Nunca se vio en Gelo nada tan cómico.
Salió de entre el roto metal con paso vacilante, movió la boca, desde el principio nos hizo reír con esas piernas tan largas, esos dos ojos de pupilas tan increíblemente redondas.
Le dimos grubas, y limas, y kialas.
Pero no quiso recibirlas, fíjate, ni siquiera acepto las kialas, fue tan cómico verlo rechazar todo que las risas de la multitud se oyeron hasta el valle vecino.
Pronto se corrió la voz de que estaba entre nosotros, de todas partes vinieron a verlo, él apareció cada vez más ridículo, siempre rechazando las kialas, la risa de cuantos lo miraban era tan vasta como una tempestad en el mar.
Pasaron los días, de las antípodas trajeron margas, lo mismo, no quiso verlas, fue para retorcerse de risa.
Pero lo mejor de todo fue el final: se acostó en la colina, de cara a las estrellas, se quedo quieto, la respiración se le fue debilitando, cuando dejó de respirar tenía los ojos llenos de agua. ¡Sí, no querrás creerlo, pero los ojos se le llenaron de agua, d-e a-g-u-a, como lo oyes!
Nunca, nunca se vio en Gelo nada tan cómico.
Héctor G. Oesterheld, Sondas.
Desnudos, se hacen el amor delante de la chimenea.
El resplandor de las llamas les caldea la piel, los cuerpos son un solo, rítmico latido.
Un solo, rítmico latido cada vez más pujante.
Agotados, los tres cuerpos se desenroscan lentamente, las antenas se separan. Las llamas se multiplican en las escamas triangulares.
Héctor G. Oesterheld, Sondas.