Roland Topor

EL ACCIDENTE

Jesús se internó resueltamente sobre la superficie del lago Tiberíades. Los apóstoles, aún incrédulos, observaban los pies del Salvador ¡Jesús caminaba sobre las aguas! No se hundía ni un milímetro. Con los ojos levantados hacia el cielo, parecía haber olvidado el lugar en donde se encontraba.

Un grito salió del pecho de los apóstoles. Demasiado tarde.

Jesús no había advertido la piel de plátano. En menos que canta un gallo, resbaló y se rompió la nuca en la cresta de una ola.

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LA JUSTICIA PERSIGUIENDO EL CRIMEN

El Ojo miraba a Caín.

Lo veía mal. El Ojo comenzaba a hacerse viejo y su visión disminuía. Lagrimeaba. Las lágrimas deformaban grotescamente la silueta borrosa de Caín. Presa de pánico, el asesino huyó. El Ojo, fiel a la misión encomendada, le perseguía sin descanso. Para escapar, el desgraciado se refugió en la muerte. Pero el Ojo estaba en la tumba y miraba a Caín, al que distinguía cada vez más difícilmente. El Ojo parpadeó varias veces. Después, como esto resultara inútil, se acercó. Más cerca. Lo más cerca posible.

—¡Oh, no! —gimió el Ojo.

No era a Caín a quien estaba mirando. Era a Abel.

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A LA CONQUISTA DEL HOMBRE

A fuerza de comer carne de caballo, le salió en los pies una especie de pezuña, extremadamente dura y negra, que los imbéciles tomaban por zuecos.

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