Soy Cushinjizkipa, del país de Yeskumaala, cerca, muy cerca del fin de mundo.
Mi cuerpo está en la playa fría, no tengo sepultura.
Aneki, Pacha, Tella y muchos más están también allí. Cae la lluvia que pudre los cuerpos, el sol que los seca.
Las cenizas de las chozas se mezclan con las olas.
Los zorros y los cóndores me devoran y haré crecer sus retoños.
Nadie enciende fuego en la arena para que, cuando las brasas ya no rojeen, podamos ir a caldear nuestras almas y nuestros huesos muertos.
Estoy en un ala de martín pescador, en la flor de la hierba cana bajo la nieve, en el pelo rojo de una zorra que pasa.
Nadie de nuestro clan podrá evocar ya a Akainix, el arco iris, ni a Hainola-la-orca, ni a Yetaite.
El tiempo ha pasado, sin descendencia, y no he podido dar un yekamush a mi tribu.
Emily no tiene fuerza y veo muy bien otras tormentas en el cielo.
Seguirá llorando y perderá poco a poco el espíritu que yo quería transmitirle.
Pues el tiempo ha pasado y ya no regresará.