Llevaban cuarenta minutos de penoso ascenso por la ladera boscosa situada al noreste de Castelgard. Por fin alcanzaron la cima del monte, la cota más alta de los alrededores, y pudieron detenerse a recobrar el aliento y otear la zona.
—¡Dios mío! —exclamó Kate, mirando al frente con expresión de asombro.
Veían el río y, en la orilla opuesta, el monasterio. Sin embargo lo que realmente atrajo su atención fue el imponente castillo, elevándose a gran altura por encima del monasterio: la fortaleza de La Roque. Era colosal. En el azul cada vez más oscuro del crepúsculo, el castillo rutilaba por efecto de la luz procedente de un centenar de ventanas e innumerables teas dispuestas a lo largo de las almenas. No obstante, a pesar de la viva iluminación, la fortaleza ofrecía un aspecto siniestro. La muralla exterior parecía negra sobre el agua quieta del foso. Dentro del recinto se alzaba otra muralla completa, provista de varias torres redondas, y en el centro estaba el castillo propiamente dicho, con el gran salón y una oscura torre rectangular de unos treinta metros de altura.
—¿Se parece a la moderna La Roque? —preguntó Marek a Kate.
—En absoluto —contestó ella, negando con la cabeza—. Esta fortaleza es gigantesca. El castillo moderno tiene sólo una muralla. Aquí hay dos.
—Por lo que yo sé, nadie la capturó nunca por la fuerza —comentó Marek.
—Ahora ves por qué —dijo Chris—. Fijaos en el emplazamiento.
En sus lados oriental y meridional, la fortaleza coronaba un despeñadero de piedra caliza, una pared de ciento cincuenta metros de altura que caía a plomo sobre el Dordogne. Al oeste, donde la ladera, aunque escarpada, no era vertical, se hallaban enclavadas las casas de piedra del pueblo, pero quienquiera que subiese por el camino a través del pueblo se tropezaría al final con un ancho foso y varios puentes levadizos. Al norte, la pendiente era más suave, pero en esa zona se había talado una amplia extensión de bosque, convirtiéndola en una explanada al descubierto: intentar el asalto desde allí, era una maniobra suicida para cualquier ejército.
—Mirad allí —dijo Marek, señalando a lo lejos.
Bajo la luz crepuscular, un destacamento de soldados se aproximaba al castillo desde el oeste. Dos caballeros con antorchas encabezaban la marcha, y al resplandor de éstas, Marek, Chris y Kate distinguieron vagamente a sir Oliver, sir Guy y el profesor Johnston, seguidos por los demás caballeros del séquito en columna de a dos. Se hallaban tan lejos que en realidad los reconocieron por las siluetas y posturas. Pero Chris, al menos, no tenía la menor duda de lo que veía.
Suspiró cuando los jinetes cruzaron el foso por el puente levadizo y penetraron en la fortaleza a través de una enorme barbacana formada por dos torres gemelas semicirculares, una obra de fortificación conocida como puerta en doble D, porque las torres, vistas desde arriba, semejaban dos des idénticas. Los soldados de guardia en lo alto de las torres observaron pasar bajo ellos al destacamento.
Dejando atrás la barbacana, los jinetes entraron en otro patio cerrado, donde había unos cuantos barracones de madera.
—Ahí está acuartelada la tropa —dijo Kate.
El destacamento atravesó ese patio, cruzó un segundo foso por un segundo puente levadizo, y traspuso una segunda barbacana con torres gemelas aún mayores: unos diez metros de altura, y resplandecientes por la luz proyectada desde docenas de aspilleras.
Una vez en el patio interior del castillo, desmontaron. Oliver condujo al profesor hacia el gran salón, y ambos desaparecieron por la puerta.
—El profesor dijo que si nos separábamos, debíamos ir al monasterio en busca del hermano Marcelo, que tiene la llave —recordó Kate—. Supongo que se refería a la llave del pasadizo secreto.
Marek asintió con la cabeza.
—Y eso haremos. Pronto anochecerá, y entonces nos pondremos en marcha.
Chris miró ladera abajo. En la oscuridad, veía reducidos piquetes de soldados distribuidos por los campos hasta la orilla misma del río.
—¿Quieres ir al monasterio esta noche?
Marek volvió a asentir.
—Por arriesgado que parezca ahora —dijo—, mañana será mucho peor.