Salió por la puerta y de mi vida, llevándose con ella mi amor y su larga cabellera negra.
Guillermo Cabrera Infante, Exorcismos de estí(l)o.
Una mujer. Encinta. En un pueblo de campo. Grave enfermedad: tifus, influenza, también llamada trancazo. Al borde de la tumba. Ruegos a Dios, a Jesús y a todos los santos. No hay cura. Promesa a una virgen propicia: si salvo, Santana, pondré tu nombre Ana a la criatura que llevo en mis entrañas. Cura inmediata. Pero siete meses más tarde, en vez de niña nace un niño. Dilema. La madre decide cumplir su promesa, a toda costa. Sin embargo, para atenuar el golpe y evitar chacotas deciden todos tácitamente llamar al niño Anito.
Guillermo Cabrera Infante, Exorcismos de estí(l)o.
Al llegar a una aldea grande, los conquistadores encontraron reunidos en la plaza central a unos dos mil indios, que les esperaban con regalos, mucho pescado y casabe, sentados todos en cuclillas y algunos fumando. Empezaron los indios a repartir la comida cuando un soldado sacó su espada y se lanzó sobre uno de ellos cercenándole la cabeza de un solo tajo. Otros soldados imitaron la acción del primero y sin ninguna provocación empezaron a tirar sablazos a diestra y siniestra. La carnicería se hizo mayor cuando varios soldados entraron en un batey, que era una casa muy grande en la que había reunidos más de quinientos indios, «de los cuales muy pocos tuvieron oportunidad de huir». Cuenta el padre Las Casas: «Iba el arroyo de sangre como si hubieran muerto muchas vacas». Cuando se ordenó una investigación sobre el sangriento incidente, se supo que al ser recibidos los conquistadores con tal amistosidad «pensaron que tanta cortesía era por les matar de seguro».
Guillermo Cabrera Infante, Vista del amanecer en el trópico.
El general preguntó la hora y un edecán se acercó rápido a musitar: «La que usted quiera, señor Presidente».
Guillermo Cabrera Infante, Vista del amanecer en el trópico.