Stern estaba sentado en el comedor privado de la ITC. Era una habitación pequeña y había una sola mesa, con un mantel blanco y cuatro servicios. Frente a él, Gordon desayunaba vorazmente unos huevos revueltos con beicon. Stern observó el balanceo de su cabeza casi rapada mientras se llevaba los huevos a la boca con el tenedor. Comía deprisa.
Fuera, el sol asomaba ya sobre las mesetas situadas al este. Stern miró su reloj; eran las seis de la mañana. Unos técnicos de la ITC soltaban otro globo sonda desde el aparcamiento. Stern recordó que Gordon había dicho que lanzaban uno cada hora. El globo se elevó rápidamente hacia el cielo y desapareció en la capa de nubes altas. Sin molestarse siquiera en seguir su ascenso con la mirada, los técnicos regresaron a un edificio cercano.
—¿Qué tal sus tostadas con mantequilla? —preguntó Gordon, alzando la vista—. ¿Le apetece algo más?
—No, con esto es suficiente —respondió Stern—. No tengo demasiado apetito.
—Acepte un consejo de un ex militar —dijo Gordon—. Cuando tenga el plato delante, coma, porque nunca se sabe cuándo será la siguiente comida.
—Sin duda es un buen consejo —contestó Stern—, pero ahora no tengo hambre.
Gordon se encogió de hombros y siguió con su desayuno.
Un hombre con una chaqueta almidonada de camarero entró en el comedor.
—Ah, Harold —dijo Gordon—. ¿Hay café preparado?
—Sí, señor. Y puedo traerle un capuchino si lo prefiere.
—Lo tomaré solo.
—Muy bien, señor.
—¿Y usted, David? —preguntó Gordon—. ¿Quiere un café?
—Sí, con leche descremada si es posible.
—Muy bien, señor —respondió Harold.
Stern miró por la ventana, oyendo comer a Gordon, oyendo el roce del tenedor en el plato. Finalmente dijo:
—A ver si lo he entendido bien. Por el momento no pueden volver, ¿no es así?
—Exacto.
—Porque no hay plataforma de llegada.
—Exacto.
—Porque los escombros la obstruyeron.
—Exacto.
—¿Y cuándo podrán volver?
Gordon dejó escapar un suspiro y se separó un poco de la mesa.
—Todo saldrá bien, David —aseguró—, descuide.
—Pero dígame, ¿cuándo podrán volver?
—Bueno, hagamos la cuenta atrás. Dentro de tres horas se habrá renovado totalmente el aire de la cavidad. Añadamos una hora más como medida de precaución. Cuatro horas. Luego dos horas para retirar los escombros. Ya son seis horas. Después hay que reponer el blindaje de agua.
—¿Reponer el blindaje? —repitió Stern.
—Los tres anillos de agua. Son esenciales.
—¿Por qué?
—Para reducir al mínimo los errores de transcripción.
—¿Y qué son exactamente los errores de transcripción? —preguntó Stern.
—Errores en la reconstrucción que pueden producirse cuando la máquina reconfigura a una persona.
—Usted dijo que no había errores, que podía reconstruirse a una persona con total precisión.
—A efectos prácticos, así es, siempre y cuando la operación se realice con blindaje.
—¿Y si no hay blindaje?
Gordon suspiró de nuevo.
—Habrá blindaje, David. —Gordon consultó la hora en su reloj—. Desearía que dejara de preocuparse. Faltan aún varias horas para que la sala de tránsito quede reparada. Está atormentándose innecesariamente.
—Es sólo que sigo pensando que debería poderse hacer algo —dijo Stern—. Enviar un mensaje, establecer contacto de alguna manera…
Gordon negó con la cabeza.
—No. Ni mensajes ni contacto alguno. Es imposible. De momento sus compañeros están allí incomunicados. Y nada podemos hacer al respecto.