Vladimir Nabokov

No sé si leísteis en los periódicos, hará un par de años, una noticia sobre un chico y una chica de unos quince años que asesinaron a la madre de ella. Empieza con una escena muy kafkiana: la madre de la chica llega a casa y descubre a la pareja en el dormitorio; el chico golpea a la mujer con un martillo —varias veces— y la saca a rastras. Ya en la cocina, la mujer sigue debatiéndose y gimiendo; y el chico le dice a su novia: «Trae el martillo. Creo que hay que darle más». Pero la muchacha le pasa un cuchillo, y el chico apuñala a la mujer una y otra vez, hasta rematarla… convencidos, quizás, de que están viviendo un tebeo, en donde una persona ve montones de estrellas y signos de admiración cuando la golpean, lo que no le impide reaparecer en el número siguiente. Pero la vida física carece de un número siguiente, y los chicos tienen que hacer algo con el cuerpo de la madre. «¡Ah, cal, eso la disolverá!». Naturalmente —maravillosa idea—, meterán el cadáver en una bañera, lo cubrirán de cal, y ya está. Una vez la madre enterrada en cal (que no surte efecto… quizás porque esta pasada), el chico y la chica se toman varias cervezas. ¡Qué alegría! ¡Qué delicia! Música enlatada. Cerveza enlatada. «Pero no se puede entrar en el cuarto de baño, chicos; esta hecho una repugnancia».

Vladimir Nabokov, Curso de literatura europea.