Soy Cushinjizkipa. Soy una yekamush. Mi vida es larga, demasiado larga. Mi alma, este kespix, se ha agarrado a mi cuerpo como el mejillón golpeado por la tempestad y que sobrevive en su roca. Conocí joven el haya de torturadas ramas. He visto a los hijos de los hijos de la nutria y el zorro. Solo Hainola-la-orca ha tenido más vida que yo, pues lleva consigo los espíritus de los demás yekamush. Como yo, Hainola recuerda el tiempo de los hombres libres.

Cuando mi padre la ballena venía a embarrancar cantábamos para dar gracias por su buena grasa.

Cuando el grito de la lechuza anunciaba una fructuosa caza y el jugo del guanaco corría por nuestros labios.

Cuando la foca y la otaria entregaban sus sólidas pieles para la espalda de los hombres.

Desde que los hombres pálidos están aquí, han tomado más ballenas de las que sus bocas pueden comer y matado a más focas de las que pueden llevar sus espaldas. Hay ahora para nosotros días sin grasa en el hogar y niños que se apagan antes de tiempo.

Veo cuando hablan los blancos la nube pálida como la muerte que sale de su boca. Tienen libros en los que murmuran para llamar a su Gran Espíritu. Le solicitan un mal hechizo para los yámanas. El poder de su Gran Espíritu es grande, mayor que el de los yekamush.

La que habla nuestra lengua, a la que llaman Emily, es la única que tiene palabras que son verdes como los brotes de árbol y rojos como la mujer y el niño. Pero no tiene fuerza.

Está asustada de sí misma como el guanaco que se arroja al agua para escapar del perro.

Ayak era hermosa. Un día, en la playa, Kushteata, el viejo león marino de piel parda, la ve y la ama. Cuando está jugando en la resaca, él va a frotarse con ella y la arrastra a mar abierto. Ayak es buena nadadora, como todas las de su raza, pero está demasiado lejos de la orilla. Va a hundirse. Entonces se apoya en el cuello del león marino y él la lleva a su gruta.

Entonces viven juntos y tienen un hijo, medio hombre medio bestia.

Pero Ayak desea en su corazón ver de nuevo a sus padres y su país, Kushteata, tras haberse negado durante mucho tiempo, cede, pues ama a Ayak. Entonces, los de la tribu hacen una fiesta por su regreso, y las hermanas de Ayak la llevan a pescar erizos y mejillones. Ella no quiere ir pues Kushteata y su hijo no saben hablar y solo ella los comprende. Ella no quiere dejarlos solos. Pero las hermanas insisten y toma la cesta. Entonces los hombres ven buena grasa sobre el lomo del león marino y lo cazan, lo matan y lo despedazan. Cuando Ayak regresa busca a Kushteata. Pero le dicen que ha ido a bañarse. Entonces, su hijo le sirve buena carne y grasa. Ella come y comprende de inmediato. Golpea entonces a su hijo y le arroja los erizos a la cara, su hijo que ha comido la carne de su padre, que le ha dado a comer la carne de su marido. Entonces, el hijo se transforma en Syuna el pez, que tiene aún la cabeza plana por los golpes con los agujeritos de las espinas del erizo. Desde entonces, Syuna vive junto a la gruta de su padre y Ayak llora a su viejo marido.

He regresado al país de Yeskumaala, donde el viento es tan fuerte que dobla las colinas. Quiero cerrar los ojos y escuchar el viento que me toma. Aneki quiere regresar al país de los hombres pálidos y yo lo llamo Aneki-el león marino. Cuando Aneki habla, veo el verde y el rojo y el blanco mezclados que salen de su boca.

Los buenos y los malos augurios son indisociables.