09.27.33

Chris ahogó una exclamación al notar el agua helada del Dordogne. Marek se apartaba ya de la orilla, dejándose llevar por la corriente. Kate lo seguía de cerca, desplazándose hacia la derecha para situarse en el centro del cauce. Chris se zambulló y fue tras ellos, lanzando nerviosos vistazos hacia la orilla.

Por el momento, los soldados no los habían visto. Chris oía sólo el potente rumor del río. Miró al frente, concentrándose en el puente, cada vez más cerca. Su cuerpo se tensó. Sabía que sólo dispondría de una oportunidad; si fallaba, la corriente lo arrastraría aguas abajo, y difícilmente podría volver atrás sin ser capturado.

Ésa era, pues, la situación.

Una única oportunidad.

A ambos lados del río, una serie de pequeños muros construidos en el cauce aceleraban la corriente, y Chris empezó a avanzar a mayor velocidad. Más adelante, a corta distancia de las ruedas hidráulicas, un declive daba un último impulso al curso de agua. Se encontraban ya bajo la sombra del puente. Ocurría todo muy deprisa. Allí el río, en medio de un impetuoso fragor, se convertía en espuma blanca. Chris oía ya los chirridos de las ruedas de madera.

Marek llegó a la primera rueda, se agarró a los rayos, se balanceó por un instante, se encaramó a una de las palas y empezó a ascender, llevado por la rueda, hasta perderse de vista.

Lo había hecho con tal soltura que parecía sencillo.

Ahora era Kate quien llegaba a la segunda rueda, cerca del centro del río. Con su agilidad, alcanzó fácilmente uno de los rayos, pero un instante después casi resbaló y forcejeó por sujetarse. Finalmente subió a una pala y se quedó en cuclillas sobre ella.

Chris descendió por el declive, gruñendo al golpearse contra las rocas. Alrededor, el agua bullía como en unos rápidos, y la corriente lo arrastró con rapidez hacia la rueda hidráulica.

Era su turno.

La rueda estaba ya cerca.

Chris alargó el brazo hacia el rayo más cercano y se agarró. La mano le resbaló en la madera cubierta de algas. Notó que se le clavaban astillas en los dedos. El rayo se le escapaba. Desesperado, tendió la otra mano. No lo alcanzó. El rayo se elevó en el aire. Chris no podía sostenerse. Se soltó y cayó de nuevo al agua. Intentó aferrarse al siguiente rayo en cuanto emergió. No lo consiguió. Y el río lo arrastró inexorablemente, aguas abajo, hacia la luz del sol.

¡Había fallado!

Maldita sea, se dijo.

La corriente lo alejó de las ruedas, lo alejó de los otros.

Estaba solo.