Un ave roc extraviado descubre una manada de elefantes paciendo a sus anchas en un valle bucólico, cercado de soberbias montañas. De pronto cae la tarde sobre el valle. Uno de los elefantes desaparece en el aire entre las garras del ave roc. El rapto no origina ninguna alteración del orden. Con el alejamiento del ave roc, la luz del día reasume sus tintes lozanos. La manada ha seguido paciendo con el corazón tranquilo.
El ave roc no tarda en comprender que aquel valle es un redil lleno de mansedumbre. Incluso los elefantes se muestran impertérritos. Sólo emiten algún impreciso o recatado sonido cuando en pleno vuelo son despeñados contra la tierra. Ninguna manifestación de violencia tiene sentido para la manada. El ave roc despuebla gozosamente aquel hermético paraíso. El apetito desmesurado de estas aves monumentales hace zozobrar el ánimo más recio.
Rogelio Llopis Fuentes, Cinco minitextos.
Dicen que no hace más que caminar por el mundo. Casi siempre remoza las huellas de sus pisadas, que forman increíbles hondonadas a extramuros. Da gusto esta costumbre suya. Indica que es respetuoso y metódico, y que no pretende borrarnos de la faz de la tierra. Nuestra gratitud es inconmensurable.
Es iluso esperar que nos ahorre las tremendas trepidaciones que producen sus pisadas. ¿Qué sentido tendría el mundo si él pusiera término a su rutinario y acompasado deambular? Démonos por bien servidos que permanezca fiel a esa costumbre suya: tan inmemorial, tan auspiciosa. Nuestra supervivencia reside en la buena voluntad de sus pies. Su torso y sus hombros se pierden allá arriba en el cielo. Nadie jamás ha podido ver su cabeza.
Rogelio Llopis Fuentes, Cinco minitextos.