01.33.00

Ya anochecía. En el cielo, el azul daba paso al negro y empezaban a verse las estrellas. Lord Oliver, dejando a un lado por el momento sus amenazas y fanfarronadas, se había ido con De Kere al gran salón para cenar. En el salón se oía un gran jolgorio: los caballeros de Oliver bebían antes de la batalla.

Marek regresó con Johnston al arsenal. Consultó el temporizador. Marcaba: 01.32.14. El profesor no le preguntó cuánto tiempo faltaba, y Marek prefirió no decírselo. Fue entonces cuando oyeron un sonoro zumbido. En el adarve, los soldados gritaron a la vez que una enorme masa ardiente trazaba un arco sobre la muralla y caía hacia ellos en el patio interior.

—Ya ha empezado —dijo el profesor con serenidad.

A veinte metros de ellos, la bola de fuego se estrelló contra el suelo. Marek vio que era un caballo muerto, las patas rígidas asomando entre las llamas. Percibió el olor de la carne y el pelo quemados. La grasa crepitaba y chisporroteaba.

—Dios santo —susurró Marek.

—Llevaba muerto mucho tiempo —observó Johnston, señalando las patas rígidas—. Les gusta lanzar animales muertos por encima de las murallas. Veremos cosas peores antes de que acabe la noche.

Un grupo de soldados con calderos de agua corrió a apagar el fuego. Johnston volvió al arsenal. Los cincuenta hombres seguían allí, machacando la pólvora. Uno de ellos mezclaba resina y cal viva en un recipiente grande y ancho, produciendo una considerable cantidad de la viscosa sustancia marrón.

Marek los observó trabajar, y oyó otro zumbido en el exterior.

Algo pesado aterrizó sobre el tejado del arsenal; las velas temblaron en las ventanas. Oyó las voces de los hombres mientras subían apresuradamente al tejado.

El profesor dejó escapar un suspiro.

—Han dado en el blanco al segundo intento —comentó—. Esto era precisamente lo que temía.

—¿Qué?

—Arnaut sabe que hay un arsenal en la fortaleza, y sabe aproximadamente dónde se encuentra; se ve si uno sube a lo alto del monte. Arnaut sabe que esta sala estará llena de pólvora. Sabe que si consigue atinar con un proyectil incendiario, causará daños considerables.

—Explotará —dijo Marek, mirando las bolsas de pólvora apiladas alrededor. Aunque, por lo general, la pólvora medieval no explotaba, ya habían demostrado que la pólvora de Oliver hacía detonar un cañón.

—Sí, explotará —confirmó Johnston—. Y morirá mucha gente dentro del castillo; provocará momentos de confusión, y se producirá un gran incendio en el centro del patio. Eso significa que los hombres tendrán que abandonar las murallas para combatir el fuego. Y si se retira a los hombres de las murallas durante un asalto…

—Los soldados de Arnaut escalarán.

—Inmediatamente, sí.

—Pero ¿podrá Arnaut alcanzar esta sala con un proyectil incendiario? Los muros del edificio deben de tener un espesor de más de medio metro.

—No tirará a las paredes; intentará traspasar el techo.

—Pero ¿cómo…?

—Tiene un cañón —respondió el profesor—. Y balas de hierro. Calentará al rojo las balas y disparará por encima de las murallas con la esperanza de alcanzar el arsenal. Una bala de treinta kilos atravesará el techo y caerá dentro. Cuando eso ocurra, no nos conviene estar aquí. —Esbozó una irónica sonrisa—. ¿Dónde demonios está Kate?