13.

A principios de septiembre, Blanca Lorenzana vino a despedirse. Por entonces, Mariana y Roque estaban más distanciados que nunca. Al exterior, todo seguía igual; pero el admirable comportamiento de Roque había dejado en Mariana un sentimiento, más que de gratitud, de desconfianza. Forzosamente, allí había alguna trampa. No era creíble, no era humana tanta generosidad, un desinterés tan absoluto a favor de una desconocida. Porque ella no era otra cosa. Una desconocida encontrada en el banquillo de una Audiencia y a la que Roque Bravo había introducido voluntariamente en su vida, exponiéndose con ello a un riesgo que le era particularmente odioso.

«¡Y sólo por salvarme! No lo creo. Es falso, yo sé que es falso. Roque me ha mentido, me miente todo el tiempo».

En apariencia, seguía conformándose al sensato propósito de aceptar sin análisis las ventajas de su posición. Pero, en el fondo, su alma era un hervidero de dudas y rebeldía, mezcladas con remordimiento.

Los paseos con Otilia continuaban, y también los encuentros con Tomás Lorenzana.

Éste aparecía ahora más comedido. Hablaba poco y se despedía pronto de las dos mujeres. Pero apenas pasaba día sin que las encontrara como por casualidad. Y, en estos casos, Otilia no podía ocultar su mal humor.

Un día, Mariana dijo, como sin darle importancia:

—Es simpático el marqués, ¿verdad? A mí, al principio, me parecía un poco fatuo, pero…

—¿Fatuo? —saltó Otilia, sin poder contenerse—. ¡Qué disparate! No sé cómo se te ha podido ocurrir esa idea.

Y Mariana se sentía contenta de su labor. Otilia se portaba ya casi normalmente, aunque seguía manteniendo cierta tiesura frente a su padre y una actitud defensiva y recelosa en familia.

Roque había hablado ya de que pronto se acabarían, ¡por fin!, las obras en el primer piso y Otilia podría trasladarse, lo mismo que sus hermanos, a sus antiguas habitaciones.

Por consideración a la susceptibilidad de su cuñada, Mariana paseaba también con ella algunas veces, dejándola hablar y pensando en sus cosas. Y fue precisamente en una de estas ocasiones cuando vieron venir a Blanca Lorenzana montada a caballo y vestida impecablemente de amazona. Se detuvo junto a ellas, con su más encantadora sonrisa.

—¡Buenas tardes! Iba a su casa, a visitarlas, pero si soy inoportuna…

—¡No, por Dios! —se apresuró a decir Amanda—. Volveremos ahora mismo, no faltaba más… ¿Verdad, María?

—Desde luego. Y con mucho gusto.

—Entonces, voy a bajarme para que vayamos juntas. Espere a que me acerque al muro.

Así lo hizo, y descabalgó con agilidad, mientras Mariana echaba mano al bocado. Un chiquillo que guardaba las vacas en un prado próximo acudió corriendo al darse cuenta de la maniobra, atraído por la posibilidad de una propina, para hacerse cargo del caballo.

Blanca saltó del muro, apoyándose apenas en el hombro de Mariana, y las tres mujeres echaron a andar a la par, Amanda en medio, hacia la casa, que estaba muy próxima.

—Vine a despedirme de ustedes —dijo Blanca—, porque me voy pasado mañana.

—¿Tan pronto? —se asombró Amanda, por puro deber de cortesía.

—Suelo irme siempre hacia estas fechas, mis tíos me reclaman desde La Coruña.

—Siento mucho —dijo Mariana, algo azorada— que haya venido usted sin que Roque y yo hayamos pagado su visita, pero es que Roque ha estado tan ocupado todo este tiempo…

—Pero ¿cómo? ¿Es que Roque no le ha dicho…?

Blanca se detuvo un momento, como arrepentida de lo que iba a decir, pero luego continuó, abriendo mucho sus azules ojos con la más inocente de las sorpresas:

—¿No le ha dicho que estuvo en casa?

—No —dijo Mariana—. No lo sabía.

—Pues sí: vino un par de veces a vernos. Al parecer, le venía de paso, y como sabía que usted ya nos había visitado…

Parecía ansiosa de justificar a Roque, lo cual, en una mujer de mundo como ella, constituía una torpeza un poco sorprendente. Sólo que Mariana no creía que fuera torpeza, y por eso mismo adoptó una expresión muy alegre.

—¡Me quita usted un peso de encima! No sabe cuánto me alegro de que Roque no haya quedado tan mal con usted como yo temía. ¡Han sido unas semanas de tanto trabajo para él! Lo que siento es que ahora no está en casa, pero quizá vuelva a tiempo de verla a usted.

—No, no creo. Yo no voy a estar más que un momento. Tengo muchos preparativos que hacer. Entraré sólo para despedirme de Otilia.

Cruzaron el arco de entrada al jardín. El rapaz seguía a pocos pasos, con el caballo. Las tres mujeres andaban muy lentamente hacia la puerta de la casa, hablando del tiempo y de las flores que Blanca y Amanda cultivaban o creían cultivar en los respectivos jardines… De pronto se oyeron unas risas mezcladas de voces ruidosas, y los dos chicos de Roque salieron disparados de la casa y, como una exhalación, corrieron a lo largo de la fachada y desaparecieron. Era así como participaban ellos en la vida de la familia, con explosiones vitales siempre un poco misteriosas para los mayores.

En la mesa no hablaban más que entre sí, y para eso casi siempre sin palabras, con miradas y gestos rápidos que constituían su lenguaje privado.

—¡Estos chicos —empezó Amanda, escandalizada según su costumbre— cada vez están…!

Se interrumpió, porque Otilia había aparecido también corriendo a la puerta de la casa, evidentemente en persecución de sus hermanos. Llevaba el pelo suelto y en desorden. En aquel momento parecía una chiquilla.

—¡Otilia! —llamó Amanda.

Pero era inútil, porque Otilia iba ciega en su indignación y no la oyó.

—¡Dios mío, qué criatura! ¡Otilia…!

—Déjala, Amanda: ya está lejos —dijo Mariana.

—¡Tiene unas cosas a veces esta criatura! —exclamó Amanda con agitación—. ¿Qué pensará usted, Blanca?

—Pienso que es todavía una niña. ¿Qué edad tiene?

—Dieciocho. No es ya una niña.

—Más vale que siga pareciéndolo —sonrió Blanca—. Mucho peor sería que se hiciera una mujer precoz, ¿no le parece a usted?

Amanda se turbó penosamente, miró a Mariana como pidiendo ayuda, y tartamudeó, muy colorada:

—Sí… ¡Sí, claro…! Tiene usted razón…

También Blanca miró a Mariana. Una mirada rápida, interrogante, sorprendida. Y Mariana acudió en auxilio de su cuñada con unas palabras que no respondían a sus pensamientos.

—Otilia ha vivido tan protegida, tan apartada del mundo… Por eso en muchas cosas es más niña de lo que corresponde a su edad.

—¡Naturalmente! —dijo Blanca, con ligereza—. Esa inocencia es encantadora… Bien: yo me despido aquí.

—¡No, por Dios! —exclamó Amanda—. ¿Por qué no entra usted en casa?

—Ya no tiene objeto mayor, puesto que venía, más que nada, para ver a Otilia…

—¡Pero Otilia volverá en seguida!

—Lo siento mucho, pero no puedo esperarla: como le he dicho, estoy muy atareada… ¡Manoliño, ven…! —Blanca se volvió, haciendo una seña al chico que traía el caballo—. ¡Acerca para acá!

En la fachada de la casa, a ambos lados de la puerta, bajo la marquesina que formaba la galería del primer piso, había dos poyos de piedra, puestos allí sin duda para ser utilizados como ahora lo hacía Blanca, que se subió a uno de ellos, mientras el chiquillo le arrimaba el caballo. Una vez que hubo montado, saludó, sonriente.

—¡Adiós! ¡Despídanme de Otilia y de Roque!

Amanda y Mariana contestaron a la despedida, y la primera ordenó al rapaz que entrase en la cocina para que le dieran una cadela y un pedazo de pan de trigo, golosina apreciadísima por los paisanos, que sólo lo comen de centeno.

Inmediatamente, las dos mujeres cruzaron la puerta de la casa, y casi se sobresaltaron al ver a Roque parado en medio del portal. Amanda, que iba delante, se irritó.

—¡Ay, Roque! ¿Qué haces aquí? Parece que te escondes.

—Y eso es lo que hago. Vi a Blanca, y no tenía ganas de visitas… ¿Se ha ido sin entrar?

—Sí: sólo quería despedirse, y parece que tenía prisa.

—¿Para qué iba a quedarse más tiempo? —se oyó a sí misma Mariana, con una voz lenta y sarcástica—. Ya dijo lo que había venido a decir.

—¿Lo que ha venido a decir? —repitió Amanda, sin entender.

—Sí: que Roque ha ido a verla varias veces, él solo.

Dicho esto, Mariana pasó, muy tiesa, por delante de los dos estupefactos hermanos, y salió al huerto por el otro lado del portalón, antes de que ninguno de los dos hubiera tenido tiempo de reaccionar.