No hay parte de este mundo de costas, continentes, océanos, mares, estrechos, cabos e islas que no esté bajo el dominio de un viento imperante, regulador de su tiempo característico. El viento rige los aspectos del cielo y la acción del mar. Pero ningún viento gobierna indiscutido su corona de tierra y agua. Al igual que ocurre con los reinos de la tierra, hay regiones más turbulentas que otras. En la franja central del globo los Vientos Alisios reinan soberanos, incontestados, como monarcas de reinos establecidos desde antiguo, cuyo tradicional poder, que frena toda ambición desmedida, no es tanto el ejercicio de una autoridad personal cuanto el funcionamiento de instituciones consolidadas hace tiempo. Los reinos intertropicales de los Vientos Alisios son propicios a la vida normal de un buque mercante. Rara vez llevan sus alas el toque de rebato a los atentos oídos de los hombres apostados en las cubiertas de los barcos. Las regiones gobernadas por los Vientos Alisios de noreste y sudeste son tranquilas. En un barco con rumbo sur, comprometido en un largo viaje, la travesía de sus dominios se caracteriza por un relajamiento de la tensión y de la vigilancia por parte de los marinos. Esos ciudadanos del océano se sienten protegidos bajo la égida de una ley incontrovertida, de una dinastía indisputada. Allí es, en efecto, si en algún punto del globo, donde puede confiarse en el tiempo.
Sin embargo, no de manera absoluta. Incluso en el reino constitucional de los Vientos Alisios, los barcos se ven sorprendidos por extrañas perturbaciones al norte y al sur del Ecuador. Pero, con todo, los vientos del este, y, en términos generales, el tiempo del este, se caracterizan en el mundo entero por su regularidad y su persistencia.
Como soberano, el Viento del Este posee una estabilidad notable; como invasor de las altas latitudes que se hallan bajo el tumultuoso dominio de su gran hermano, el Viento del Oeste, resulta sumamente difícil de ahuyentar, en virtud de su fría artería y de su profunda doblez.
Los estrechos mares que circundan estas islas, donde los almirantes británicos montan guardia y vigía sobre las marcas del Océano Atlántico, están sometidos al turbulento dominio del Viento del Oeste. Llámeselo del noroeste o del sudoeste, es siempre el mismo: una fase diferente del mismo carácter, una expresión distinta en el mismo rostro. En la orientación de los vientos que gobiernan los mares, las direcciones norte y sur carecen de importancia. No hay en esta tierra Vientos de Norte y
Sur de consideración. Los vientos del Norte y del Sur son sólo pequeños príncipes dentro de las dinastías que en el mar deciden la guerra y la paz. No se imponen nunca sobre un escenario vasto. Dependen de causas locales: la configuración de las costas, las formas de los estrechos, los accidentes de pronunciados promontorios en torno a los cuales desempeñan su reducido papel. En la política de los vientos, como entre las tribus de la tierra, la verdadera lucha está entre el Este y el Oeste.