Cuando llegas al muro donde acaba el amor, ya no hay escapatoria —dijo mientras lo escalaba trabajosamente, desafiando los cristales rotos incrustados en su cumbre y se dejaba caer al otro lado. Se miró un momento las manos ensangrentadas y luego echó a correr, sin preguntar a dónde iba, por la llanura estática, yerma e infinita.
Carmen Martín Gaite.