A un marino le resulta difícil creer que su barco varado no se sienta, en la comprometida y antinatural situación de verse sin agua bajo la quilla, tan desdichado como él al sentirlo encallado.
Varar es, en efecto, el reverso de hundirse. El mar no se cierra sobre el anegado casco con una rizada y risueña onda, o quizá con el furioso ímpetu de una ola encrespada que borra su nombre del censo de los barcos vivos. No. Es como si una mano invisible surgiera furtivamente del fondo para agarrar su quilla mientras se desliza por el agua.
La «varada» le produce al marino, más que ningún otro lance, una sensación de estrepitoso y rotundo fracaso. Hay varadas y varadas, pero puedo decir con absoluta certeza que el noventa por ciento de ellas son casos en los que un marino, sin deshonra, puede muy bien pensar que más le valiera estar muerto; y no me cabe duda de que, entre los que han pasado por la experiencia de ver a su barco tocar fondo, el noventa por ciento pensó positivamente, por espacio de unos cinco segundos, que más le valdría estar muerto.
«Tocar fondo» es la expresión profesional para un barco que ha varado en circunstancias benignas. Pero la impresión es más como si el fondo hubiera asido la embarcación. Para los que están sobre cubierta es una sensación sorprendente. Es como si los pies se vieran atrapados por un cepo imponderable; uno siente amenazado el equilibrio de su cuerpo, y el seguro aplomo de su espíritu queda anulado al instante. Esta sensación dura sólo un segundo, porque, incluso en el momento de tambalearse, algo parece surgirle a uno en la cabeza, suscitando, antes que nada, la exclamación mental, llena de estupor y consternación: «¡Por Júpiter! ¡Hemos encallado!»
Y eso es algo en verdad terrible. Después de todo, la única misión de la profesión marina consiste en mantener las quillas de los barcos a distancia del fondo. Así, en el momento de la varada la existencia del marino queda privada de todo pretexto para su prolongación. Mantener barcos a flote es su oficio; es su deber; es el contenido real subyacente a todos esos vagos impulsos, sueños e ilusiones que contribuyen a formar la vocación de un muchacho. El aislamiento de la quilla de un barco por parte de la tierra, aun cuando de ello no se siga nada peor que el desgaste del cabo de remolque y una pérdida de tiempo, deja en la memoria del marino, indeleblemente grabado, un regusto a desastre.
«Varado», en el contexto de este artículo, tiene el sentido de una equivocación más o menos disculpable. Un barco puede «dar a la costa» a causa del temporal. Es una catástrofe, una derrota. «Embarrancar» tiene la mezquindad, el patetismo y el amargor del error humano.