Un bandolero refería en rueda de compinches: «Yo soy un hombre honesto, de palabra. Cierta vez use con una víctima la estúpida frase que nos atribuyen los literatos: “¿La bolsa o la vida?”. La vida —me contestó el mocito—, valiente como el que más. Y tuve que quitársela. Luego, para respetar mi palabra, y ya que lo había dejado escoger entre la bolsa y la vida, deje al pie de su cadáver una cartera repleta de billetes: su bolsa. Desde entonces, cuando trabajo interrogo así al candidato a interfecto: “¿La bolsa o la bolsa y la vida?”. Para dejar las cosas claras».
José María Méndez, Disparatario.
El primer hombre que dijo que los dientes de su novia eran como perlas, ganó fama de poeta y fue laureado. El primer «ostro» que le dijo a un ostra que parecía diente de mujer, fue calificado de imbécil y desconchado, es decir expulsado de su concha.
José María Méndez, Disparatario.
Llovía levemente. La luna —libélula luminosa, lámpara lustral— llevaba lampos logarítmicos. Ladraban lejanos lebreles.
Llamaron… Lucinda López levantóse. Llegaba Luis Luperini, linajudo lituano, libertino, libidinoso.
—Luces, Lucinda, lumbre, lucero.
—Lisonjas latosas, lobo. Lirismos, literatura.
—¿Lisonjas? ¿Lobo, Lucinda? Love, l’amour, l’amour, Lisunda.
—¿Lisunda?
Lo lamento, lapsus linguae, Lucinda.
Luis, ligero, leopárdico, la lucha.
—Lárgate, loco, llameas lujuria.
—Lindísima Lucinda, los labios. ¡Libar! ¡Libar!
Luis libó. Libre Lucinda limpióse los labios. Lloró lacónicamente.
Lárgate Lucifer, lujurioso Lucifer, lárgate. Largóse Luis. Luego llamábale Lucinda:
—Luis, Luis. Lucifer, Luciferito, llévame.
José María Méndez, Cuentos del alfabeto.