Por una rama de almendro y una olla hirviente puesta al septentrión, por tales señales, mudas y solitarias, comprendió Jeremías —todavía niño y sin alfabeto— la ruina de todas las ciudades de Judá.
Esperanza López Parada.
Todos los amaneceres durante siete años un dulce espectro tomaba mi forma, mi cadencia, y ocupaba mi puesto, la labor junto al torno.
Corría yo con risa hacia el hortelano y el amarillo crecer de los guisantes.
Y, entre niebla, nunca discerní donde era que, en verdad, me sustituye. Si en la campanilla, en los ásperos deberes, o, dentro de los rubios brazos de aquel, mi cuidador de hojas.
Esperanza López Parada.