Cuando el astronauta de otro de los mundos vio, al fondo de las galaxias, en las proximidades del planeta Tierra los carteles «¡CUIDADO! ¡PLANETA HABITADO!» se desvió prudentemente de su ruta y se sumergió en las tinieblas del vacío.
Jacques Sternberg, Contes glaces.
Con cierta sorpresa se advertía colgado a la puerta de aquel panteón funerario el cartel: «VUELVO EN SEGUIDA».
Jacques Sternberg, Contes glaces.
«¿Qué desea la señora?» —se dirigió la vaca desollada, armada con un cuchillo.
La clienta la miro de hito en hito, le sonrió, y luego le respondió:
—Un muslo de hombre, puede estar bien, por variar…
Jacques Sternberg, Contes glaces.
Tenía tal preocupación por no causar molestias que volvió a cerrar la ventana detrás suyo, después de haberse lanzado al vacío, desde lo alto del sexto piso.
Jacques Sternberg, Contes glaces.
En realidad, María —a quien se le llamó la Virgen— parió dos niños a la vez, dos gemelos.
Uno de ellos se convirtió en un chistoso trotamundos, gran aficionado a desdichas y dichos hasta el punto de que se labró, al azar de sus peregrinaciones, una cierta reputación de predicador. Pero lo olvidaron muy rápidamente.
Al otro le fue mucho peor. Acabó a la edad de 33 años, en la cruz, entre otros dos ladrones.
Pero curiosamente se le confundió con su hermano y la fama hizo el resto.
Jacques Sternberg, Contes glaces.
Entonces los navegantes del espacio llegaron a un planeta estrictamente paralelo a la Tierra, pero desfasado por un año en relación a nuestro tiempo y tuvieron que rendirse a la evidencia de que todavía no habían abandonado la Tierra.
Jacques Sternberg, Entre deux mondes incertains.
Cuando las zanahorias pensantes llegadas del fondo de lejanas galaxias vieron por vez primera seres humanos de la Tierra en la que acaban de aterrizar, exclamaron, estupefactas: «¡Son legumbres evolucionadas!».
Jacques Sternberg, 188 contes à régler.
Una noche de invierno, al regresar a su banal barrio acomodado, el joven ejecutivo dinámico se indignó mucho al ver cuadrillas de desgraciados embadurnar con cruces negras de alquitrán las puertas de algunos chalés. Entre ellos, el suyo. No dio crédito a sus ojos se informó y creyó perder la razón al enterarse de que a causa de un inexplicable desfase temporal todo un rico barrio había sido atacado por la peste.
Jacques Sternberg, 188 contes à régler.
Érase una vez un Dios que había perdido la fe.
Jacques Sternberg, 188 contes à régler.
Cuando se construyó, por fin, un ordenador capaz de responder, sin error posible, a todas las preguntas, se empezó por preguntarle por qué el hombre había sido puesto en esta tierra. Y el ordenador respondió que había sido puesto con el único fin de preguntarse en vano por qué estaba en esta tierra.
Tras diez segundos de pausa, añadió que evidentemente era este pánico de los hombres ante el absurdo lo que les había permitido construir esta civilización hipertrofiada. Que él mismo, entre otros, les debía la vida y que aprovechaba la ocasión para darles las gracias.
Jacques Sternberg, 188 contes à régler.