No le apetecía nada, pero comía de todo.
G. C. Lichtenberg, Aforismos.
Sus enaguas eran rojas y azules, con rayas muy anchas, y parecían hechas con el telón de algún teatro. Mucho habría yo pagado por una butaca de primera fila, pero no había función.
G. C. Lichtenberg, Aforismos.
Les había puesto nombres a sus dos pantuflas.
G. C. Lichtenberg, Aforismos.
No sólo no creía en fantasmas, sino que ni siquiera les temía.
G. C. Lichtenberg, Aforismos.
Llovió tan fuerte que todos los cerdos se lavaron y todos los hombres se emporcaron.
G. C. Lichtenberg, Aforismos.
El hombre era tan inteligente que casi no se le podía utilizar para nada en el mundo.
G. C. Lichtenberg, Aforismos.
Los monjes de Lodève, en Gasconia, declararon santo a un ratón que se había comido una hostia consagrada.
G. C. Lichtenberg, Aforismos.