Bertrand Russell

DIOS

En otra ocasión, viviendo en una casita en que no había de noche ningún servidor, soné que había oído que llamaban muy de mañana, en la puerta delantera. Bajé a la puerta delantera vestido con mi camisa de noche —eso ocurrió antes de la moda de los pijamas—, y cuando abrí la puerta me encontré a Dios en el escalón. Lo reconocí en el acto debido a sus retratos. Un poco antes de aquello, mi hermano político, Logan Pearsall Smith, había dicho que se imaginaba que Dios era una especie de duque de Cambridge; es decir, majestuoso aún, pero consciente de encontrarse anticuado. Recordando eso, yo pensé que tenía que ser cariñoso con él, haciéndole ver que sabía perfectamente como tenía que portarme con un huésped, aunque, desde luego, estuviese un poco anticuado. Por eso le di un golpecito en la espalda y le dije: «Entre, viejo».

Le gustó mucho verse tratado tan cariñosamente por una persona que Él comprendía que no era de las de su congregación. Después de que hubimos hablado algún tiempo, Él me dijo: «Bien: ¿qué podría hacer yo en favor suyo?». Yo pensé: «Bueno, Él es omnipotente. Me imagino que hay cosas que podría hacer Él por mí…». Y le dije: «Me gustaría que me regalase el Arca de Noe».

Se lo dije pensando en que podría colocarla en algún lugar de los suburbios, cobrando seis peniques la entrada, y que de ese modo haría pronto una gran fortuna. Pero su rostro se abatió, y me dijo: «Lo siento muchísimo, no puedo hacer eso por ti, porque se la he dado ya a un norteamericano amigo mío».

Y ahí terminó mi conversación con Él.

Bertrand Russell, Sueños. Realidad y ficción.