Eduardo Galeano

UN SUEÑO DE JUANA

Ella deambula por el mercado de sueños. Las vendedoras han desplegado sueños sobre sus grandes paños en el suelo.

Llega al mercado el abuelo de Juana, muy triste, porque hace mucho tiempo que no sueña. Juana lo lleva de la mano y lo ayuda a elegir sueños, sueños de mazapán o de algodón, alas para volar durmiendo, y se marchan los dos tan cargados de sueños que no habrá noche que alcance.

Eduardo Galeano, Memoria del fuego (I), Los nacimientos.

1969
EN CUALQUIER CIUDAD
ALGUIEN

En una esquina, ante el semáforo rojo, alguien traga fuego, alguien lava parabrisas, alguien vende toallitas de papel, chicles, banderitas y muñecas que hacen pipí. Alguien escucha el horóscopo por radio, agradecido de que los astros se ocupen de él. Caminando entre los altos edificios, alguien quisiera comprar silencio o aire, pero no le alcanzan las monedas. En un cochino suburbio, entre los enjambres de moscas de arriba y los ejércitos de ratas de abajo, alguien alquila una mujer por tres minutos: en un cuartucho de burdel es violador el violado, mejor que si lo hiciera con una burra en el río. Alguien habla solo ante la máquina tragamonedas. Alguien riega una maceta de flores de plástico. Alguien sube a un ómnibus vacío, en la madrugada y el ómnibus sigue estando vacío.

Eduardo Galeano, Memoria del fuego (III), El siglo del viento.

TELÉFONO MÁGICO

Helena soñó que hablaba por teléfono con Pilar y Antonio, y eran tantas las ganas de darles un abrazo que conseguía traerlos desde España por el tubo. Pilar y Antonio se deslizaban por el teléfono como si fuera un tobogán, y se dejaban caer, tan campantes, en nuestra casa de Montevideo.

Eduardo Galeano, El libro de los abrazos.

CORTÁZAR

Con un solo brazo nos abrazaba a los dos. El brazo era larguísimo, como antes, pero todo el resto se había reducido mucho, y por eso Helena lo miraba con desconfianza, entre creyendo y no creyendo. Julio Cortázar explicaba que había podido resucitar gracias a una máquina japonesa, que era una máquina muy buena, pero que todavía estaba en fase de experimentación, y que por error la máquina lo había dejado enano.

Julio contaba que las emociones de los vivos llegan a los muertos como si fueran cartas, y que él había querido volver a la vida por la mucha pena que le daba la pena que su muerte nos había dado. Además, decía, estar muerto es una cosa que aburre. Julio decía que andaba con ganas de escribir algún cuento sobre eso.

Eduardo Galeano, El libro de los abrazos.