I

La Recalada y la Partida marcan el rítmico vaivén de la vida del marino y de la carrera de un barco. De tierra a tierra es la más concisa definición del destino de un navío en este mundo.

Una «Partida» no es lo que alguna ilusa gente de tierra puede creer. El término «Recalada» se entiende más fácilmente; uno se encuentra con la tierra[4], y todo es cuestión de buena vista y de que la atmósfera esté despejada. La Partida no consiste en la salida del barco del puerto más que en la medida en que la Recalada pueda considerarse como sinónimo de la arribada. Pero la Partida presenta la siguiente diferencia: que el término no hace tanto referencia a un fenómeno marítimo cuanto a un acto concreto que supone una operación: la observación precisa de ciertas marcas por medio de la rosa náutica.

La Recalada, sea una montaña de singular perfil, un cabo rocoso o un tramo de dunas, primero uno la percibe de un solo golpe de vista. Luego vendrá, a su debido tiempo, un reconocimiento más amplio; pero una Recalada, buena o mala, en esencia se hace y acaba con el primer grito de «¡Tierra a la vista!». La Partida es, sin lugar a dudas, una ceremonia de la navegación. Un barco puede haber salido del puerto hace ya cierto tiempo; puede llevar días en la mar en el sentido más cabal de la expresión; y, sin embargo, mientras la costa que se dispusiera a abandonar permaneciera aún a la vista, un barco de antaño con rumbo sur todavía no había dado comienzo, en el sentir del marino, a la aventura de su travesía.

La marcación de la Partida es, si no la última visión de tierra, sí quizá el último reconocimiento profesional de tierra por parte del marino. Es el «adiós» técnico, a diferencia del sentimental. A partir de ese momento, la relación del marino con la costa que queda a espaldas de su barco ha terminado. Se trata de una cuestión personal del hombre. No es el barco el que marca la Partida; el marino marca su propia Partida por medio de una intersección de rumbos que determina el lugar de la primera y diminuta cruz trazada a lápiz sobre la blanca extensión de la carta de marear, donde la posición del barco al mediodía se señalará cada día de travesía con otra diminuta cruz a lápiz de iguales características. Y puede haber sesenta, ochenta, un número indefinido de tales cruces en el recorrido de un barco entre tierra y tierra. El número mayor de que yo he tenido experiencia fue de ciento treinta cruces, desde el puesto del práctico en las Puntas de Arena del Golfo de Bengala hasta el faro de las Scilly. Una mala travesía…

La Partida, esa última visión profesional de tierra, es siempre buena, o al menos no es mala. Pues aunque haga tiempo cerrado, eso no es gran problema para un barco que tiene el mar entero abierto ante sus amuras. La Recalada puede ser buena o mala. Uno abarca la tierra con tan sólo un punto concreto de ella en la retina. Todos los trazos sinuosos que el curso de un velero va dejando sobre el blanco papel de una carta náutica apuntan siempre a ese minúsculo punto: tal vez una pequeña isla en medio del océano, un único cabo en la larga costa de un continente, un faro sobre un acantilado, o simplemente la puntiaguda silueta de una montaña como un cúmulo de hormigas flotando sobre las aguas. Pero si se la ha avistado en la demora esperada, entonces esa Recalada es buena. Brumas, tormentas de nieve, temporales con abundancia de nubes y lluvia, esos son los enemigos de las buenas Recaladas.