Un corcho que no se distinguía en nada de los demás corchos (dijo que se llamaba Sandor G. Hirt, pero ¿qué significa un nombre? Un nombre no significa nada) cayó al agua.
Durante un rato estuvo flotando en el agua, como era de esperar, pero después pasó algo muy extraño. Se fue hundiendo poco a poco, llegó al fondo y no volvió a aparecer nunca más.
No hay explicación.
István Örkény, Cuentos de un minuto.
La pelota cayó al sótano por un cristal roto.
Una niña de catorce años, la hija del conserje, bajó a buscarla cojeando. Un tranvía le había cortado una pierna a la pobrecita, y se ponía muy contenta cuando podía hacer algún favor a alguien.
El sótano estaba en penumbra, pero se dio cuenta de que en un rincón se había movido algo.
—¡Gatito! —dijo la niña de pata de palo—, ¿qué haces tú aquí?
Cogió la pelota y salió del sótano lo más rápido posible.
La rata vieja, fea y maloliente —la habían tomado a ella por un gato— queda asombrada. Nunca le había hablado nadie así.
Ahora, por vez primera, pensó que todo habría sido diferente si ella hubiera nacido gato.
Es más —¡cómo somos tan insaciables!— enseguida empezó a hacerse ilusiones. Y ¿si ella hubiera nacido niña de pata de palo?
Pero esto era demasiado bonito y no se atrevió ni a imaginarlo.
István Örkény, Cuentos de un minuto.
Lleva catorce años en una portería, sentado detrás de la ventanilla. Todo el mundo le hace dos preguntas. La primera:
—¿Dónde están las oficinas de Montex?
Él contesta:
—Primera planta, a la izquierda. La segunda:
—¿Dónde puedo encontrar el Centro de Reelaboración de Material de Desechos, «Trastos Viejos»?
A esta segunda pregunta el responde:
—Segunda planta, segunda puerta, a la derecha.
Durante catorce años no se equivocó nunca. Todo el mundo recibía siempre la debida información. Ocurrió una vez que una señora apareció delante de la ventanilla y le hizo una de las preguntas habituales:
—¿Podría decirme, por favor, dónde está la oficina de Montex?
Entonces él, excepcionalmente, fijo sus ojos en un punto lejano y dijo:
—Todos venimos de la nada y volvemos a la puñetera nada.
La señora presentó una reclamación. La reclamación fue atendida, examinada y, al final, sobreseída. En realidad, la cosa no era para tanto.
István Örkény, Cuentos de un minuto.
La niña sólo tenía cuatro años, sus recuerdos, probablemente, ya se habían desvanecido y su madre, para concienciarle el cambio que les esperaría, la llevó a la cerca de alambre de espino desde allí, de lejos, le enseñó el tren.
—¿No estás contenta? Ese tren nos llevará a casa.
—Y entonces ¿qué pasará?
—Entonces ya estaremos en casa.
—¿Qué significa estar en casa? —pregunto la niña.
—El lugar donde vivíamos antes.
—Y ¿qué hay allí?
—¿Te acuerdas todavía de tu osito? Quizás, encontraremos también tus muñecas.
—Mama, ¿en casa también hay centinelas?
—No, allí no hay.
—Entonces, de allí, ¿se podrá escapar?
István Örkény, Cuentos de un minuto.