Vuelve a Rusia a mediados de septiembre. La residencia en la que internaron a Volski está cerca de Vyborg, a ciento cincuenta kilómetros al norte de San Petersburgo. Ha conocido la noticia de la muerte del anciano hablando por teléfono desde Francia con el médico en jefe del establecimiento.

La Casa de la Tercera Edad (como reza la denominación oficial) no es el asilo para moribundos que él creía. Todo es ciertamente de otra época: los pacientes, el personal, el edificio mismo. «La época soviética», piensa, diciéndose que son quizá los miserables vestigios de esa época los que permiten a los ancianos no sentirse totalmente desechados. Mueren en el ambiente en que vivieron.

Lo que más sorprende a Shútov es el cementerio, sobre todo la cantidad de lápidas en las que sólo aparece la inscripción M. D. o H. D.

—«Mujer desconocida», «hombre desconocido» —le explica el guarda—. Algunos llegan a la residencia en tal estado que ya no son capaces ni de hablar. Otros mueren en la calle sin que se sepa de dónde venían…

El cementerio es pequeño y se extiende al pie de una iglesia abandonada. Shútov sube la escalera invadida por la hierba y vislumbra a lo lejos el gris mate del golfo de Finlandia… Por la tarde pasea largo rato entre las tumbas cubiertas de hojas doradas, lee apellidos extraños, antiguos. Luego se sienta en los escalones de la iglesia. Piensa que su nuevo viaje a Rusia es ese final de relato que Chéjov recomendaba suprimir. Y que en eso radica precisamente la diferencia entre el estilo conciso de una bella prosa y la prosa prolija de la vida real.

Lo más conmovedor de todo es resumir una vida humana con la expresión «un desconocido»… Shútov ha pagado a unos albañiles para que, al día siguiente, coloquen en la tumba de Volsky una lápida con su nombre completo y las fechas de su nacimiento y muerte. Debía hacerlo, se dice («el final del relato…»), pero también se pregunta si esa inscripción ilustrará más a la gente que la palabra «desconocido»… Quizá menos.

Se pone en pie, se encamina a la salida y de pronto se detiene. Eso es lo que habría que escribir: la vida de esos desconocidos, hombres y mujeres, que se amaban y cuya voz enmudeció.

Camino de la residencia contempla el horizonte levemente brumoso del golfo de Finlandia.

Nunca había visto, con una sola mirada, tanto cielo.