Álvaro Cunqueiro

La fábula del Rey de Irlanda, que logró que Dios le regalase una isla, es conocida. El Rey tenía siete hijas, pero no tenía más que seis ciudades, con lo cual una de sus hijas, la hija menor, se quedaría sin dote. El Rey le pidió a su niña que se metiese monja, pero ella, como la niña del romance nuestro, se quería casar:

Yo me quería casar

con un mocito barbero,

y mis padres me querían

monjita en un monasterio…

El Rey lloraba, y un día en que estaba más triste que de costumbre, su ángel de la guarda le puso una mano en el hombro derecho y le habló. Le dijo que estaba seguro de que si el Rey inventaba un nombre para una isla, y a Dios le parecía que el tal nombre era hermoso, que pondría una isla en el mar que se llamase así, y que la podía dar de dote a la hija más pequeña, tan insistente en casar. El Rey lo pensó durante un año, y al final dio con un nombre, Tirnagoescha, es decir, Tierra de los Pájaros Sonrientes. A Dios le pareció muy bien, y un día de abril apareció esa isla en las costas de Irlanda, en sus bosques volando pájaros que sabían sonreír.

Álvaro Cunqueiro, Fabricantes de islas.

También podía contar de un tal Pedro de Bonzar, quien vareando un castaño vino un erizo a caerle en el ojo izquierdo. Tuvieron que vaciarle el ojo. En un viaje que hizo a La Coruña le contaron de un oculista que ponía, a los que estaban en el caso de él, unos hermosos ojos de cristal. Allá se fue Pedro al oculista, el cual le mostró los ojos que tenía, made in Germany, buscando uno que hiciese pareja con el otro sano de Pedro. Y por curiosidad le mostró al de Bonzar un ojo que tenía en una cajita, y que era del color de la violeta, encargo de una señora de Betanzos, que se murió antes de que llegase el ojo desde Alemania. Y aquel ojo se le antojó a Pedro, y lo compró. Y así andaba con el ojo suyo castaño oscuro y con el postizo violeta. O, como decía de la tapa de la cajita en que estaba en algodón, del color de la Vinca Pervinca L.

Pedro fue muy admirado en su aldea, especialmente en las semanas siguientes al estreno del ojo nuevo, y a la salida de la iglesia los días de fiestas de guardar. Y aconteció que alguna mujer embarazada quiso tener el hijo con los ojos del color del postizo de Pedro y fue a visitar a este, el cual, después de pensarlo mucho, decidió que lo apropiado era colocar el ojo en el ombligo de la preñada, mientras esta rezaba siete avemarías. La nueva se corrió por la comarca y Pedro tuvo muchas visitas. Cobraba cinco duros por sesión por desgaste del ojo y por amortización del capital invertido. Y a fuerza de los antojos de preñada muchos niños, en aquellas aldeas, nacieron con los ojos del color de la Vinca Pervinca…

Álvaro Cunqueiro, Las fecundantes olas.