Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues al salir a la calle precisaba la llave de la puerta.
Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas.
Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.
La flor piensa: «Es como una flor».
Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas.
Empezaron por quitarle la pipa de la boca.
Los zapatos se los quitó él mismo, apenas el hombre de blanco miró hacia abajo.
Le quitaron la noción del cumpleaños, los fósforos y la corbata, la bandada de palomas en el techo de la casa vecina, Alicia. El disco del teléfono, los pantalones.
Él ayudó a salirse del saco y los pañuelos. Por precaución le quitaron los almohadones de la sala y esa noción de que Ezra Pound no era un gran poeta.
Les entregó voluntariamente los anteojos de ver cerca, los bifocales y los de sol. Los de luna casi no los había usado y ni siquiera los vieron.
Le quitaron el alfabeto y el arroz con pollo, su hermana muerta a los diez años, la guerra del Vietnam y los discos de Earl Hiñes. Cuando le quitaron lo que faltaba —esas cosas llevan tiempo, pero también se lo habían quitado—, empezó a reírse.
Le quitaron la risa y el hombre de blanco esperó, porque él sí tenía todo el tiempo necesario.
Al final pidió pan y no le dieron, pidió queso y le dieron un hueso.
Lo que sigue lo sabe cualquier niño, pregúntele.
Julio Cortázar, Territorios.
Con lo que pasa en nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos huirá. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos. Cabo por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó a la paf, y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué.
Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos.
Por más que uno haga, qué resulta: alpiste. Vos te deshacés cantando y ahí tenés: viene la vieja y te renueva el agua de la bañadera. Cuando te ponen una hoja de lechuga (la que les sobró, roñosas del carajo), arman un lío que reíte de la orden de Malta: «Aquí tiene el canarito, tome, tesoro, bz, bz, bz». ¡El canarito! ¿Pero qué se creen estas? Primero que yo soy un canario flauta de pedigrí, segundo que en la casa Paul Hermanos los compañeros de jaula me habían bautizado Siete Kilos teniendo en cuenta mi polenta de cantor. Y esta vieja abominable me viene a trabajar de «tesoro» y de «canarito». ¡Te rompo el alma, vieja ignominiosa! ¡Te perforo el encéfalo a patadas!
Esto a título general, pero más indignante me resulta la forma en que la vieja y sus hijas desconocen los valores de mi canto. Por la forma en que me imitan, silbando para estimularme (para estimularme, las desgraciadas) se ve que lo único que captan es la parte más vulgar y asequible de mi ejecución, digamos cuando estoy calentando los reactores y entre buche y buche de agua ensayo algunos bz bz bz, tri tri, tió tió tió, bz bz bz; en cambio se pierden irremediablemente el momento en que hago tj tj tj apk apk ∞ ∞ ∞ √ xα+β = imp imp.
¿De qué sirven la inspiración y el talento cuando el público no está al alcance del artista, puta que las parió?
Julio Cortázar, Territorios.
Aceptan todas las solicitudes de paso de frontera pero Guk, camello, inesperadamente declarado indeseable. Acude Guk a la central de policía donde le dicen nada que hacer, vuélvete al oasis, declarado indeseable inútil tramitar solicitud. Tristeza de Guk, retorno a las tierras de infancia. Y los camellos de familia, y los amigos, rodeándolo y qué te pasa, y no es posible, por qué precisamente tú. Entonces una delegación al Ministerio de Tránsito a apelar por Guk, con escándalo de funcionarios de carrera: esto no se ha visto jamás, ustedes vuelven inmediatamente al oasis, se hará un sumario.
Guk en el oasis come pasto un día, pasto otro día. Todos los camellos han pasado la frontera, Guk sigue esperando. Así se van el verano, el otoño. Luego Guk de vuelta a la ciudad, parado en una plaza vacía. Muy fotografiado por turistas, contestando reportajes. Vago prestigio de Guk en la plaza. Aprovechando busca salir, en la puerta todo cambia: declarado indeseable. Guk baja la cabeza, busca los ralos pastitos de la plaza. Un día lo llaman por el altavoz y entra feliz en la central. Allí es declarado indeseable. Guk vuelve al oasis y se acuesta. Come un poco de pasto, y después apoya el hocico en la arena. Va cerrando los ojos mientras se pone el sol. De su nariz brota una burbuja que dura un segundo más que él.
Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas.
De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván, y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor, y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor, y en una cabina donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo, y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.
Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas.