Henri Michaux

EL BUITRE VIEJO

Es un buitre viejo que no me suelta.

Ah, siempre acaba encontrando una alcándara cerca de mí. Sabe encontrarme.

A veces sobre la cabeza de un amigo lo veo, en el rostro de un desconocido, intentando emplazar su ojo redondo de mirada que no cede nunca, e incluso el pico intenta emplazarlo allí pese a la extremada inconveniencia del rostro humano a este respecto.

Con todo, allí se instala y campa por sus respetos. En cuanto a mí, mi rostro se endurece a su vez, y abandono con preocupación a estos amigos desleales, a esos tipos que creen ser algo —¡e incluso alguien!— y ni siquiera han sabido defenderse la cara.

Henri Michaux, Adversidades, exorcismos.

LA MANAZA INFORME

A menudo me parece ver una manaza informe que pasa sobre las cosas situadas ante mí.

Sobre las cosas, incluso sobre los monumentos, sobre fachadas de cien pies de altura; y tiene aspecto de querer causar un estropicio, pero no es más que una tanteadora.

Eso es lo que una experiencia ya aneja me autoriza a declarar: una tanteadora. Y sin mafia.

Y sin verdadera masa, pues aunque haya tenido —para estar donde aparece— que atravesar gruesos muros cuyos ladrillos no se avendrían a un empellón y siga atravesándolos en la actualidad, no obstante no se producen daños particulares que yo sepa. Por esa razón apenas me preocupo de ella más que los arquitectos, quienes, por lo que oigo, prácticamente no le prestan atención.

Henri Michaux, Adversidades, exorcismos.

EL MONSTRUO DE LA ESCALERA

Me topé con un monstruo en la escalera. Sus dificultades para subirla hacían, al mirarlo, un daño atroz.

Y no obstante sus muslos eran formidables. Hasta se podría decir que era todo muslos. Dos ponderosos muslos encima de patas de plantígrado.

La parte superior no la vi distintamente. Bocas menudas de sombra, ¿de sombra o de…? Ni cuerpo tenía en realidad el monstruo, excepto ese conjunto de zonas mollares y confuso trasudor que basta para tentar al sexo soñador de algún varón ocioso. Pero acaso no se trataba de esto en absoluto, y el enorme monstruo, probablemente hermafrodita, subía —desdichado, aplastado y bestial— una escalera que sin duda no le llevaría a ninguna parte. (Aunque me dio la impresión de que no había emprendido la ascensión por unos pocos escaloncitos).

Su aspecto desazonaba, y de seguro no era buena serial topar con semejante monstruo.

De que era inmundo uno se percataba enseguida. ¿Por qué? No sabría decirlo.

Parecía llevar en su bulto indefinido lagos, lagos pequeñísimos, ¿o bien eran párpados, inmensos párpados?

Henri Michaux, Adversidades, exorcismos.

DISTRAERSE

Un cazador para asustar la caza prendió fuego a un bosque. De pronto vio a un hombre que salía de una roca.

El hombre atravesó el fuego sosegadamente. El cazador corrió tras él.

—Diga, pues. ¿Cómo hace para pasar a través de la roca?

—¿La roca? ¿Qué quiere decir con eso?

—También lo vi pasar a través del fuego.

—¿Fuego? ¿Qué significa fuego?

Ese perfecto taoísta, completamente borrado, no veía las diferencias de nada.

Henri Michaux, Un bárbaro en Asia.