En la ciudad había un parque.
En el parque una fuente de oscuro fondo.
Y junto a la fuente un pequeño letrero que decía: «Fuente de los deseos. Lance una moneda y pida el suyo».
Y todos los que pasaban por el parque arrojaban una moneda y pedían un deseo, a pesar de que nunca a nadie se le concedía lo pedido.
Bueno, a nadie, no… Todas las noches, la persona que años atrás había colocado el pequeño letrero junto a la fuente, regresaba a recoger las monedas depositadas en el fondo.
Francisco Ángel Gómez, «Pacángel», «Dos pequeños cuentos de deseos».