Para Eva.
Había comprado aquel diccionario para que ella aprendiera las primeras palabras. Un día, era sábado, un sábado urbano y terriblemente frío, me confesó que el diccionario había desaparecido de la casa. Declaró, con la solemnidad de los adolescentes, que jamás pensó deshacerse de él y que por tanto la pérdida le resultaba misteriosa y le asustaba.
—¿Dónde habrá podido ir el diccionario?, me preguntó.
Yo también me quedé pensativo y, como me ocurre siempre que sucede algo que no puedo explicar, me puse a contar con los dedos.
Ella me miró contar y se puso a hacer lo mismo, hasta que nos olvidamos los dos del diccionario.
Juan Cruz Ruiz.