Erase una vez en la parte de León, entre Ponferrada y Cacavelos, que nació un niño de diecisiete años, con su matita de pelo en pecho, al que su madre bautizó Mercenarius de la Merced. ¿Por qué? Pues porque su padre era un centurión de toda la vida llamado Maximus Aprietus (Dire Straits) que se abrió; que se abrió la cabeza en una emboscada en Soria. Al año siguiente, cuando el niño cumplió dieciocho añitos, su madre le dijo:
—Fili mii, con esas cosas tuyas de no nacer has perdido mucho tiempo así que, como somos pobres, vete a la mili.
Ni corto ni perezoso Mercenarius se enroló en la legión romana, básicamente por conocer mundo. Y le tocó Britania. El chaval volvió a casa feliz diciendo:
—¡Mamá, mamá, que voy a conocer Londinium!
Pero… marronazo (big brown), porque el destino no era ése, sino que le mandaron al campo: al Muro de Adriano (que no se lo salta el burro de un gitano) y además de verdad. Frío, nieve, lluvia, viento, patrullas inacabables vigilando los campamentos nativos y encima sin comerse un colín.
Un buen día, por decir algo, su centurión le ordenó:
—Merce, a ti que se te dan bien los idiomas te vas a la aldea de al lado y le pides al jefe un par de huevos.
—Pero mi centurión, que yo sólo chapurreo el ingle.
—Pues te vas pallá y te traes los huevos y no me cabrees, Merce, que te mando al circo.
Llegó Mercenarius al pueblo y preguntó a un paisano:
—Quiú mi, güer is de ordermore? (Perdone, ¿dónde está el jefe?)
—Alarm, alarm! —decían los del pequeño pueblo, que estaban de los nervios.
—Pero qué alarm ni qué alarm si estoy yo solo —se decía Merce—, ¡que yo no hago na!
Al poco apareció Juisque Bedae, el jefe, rodeado de sus guardaespaldas más bestias.
—Guds, ai am Mercenarius and ai corn in song of pis, do yu jav a per of egs? (Buenas, yo soy Mercenarius y vengo en son de paz, ¿tiene un par de huevos?).
El jefe miró alrededor sin entender nada y dijo:
—Que traigan a la niña que sabe idiomas.
Al poco apareció ella; alta, rubia, ojazos azules, con una delantera que ni el Manchester y una sonrisa… espectacular.
—Garment of main, güat a supertaip, yu meik mi ding-dong (prenda mía, qué tipazo, me haces tilín) —exclamó él al verla.
La chavala no pilló una pero la labia de Merce provocó el efecto deseado y al poco se estaban entendiendo. Total, que el chico consiguió los huevos y enseguida se convirtió en el intérprete oficial de la legión. By the thirty three article (por el artículo treinta y tres).
Se hicieron novios y todo iba estupendamente cuando un día el centurión se acercó a Merce y le dijo:
—Chavá, s’acabó el shollo, que se han cargao al César y nos volvemos pa Roma.
El mundo se le cayó encima: adiós a la novia, adiós a la tranquilidad y encima ¡volver a Roma a pata! (by female duck!).
—And a shit! (¡y una mierda!) —pensó para sí, él que era casi bilingüe—, esta noche me embosco y cuando parta la tropa me quedo en la aldea, que a mí esta chica me mola cantidad y pego el braguetazo.
Dicho y hecho. Merce no volvió a Roma, ni tampoco a León. Se quedó en Escocia, en su pequeña aldea, con su chica y el negocio de bebidas de su padre, el jefe. ¿Qué negocio?, dirán ustedes. Pues uno que empieza por J y acaba por B. Para que luego digan que aquí no hay emprendedores.
Éranse dos veces que mandaron a una tal Catalina a Londres. Pero ella iba a regañadientes.
—¡A casarme con ese gordo, que seguro que me la pega, que ese tío no es trigo limpio! —lloraba ante su Ama.
—¡Alteza, esto está chupao! —la consolaba ella, el Ama, su Ama de toda la vida, compañera de juegos, allá donde la corte fuera: Valladolid, Toledo, Sevilla. En fin, la vuelta a España.
—¿Estás segura, Ama?
—Que sí hija, que sí, que ya verás lo bonito que es Londres, con sus castillos, con sus autobuses rojos y esas tiendas tan buenas.
—¡Pues yo no sé inglés, Ama! ¡Qué va a ser de mí!
—Catalina, tú no te inquietes, déjame a mí que yo te guiaré, algo me enseñó un paje que conocí en Socuéllamos.
Así llegó la flota al Támesis con Catalina cabreada y el Ama a su lado para soplarle todo en inglés. Presentóse el rey Enrique, que parecía un armario de dos cuerpos, y le dijo:
—Hello Cathy, I am Henry, the eigth (hola Cata, soy Enrique, el octavo).
El Ama le sopló algo y Catalina dijo:
—Jelou Kick, King of main (hola Quique, rey mío). Ahí el rey ya se mosqueó y dijo:
—Let’s go to the palace (vamos a palacio).
Y el Ama la incitó de nuevo, ella obedeció y dijo:
—Palas zings gou slouli (las cosas de palacio van despacio).
El rey se volvió con cara de extrañeza y Catalina inquirió a su dama:
—¿Y ahora qué digo?
—Dile, princesa, algo bonito, por ejemplo —y murmuró algo a su oído.
La princesa de nuevo obediente replicó:
—Luc güat ai tel yu, tunafish, güiz yu bred and onion (mira qué te digo, bonito, contigo pan y cebolla).
El rey exclamó:
—To the palace, now! (¡A palacio, ahora!)
Y la princesa, que no pillaba, volvióse a su Ama:
—Y ahora, ¿qué?
—Pues que a palacio.
—Dile que vale.
—Voucher, vale se dice voucher.
Pasaron los años y ellos siguieron sin entenderse. En el Ama crecía la perfidia, la ambición y el deseo y, además, Quique Ocho la miraba.
A la reina Catalina, triste y aislada en un castillo, sólo la visitaba el rey para poseerla y engendrar en ella un heredero para la corona.
Tras esas visitas nocturnas, rápidas y ausentes de cariño, la reina, siguiendo instrucciones del Ama, le decía fingiendo emoción y éxtasis:
—Yu ar a monster, Kick, ai lov yu (eres un monstruo, Quique, te quiero).
Y el rey, que no entendía nada, se cogía unos rebotes de aquí te espero.
—Dont cach baluns, Kick, plis (no cojas globos, Quique, porfa) —le suplicaba ella.
Mientras, el Ama disfrutaba con el fracaso de ese matrimonio; y el rey venga a mirarla. La reina melancólica, desesperada y abatida ante tamaño fracaso, pidió un solo capricho a su Ama.
—Ama, bonita, no me harías unos boquerones en vinagre, que tengo morriña.
Cuando esa noche llegó el rey, ciego de vino, y olió el pestazo, exclamó:
—Garlic! (¡ajo!) —y se piró para siempre.
Así que ajo y agua (garlic & water).
El Ama había conseguido su objetivo, la reina ya no sería más reina, el rey buscaba un hijo y ella, todavía joven, sería la próxima en el trono. La infame, la traidora, el pendón de Ama Bolena.
Éranse tres veces que partió la Armada Invencible rumbo a Inglaterra con las bodegas cargadas hasta los topes: que si fino, que si manzanilla, que amontillados no pueden faltar, venga de brandis, venga de oloroso, orujo de Verín, ¡y yo qué sé! Eso no era una Armada, eso era un cachondeo. Y para colmo, de inglés ni papa. ¿Decimos bien? ¡No! Hete aquí que de entre todos los hombres enrolados en esa flota sólo uno, Rafael Verde, Grin para sus amigos, decía hablar la lengua de su funny majesty (su graciosa majestad).
Y empezaron las excusas: que si el mal tiempo, que si el viento fatal, que vaya niebla, que con este frío no se puede… total, que la flota lo que tenía era una resaca monumental.
El almirante decía:
—Me temo lo peor.
Y así sucedió. Estaban todos tomando el aperitivo cuando se desató una galerna from a thousand pairs of balls (o sea, de mil pares de pelotas, porque ya estaban en la parte de Dover) y se metieron a repostar en Calais; que si armagnac, que si bien de Burdeos y de cognac… Después de comer unas ostritas, un poquito de foie y un fromage de postre, dijeron:
—Pues se ha quedan muy buena tarde… ¡A por ellos!
Grin, que de joven había navegado mil y una veces por esas aguas traicioneras, le dijo a su capitán:
—Para mí que mejor que salgamos los últimos, no vaya a ser que se líe y nos den más que a una estera. Vamos a quedarnos un ratito más en el duty-free que luego volvemos a casa sin nada para los niños y la tenemos. Total somos doscientos barcos, no se va a notar…
Estando ya en la cola de la caja, bien cargaditos de tabaco, perfumes y chuches para los niños, empezaron a oír que se estaba armando la de Dios.
En efecto, nada más remontar la bocana del puerto, saliendo a la derecha, la flota española humeaba; mástiles caídos, naves arrasadas, lanchas en el agua… Una derrota cruel, un castigo injusto, una traición del destino. Y la única nave nuevecita, la de Grin.
—¡Jodé, qué corte! —exclamó el capitán—, canta tela marinera (sea fabric) que hemos llegado tarde.
La furia y el orgullo patrio hicieron presa en la tripulación superviviente. Grin oteó el horizonte con su catalejo y divisando la nave insignia inglesa pidió a su capitán que ordenara el rumbo de colisión más corto. Así se hizo. Mientras la nave volaba sobre el agua, henchidas las velas, ciega de furia, dispuesta a todo, Grin pilló un juego de banderas y comenzó a insultar al almirante Drake, al pirata Drake.
—Coward, hen, captain of the sardines; come here if you have noses! (¡Cobarde, gallina, capitán de las sardinas; ven si tienes narices!) Give the face, suckling!, we are going to sing you the truths of the boatman! (¡Da la cara, mamón!, ¡te vamos a cantar las verdades del barquero!)
Drake miraba a Howard y Howard a Drake, mientras, beodos por la victoria, cantaban:
—We are the champions my friend, we’ll keep on fighting till the end…
—¿Qué dicen esas banderas, contramaestre? —inquirió Drake.
—Indescifrable, mi almirante, las palabras las entiendo todas, el mensaje no.
—En cualquier caso sacúdeles un par de cañonazos y que no incordien.
Antes de poder cumplir esa orden la proa del barco español se incrustó en el costado del británico. Momentos después de la colisión la nave hispana saltó en mil pedazos desgarrada por el fuego enemigo. La bodega escupió cientos de toneles que volaron por el aire derramando su contenido sobre los ingleses. En breve el alcohol se Incendió rodeando a la flota enemiga y haciéndola retroceder para siempre. Así fue como, al menos, unas pocas naves españolas pudieron escapar de las zarpas del león británico.
Grin, que había caído al agua catapultado por la explosión, trepó como pudo a un tonel de Jerez intacto y remando con las banderas llegó horas después a la costa inglesa.
Y ésta es la historia de la entrada del. Jerez en Gran Bretaña: ellos nos hundieron la flota y nosotros les alegramos la vida.
Éranse cuatro veces que se lió en el Peñón la gorda y a los ingleses les apeteció quedarse. Conchita de la Línea, emprendedora y popular joven, muy bien relacionada en toda la comarca, pasó su miedo pues le pilló todo el marronazo en el otro lado de la línea. Viendo que aquello empezaba a cambiar, decidió dedicarse a pasar cosas de un lado a otro de la frontera, y pensó que sería prudente transformar su imagen y comenzó por maquearse un poco el nombre.
—Desde hoy me haré llamar «Shell of the Line» —se dijo, en voz alta— y me voy a forrar pasando de todo.
No crean que se hizo pasota, estaba naciendo la primera dama contrabandista. Café, tabaco, chocolatinas, telas, tela marinera. En fin, la nueva situación política le vino al pelo a nuestra protagonista. Cuando nos quisimos dar cuenta de que habíamos perdido la Roca, ella hacía mucho que se había dado cuenta de que se estaba forrando. ¿Cuál fue su secreto? ¿Cómo consiguió burlar todos los intentos de sorprenderla con las manos en la masa? Muy sencillo: Conchita tenía despistados hasta a los monos hablando en una jerga que casi nadie lograba descifrar.
—Pepito, I have a barrel of little fish of extrangis, I pass it by the face at ten o’clock in… (Joe, tengo un barril de chanquetes de extrangis y lo voy a pasar de extrangis por la cara a las diez en…)
Conchi utilizaba como correo a unas monjitas que pasaban continuamente de un lado a otro. Incluso en alguna ocasión aprovechó la densidad de los hábitos de las sores para camuflar artículos de lujo.
—Bingo! —allí ha gustado mucho el juego siempre—, to other thing butterfly, and now they don’t catch mi with tobacco, nor even with big-dustys! —que también los pasaba—. (¡Bingo!, a otra cosa mariposa, ¡no me pillan con tabaco, ni con polvorones!)
¿Quién podía entender estas frases?
«I make my august in Christmas and then I open my self throwing milks, in dust, of course, mother! (Hago mi agosto en Navidad y entonces me abro echando leches, en polvo, ¡por supuesto, madre!)». Esto es lo que contaba en una de sus últimas cartas conocidas a la superiora de las tururinas (maybe, acufladoras del célebre «tururu that I saw yo»., o sea, taran que te vi), las monjas que tanto la habían ayudado.
Shell parecía intuir su próximo éxito. En efecto, poco después acertó a atracar en el puerto de Gib un buque holandés, ¿errante?, con su flamante armador, Marinus Van Dan, a bordo. Venía cargado de petróleo desde Arabia. Van Dan conoció a Conchita y se quedó pillado, pillado en la portezuela del coche de caballos en el que ésta se movía como Petra por su casa de un lado a otro. Van Dan, tan pronto como pudo soltarse, invitó a Conchi a su barco.
Sus ojos brillaron como nunca. Podía convertirse en la mujer de un armador y además necesitaba un buen sitio para guardar todo el dinero que había atesorado, ella sí que le había sacado partido a la situación.
—Luk Van-Danguito, yu and mi will eat partridges? (mira Fan-Danguito ¿tú y yo comeremos perdices?).
—Yes, Shell of the Line, my Shell.
Y así fue como Conchi de la Línea llegó a ver su nombre en la chimenea de tantos y tantos petroleros que aún hoy en día surcan las aguas de medio mundo.
Éranse cinco veces que un tal Xoxe, de Villagarcía de Arousa, cocinero y con ambición, emigró a Estados Unidos de América para buscarse la vida, como tantos y tantos miles de colegas. Una vez en USA Xoxe buscó influencias y se encontró con un amiguete de Padrón que le habló muy bien de la Navy.
—¡Xoxe, enrólate en la Navy! —le dijo Xuan.
No lo dudó ni un minuto. Semanas después Xoxe se había convertido en Xoe (pronúnciese «sho»). y era el cocinero de un barco que meses más tarde pasaría a la historia: el Maine. El pulpo a feira, el lacón con grelos, las vieiras, la queimada, ¡ay la queimada!, qué mala pasada nos jugó.
Un buen día, estando atracado en el puerto de La Habana, Xoe le dijo a su capi:
—Carballín y today, qué carallo fago? Do you want lacon with grelos or octopus at fair? It gives me the same than the same gives me, to me plin… (Carballín y hoy, ¿qué carajo hago? ¿Quiere lacón con grelos o pulpo a feira? Lo mismo me da que me da lo mismo, a mí plin).
El capi le contestó lacónico:
—Queimad, Xoe, queimad, please! (¡Queimada, Xoe, queimada, por favor!)
Y dicho y hecho, Xoe se dispuso a preparar una gran queimada. Curiosamente aquella noche había invitados a bordo y decidió prepararla en el mayor recipiente que encontró en su reluciente cocina. Todo iba bien hasta que a un metepatas —en todos los momentos históricos aparecen cuándo menos se lo piensa uno— se le ocurrió tapar la cazuela e invitar a Xoe a un trago de ron. El ron volvía loco a Xoe y por un trago dejaba todo lo que estuviera haciendo. Unos instantes después la cazuela explotó y prendió fuego primero a toda la cocina y después a todo, todito el barco.
Xoe, bastante quemadito, se tiró por la borda y llegó nadando hasta el puerto. El Maine: fatal, hundido, barco de tres; Cuba: perdida; los americanos: a lo suyo. ¿Y Xoe? Logró sobrevivir, muy quemado, para siempre, fundó la Bodeguita in Between y como se libró por tirarse al mar fue conocido, gracias a su amigo Nicomedes, como «el Mojaít».. De mojaíto derivó a mojito, una bebida que comenzó a preparar en su bodeguita, con ron, la bebida que le salvó la vida.
Perdimos Cuba, pero ganamos los mojitos, ¡qué carallo!
Éranse seis veces; ¡ay! Ahí le duele, y es que ya eran seis veces dando por saco. Pues bien, al grano.
Shelly estaba preparada. Sabía que su hombre estaba a punto de llegar al puerto de Gibraltar. Se trataba de Joni, un descendiente de Xoe, exactamente bisnieto. Shelly controlaba todo en la Roca, o al menos eso decía ella cuando presumía de ser descendiente de Shell of the Line, exactamente tataranieta.
José Nicomedes, Joni, era un tipo de largas travesías y grandes travesuras. Estudió Física en La Habana y pronto comenzó a trabajar como cocinero en barcos del Gobierno. Además era espía cubano.
Shelly era una joven ejecutiva del Gobierno gibraltareño, descendiente de contrabandistas. Ella también espiaba, para España.
Se conocieron en el bar The Golden Little Flat (El Llanito Dorado) y se contaron su vida resumida en tres cubatas, mintiéndose ambos como locos. Shelly le ofreció rápidamente lo que él esperaba, que trabajase como espía para ella.
—Joni: tú eres un hombre ideal para trabajar con nosotros, con el contraespionaje gibraltareño; eres físico y cocinero. Te esperaba, yo soy espía.
—¡Mi niiña!, ¿como Marta Hari?
—Sí.
Y dicho y hecho: ambos lograron su objetivo. A él le vino de perlas pues cada vez que regresaba de Europa su barco, él llevaba en la memoria la carga más valiosa. Podían entrar en acción.
A la semana se volvieron a ver y Shelly le contó todo el plan.
—Mira, te he enrolado en el submarino Tireless. Lleva aquí parado tres semanas, las que hace que se piró el cocinero. Están todos como locos por comer bien. Llevan veinte días a base de fish and chips. Te recibirán de miedo; lo tendrás muy fácil. Sabemos que este submarino pertenece a una serie que está fallando. Algo no les va bien en el reactor y no sabemos el motivo. Esa es tu misión.
—¡Por la Caridad del Cobre!, mihijita, yo no puedo metelme en ese lío.
—Sí, sí puedes, contarás con la ayuda de Paul Fernández-Lee, nuestro hombre de confianza a bordo. Con él puedes hablar en castellano, es llanito. Mandarás la información en fromlostiano.
—¿Cómo, mi reina? Yo no sé qué es eso —mentía.
—Es muy fácil, es hablar como en español pero en inglés, mira: It is more sucked than the pipe of an indian (está más chupado que la pipa de un indio). Toma estos libros y ensaya un poco.
Joni, que sí sabía, le dijo:
—And a lolly pop from Havana, I don’t make the indian. (Y un pirulí de La Habana, yo no hago el indio).
Ella le respondió:
—Throw the rest, you can to enjoy yourself like a midget. (Echa el resto, puedes divertirte como un enano).
Finalmente accedió, tenía que fingir.
El barco se hizo a la mar. Habían transcurrido varios días y Joni no había dicho ni pío. Shelly se empezó a impacientar y le mandó un emilio:
—Hola, mi niño. ¿Cómo va la reacción?
Él, que no sabía cómo contestar, lo hizo así:
—Nor potatoe (ni patata).
La vida a bordo seguía su curso. Joni se paseaba por el barco, entre horas, siempre con una botella de ron en la mano; había cargado diez cajones de los suyos. Pronto descubrió que los ingleses eran mucho más simpáticos si la conversación comenzaba con una botella de ron delante. ¡Cómo cantaban los ingleses! Todas las puertas se le abrieron de par en par. Efectivamente se estaba divirtiendo como un enano y estaba aprendiendo muchas cosas.
Un buen día llegó hasta la misma zona del reactor con dos botellas. El que estaba de turno se mamó media y, un poco tocadito, pidió ayuda a Joni para abrir unas válvulas. Joni lo hizo y aprovechó para volcar una botella enterita sobre la tapa del reactor nuclear A los pocos segundos el submarino eructó violentamente y comenzó a navegar a todo trapo dando tirones y subiendo y bajando bruscamente. Salía a la superficie y echaba humo amarillo. Se sumergía y echaba burbujas amarillas. Parecía un submarino… amarillo. Media tripulación mamada, durmiendo o cantando «We all live in the yellow submarine». y la otra media cagadita pues el calentón había sido de los gordos; edificante. El Tireless era una caldera atómica en medio del mar. El capitán, muy británico, dijo:
—Don’t panic! —Y ordenó rumbo a Gibraltar. Dentro del submarino había un pestazo horrible a ron, pero nadie sabía nada; ellos son así.
Enseguida, Shelly recibió un emilio:
—Tireless fried; repeat: submarine Tireless fried. Half crew shit like a grand piano; submarine also. Half crew slept female monkey; submarine go packed, throwing shavings. Captain fly behind ear, generator look at me and don’t touch me. Course to Gibraltar. People ready plant face. (Tireless frito; repito: submarino Tireless frito. Media tripulación mierda como piano de cola; barco también. Media tripulación duerme mona; submarino embalao, echando virutas. Capitán mosca detrás oreja, generador mírame y no me toques. Rumbo a Gibraltar. Pueblo preparado para plantar cara).
Shelly difundió la noticia en la zona de la siguiente forma:
—Tocado barco de tres. Submarino Tireless averiado rumbo a Gibraltar. Alerta nuclear.
Nadie supo cómo se había corrido la voz pero a las pocas horas toda la comarca estaba al loro, cuando el Tireless aún no había arribado a Gibraltar.
La noticia cundió entre los gaditanos, no se hablaba de otra cosa en los bares; mañana tarde y noche. Algunos se pusieron como locos a preparar coplas de carnaval; tenfan tema.
Cuando llegó a puerto cundió el pánico en toda la zona. La noticia voló a Madrid y a Londres. Todos querían una explicación pero nadie sabía lo que había pasado.
Joni le contó su versión a Shelly.
—Mira, he sido yo el que ha provocado el lío sin querer. Se me cayó una botella de ron Explosivo Añejo enterita sobre el reactor nuclear y el Tireless quedó muy afectado. He mamao a toda la tripulación y he mamao al propio Tireless. Me han contado… (materia reservada, no se puede contar todo).
—Pues la hemos hecho buena, ¿será peligroso? —dijo Shelly.
Se armó la gorda. Hablaron los políticos; la prensa no paraba; el pueblo se mosqueó; las chirigotas se dispararon. Los ingleses decían que no era nada, que estaba todo bajo control, pero pasaban los días y nadie tenía ni idea de lo que había sucedido y lo que es peor: ¿quién se atrevía a poner en marcha el reactor?
Joni, viendo que no metían mano al barco, se decidió a actuar; debía terminar su misión. Algo le tenía que contar a Shelly y le dijo lo siguiente, ella se lo creía todo:
—Mira Shelly, he averiguado que el calentón de los conductos de refrigeración fue muy fuelte, con el ron debió estlopearse algo, tal vez se ha rajado una tubería. Me he enterado de que todos los demás submarinos tuvieron la misma avería y sé que siempre aparecieron botellas vacías en la sala del reactor. Creo que algunas averías fueron más fáciles pues no en todos los submarinos se bebe lo que yo he traído, era muy fuelte. Esa es la explicación de las averías.
Shelly se quedó encantada, la pobre, y dio ese informe al Gobierno.
La cosa se prolongaba, se estaba acabando el ron, había que actuar. Joni envió un correo a su país:
—Reparation Tireless it coast one Congo. British more stiff than a broom, (Reparación Tireless cuesta un Congo. Británicos más tiesos que una escoba). Espero respuesta.
Rápidamente la recibió:
—Imagination to the power; pana dip yourself! Trick or treat; we will drink! (Imaginación al poder; ¡compañero, mójate! Truco o trato; ¡beberemos!) Sin duda el juego de palabrás final era en plan cifrado el «¡Patria o muerte; venceremos!».
Él se había hecho el longuis con Shelly: conocía de sobra el fromlostiano y sabía cómo arreglar la avería, provocada por él mismo para poder concluir su misión que no era otra que explorar los conductos de refrigeración; de eso saben poco los cubanos.
Joni se puso manos a la obra. Lo primero que consiguió fueron los planos. Después le pidió algunos materiales a Shelly.
—Yo no puedo esperar más, esto es muy aburrido. Quiero irme a Cuba pero antes voy a arreglarlo. Necesito una lata de dos kilos de mermelada de naranja, exactamente de la marca Spanish Gold, la Valencianita, una de dulce de guayaba de cinco kilos, Dulce Dama, dos metros de goma de neumático, como las de hacer tiradores, exactamente de la marca Tiramillas, y con eso lo arreglo.
Shelly, muy efectiva, le consiguió todo y en dos días el submarino estaba listo. Aún no habían venido los del servicio técnico oficial inglés, tenían mucho trabajo por otros mares.
Joni pudo haberse marchado, se había hinchado a espiar y además había arreglado el submarino, pero no quería perderse, por nada del mundo, la cara de los British cuando vieran su obra. Finalmente llegaron los técnicos ingleses. Joni tuvo el privilegio de ver la cara de asombro que pusieron cuando al revisar la avería de los circuitos de refrigeración descubrieron que había sido reparada con unas latas y unas gomas, además procuró que se vieran las marcas: Spanish Gold, la Valencianita, Dulce Dama y Tiramillas. Pobrecillos, qué impresión.
Para más mosqueo, Paul Fernández-Lee, in the garlic (en el ajo), tenía el encargo de encender los motores en plena revisión. Fue de escándalo. Todos salieron por pies. Y eso que estaba todo bajo control. Sólo quedaron dentro Paul, Joni y los pobres pringaos que estaban revisando la avería y que aún no daban crédito de lo que habían descubierto.
Todo el Campo de Gibraltar se puso en alerta roja, los monos del Peñón fueron evacuados hacia Londres en avión oficial. Los servicios de inteligencia de Gran Bretaña y España no tenían ni idea de lo que estaba sucediendo.
El Foreign Office ocultó todo lo descubierto y los técnicos se tiraron el moco de haber reparado el submarino ellos mismos en un tiempo récord. Les vino de perlas porque sabían cómo arreglarlo pero no tenían ni un penique.
Shelly no se coscó de nada.
Joni se piró en su barco aprovechando el follón. El Tireless estaba listo para zarpar. Había pasado el peligro.
Días después, el primer ministro de Gran Bretaña recibió el siguiente mensaje desde Cuba:
«Mister plemier: ¿quiere un consejo sobre sus submarinos nucleares?: Tíreloss. ¡Ah! y compañero, recuerda: Navidad es todo el año, sigue tomando tu-ron Explosivo Añejo».