Una hermosa mañana, entre gente muy agradable, un hombre y una mujer gritaban en la plaza mayor: «¡Amigos míos, quiero que ella sea reina!». «¡Quiero ser reina!». Ella reía y temblaba. Él hablaba a los amigos de revelación, de prueba cumplida. Desfallecían uno junto al otro.
En efecto, fueron reyes toda una mañana en que colgaduras carmíneas se desplegaron sobre las casas, y toda la tarde, en que avanzaron hacia los jardines de palmeras.
Arthur Rimbaud, Iluminaciones.