Tenía el pecho abierto por una enorme herida y en la carne desgarrada crecían las piedras preciosas. Yo estaba extendido en una mesa como de despacho, cubierta por un mantel blanco. En la habitación no había ningún otro mueble y las paredes desconchadas y sucias me producían más tristeza que mi propia herida.
Juan Eduardo Cirlot, 80 sueños.
Al llegar a la ciudad de hielo, edificada en medio de las cumbres, me sentía plenamente dichoso; una gran serenidad se adueñaba de mí, y me iba tornando inconsciente. Veía como mis manos se convertían en trozos de agua cristalina.
Juan Eduardo Cirlot, 80 sueños.
A veces soy un cristiano arrojado a las fieras; otras un espectador que, desde la gradería del circo, contempla el espectáculo.
Juan Eduardo Cirlot, 80 sueños.
Me veo a mí mismo, de la mano de mi madre, paseando por una blanquísima avenida, bordeada de jardines donde hay flores de diversos colores, formas y tamaños, pero especialmente grandes lirios rojos, los cuales se van abriendo a medida que pasamos por delante de ellos.
Juan Eduardo Cirlot, 80 sueños.
Al llegar a aquella playa después de atravesar un mar obscuro y agitado, me encontraba con que no me era posible poner los pies en las rocas ni en la arena, porque todo estaba invadido por una crujiente muchedumbre de cangrejos.
Juan Eduardo Cirlot, 80 sueños.
La habitación donde estoy no tiene puertas ni ventanas, pero sí un espejo en el cual me miro. Súbitamente caen las paredes y un paisaje de almendros en flor, surgiendo sobre la nieve, aparece a mi alrededor. Cuando me miro, advierto que una transfiguración total se ha operado. Tengo una inmensa cabellera rubia y los labios rojos como la sangre.
Juan Eduardo Cirlot, 80 sueños.