Cuando la gigantesca bestia se desplomó al fin sobre la tierra, los miles de hombres que participaron en su caza, miraron aterrorizados los torrentes de aquel líquido verdoso que brotaba de sus heridas y que, en un momento, los arrastró con la fuerza del más caudaloso de los ríos. Ninguno de los sobrevivientes imaginó siquiera que la sangre de aquella bestia habría de colorear toda la vegetación de nuestro planeta.
Fernando Ruiz Granados, El ritual del buitre.
Estaba cenando, cuando vi frente a mí el cuadro de «La Última Cena». Entonces advertí que Jesús y sus apóstoles… se habían marchado.
Fernando Ruiz Granados, El ritual del buitre.
Cuando Arturo pudo al fin realizar su sueño de convertirse en mosca, voló presuroso por las calles y se introdujo por la primera ventana que consiguió encontrar abierta. Se posó sobre una cómoda y miró con deleite a la hermosa muchacha que ahí se desnudaba. Tan absorto estaba en su contemplación, que no advirtió el momento en que el amante de la joven se acercaba para aplastarlo con aquel periódico enrollado.
Fernando Ruiz Granados, El ritual del buitre.
Hace más de un cuarto de hora que esperas en el parque por Alicia. Impaciente, enciendes otro cigarrillo y aguardas cinco minutos más sentado en esa banca, hasta convencerte de que no llegará. No tienes ánimo de ir a ninguna parte, así que lo mejor te parece quedarte un rato más en el parque, por lo menos hasta la una de la tarde, hora en que podrás llegar a casa cuando tu madre tenga lista la comida. Mientras tanto, observas distraído hacia un lado de la banca y adviertes sobre la tierra el laborioso trabajo de una colonia de hormigas rojas. Te encuclillas para verlas mejor, y observas sus largas y frágiles columnas avanzando en lentos movimientos hacia el hormiguero. Absorto, ves como varias de ellas portan sobre su diminuto cuerpo pequeñas briznas de hierba para su nido, mientras que otra hilera, con movimientos igualmente rápidos y nerviosos, corre paralela pero en dirección opuesta. En ese momento, escuchas la voz de Alicia y estás a punto de levantarte pero recuerdas el largo rato que llevas esperándola. Aparentas no haberla oído y, encuclillado aún, te dispones a observar de nueva cuenta a las hormigas cuando un fuerte empellón te hace caer de bruces sobre la tierra, tratas de incorporarte para reprocharme la broma pero el terror te inmoviliza. Frente a ti, moviendo lentamente las mandíbulas, se encuentra detenida una gigantesca hormiga roja. Los ojos negros del enorme insecto relumbran como dos espejos y en ellos, multiplicada como tu miedo, la imagen de una hormiga se refleja.
Fernando Ruiz Granados, El ritual del buitre.