me lo ha dicho.
—Entonces pruébalo. Se sentiría bien por partida doble y no sería desleal a nadie.
Neagley escribió Pfeiffer.
Pulsó Enter.
Incorrecto.