Alfonso Reyes

RANCHO DE PRISIONEROS

Cuando daban de comer a los prisioneros recién traídos, fatigados, torpes y hambrientos, aquellos soldados de cuarenta años, ya sensibles a las incomodidades del cuerpo, ya conscientes de las limitaciones del alma, se quedaban apoyados en el fusil, mudos, sin cambiar entre si un guiño ni una mirada. Se entregaban al espectáculo: pensaban, pensaban…

Y veían comer, en silencio, al enemigo; fríos, absortos, como se mira comer a los animales del jardín zoológico: al mono y al elefante, al ciervo y al avestruz, al zorro, a la foca. Así, con una sensibilidad renovada, virgínea, miraban comer al Hombre-que nunca hasta entonces habían visto comer.

Alfonso Reyes, Calendario.

DIÓGENES

Diógenes, viejo, puso su casa y tuvo un hijo. Lo educaba para cazador. Primero lo hacía ensayarse con animales disecados, dentro de casa. Después comenzó a sacarle al campo.

Y lo reprendía cuando no acertaba.

—Ya te he dicho que veas donde pones los ojos, y no donde pones las manos. El buen cazador hace presa con la mirada.

Y el hijo aprendía poco a poco. A veces volvían a casa cargados que no podían más; entre el tornasol de las plumas se veían los sanguinolentos hocicos y las flores secas de las patas.

Así fueron dando caza a toda la Fábula: al Unicornio de las vírgenes imprudentes, como al contagioso Basilisco; al pelícano disciplinante y a la misma Fénix, duende de los aromas.

Pero cierta noche que acampaban, y Diógenes proyectaba al azar la luz de su linterna, su hijo le murmuró al oído:

—¡Apaga, apaga tu linterna, padre! ¡Que viene la mejor de las presas, y esta se caza a obscuras! Apaga, no se ahuyente ¡Porque ya oigo, ya oigo las pisadas iguales, y hoy sí que hemos dado con el Hombre!

Alfonso Reyes, Calendario.