Emiliano González

RELACIÓN DE UN ESCLAVO

Construyen el pozo de Babel

Frank Kafka

Esa mañana, por fin, llegamos al cielo. «Tantos siglos de esfuerzo para nada», lamentó un arquitecto, luego de golpear con su martillo el cristal transparente que definía, como nunca antes, a los orbes celestes: era más recio que la indestructible piedra de nuestra torre. Aquel vidrio era límpido, pero atrás podía verse, ay, sólo el mismo azul monótono de siempre.

Antes de que emprendiéramos el descenso, el arquitecto que había comprobado nuestros temores quiso tomar un camino más corto, lanzándose al vacío con un grito que permaneció unos instantes mientras, leguas abajo, la mota de polvo que había sido él se disipaba.

Muchos siglos después (treinta o cuarenta más de los que abarcó la construcción de la torre) nos dimos cuenta de su error: la tierra firme anhelada por todos no era menos quimérica que los espacios divinos; la caída del arquitecto sería infinita.

Desolados, inmóviles en aquel punto, nos resignamos a esperar la muerte, considerando preferible un simulacro de tierra firme al pozo sin fondo que, después de todo, era lo único verdaderamente real.

Emiliano González, Los sueños de la bella durmiente.

FRAGMENTO

Custodiado por esfinges de cristal, un tesoro persa aguarda vanamente en las profundidades de mi cerebro. Ejércitos de caballeros humeantes, montados en osamentas de potros, lo dejaron ahí para hostigar mi codicia todas las noches. Las esfinges, posadas a cada extremo de un sepulcro dividido por una escalinata que conduce a donde está el tesoro, vigilan la ascensión de seres amortajados. A sus pies brilla un césped cuajado de rocío: el parque de las ninfas. Hay alamedas a lo lejos, amores de bronce y en medio del jardín un fáustico reloj, mudo para siempre. Yo frecuento con pasitos de rata los senderos de grava, sólo por el placer de pisar arena imaginaria. Mientras camino, advierto una lluvia incipiente. No se me ocurre nada: estoy absorto, contemplando esa luna de plata que brilla junto al sol.

De pronto, el cielo, se quiebra como un espejo.

Emiliano González, Los sueños de la bella durmiente.