Joseph Conrad empezó a escribir capítulos de El espejo del mar en 1904, como respiros en la laboriosa gestación de su novela Nostromo, y no dio por concluido el libro hasta 1906, cuando ya acometía la redacción de The Secret Agent. Primeras versiones de algunas partes fueron viendo la luz en periódicos y revistas (Daily Mail, The World’s Work, Pall Mall Magazine y Blackwood’s Magazine) antes de que Methuen and Co., de Londres, lo publicara en octubre de 1906.
Desde esta primera, las ediciones inglesas de The Mirror of the Sea incluyen un capítulo más de los que aquí se ofrecen: el último, titulado The Heroic Age, que Conrad había escrito independientemente, en 1905 y a petición del Standad, para conmemorar el centenario de la muerte de Lord Nelson. Cuando su amigo —y traductor, junto a Gide, de la mayor parte de su obra al francés— Gérard Jean-Aubry preparaba su versión de Le Miroir de la mer, Conrad le pidió que excluyera ese último capítulo, manifestándole que en realidad no formaba parte del libro. Este terminaba con El’Tremolino’, y había sido Methuen and Co. la responsable de la inclusión del texto sobre Nelson en el volumen. A mi modo de ver, esto no sólo es absolutamente cierto, sino que el tono y la textura de The Heroic Age son tan distintos de los del resto de la obra que su inclusión —aun como apéndice— no puede por menos de menoscabar gravemente la rotundidad y perfección del libro. Asimismo, he desestimado la traducción de un texto que tiene mucho que ver con el espíritu de El espejo del mar: The Silence of the Sea, de 1909, en el que Conrad abunda en el tema del capítulo Retrasados y desaparecidos. Escrito en un momento de grandes dificultades económicas, su calidad es tan inferior a la de The Mirror of the Sea que su publicación aquí constituiría tan sólo un acto de gula abocado al arrepentimiento. The Silence of the Sea se encuentra en Congo Diary and Other Uncollected Pieces, edited by Zdzislaw Najder (DQubleday and Company, Inc., Nueva York, 1978).
La edición empleada para esta traducción es The Mirror of the Sea and A Personal Record (Dent, Londres, 1972), que no lleva introducción ni notas de ningún tipo. A este respecto me ha sido muy útil Le Miroir de la mer, traduction et notes par Gérard Jean-Aubry (Gallimard, París, 1946). Las notas de la presente edición inspiradas en las del amigo y biógrafo francés de Conrad van marcadas al final con sus iniciales: G.J-A.
Quisiera añadir unas palabras sobre el inglés de Conrad y su traducción. No cabe duda de que la prosa de este polaco de origen —que no aprendió la lengua en que escribía hasta los veinte años— es una de las más precisas, elaboradas y perfectas de la literatura inglesa. Sin embargo, al mismo tiempo, es de lo menos inglés que conozco. Su serpenteante sintaxis no tiene apenas precedentes en ese idioma, y, unida a la meticulosa elección de los términos —en muchos casos arcaísmos, palabras o expresiones en desuso, variaciones dialectales, y a veces acuñaciones propias—, convierte el inglés de Conrad en una lengua extraña, densa y transparente a la vez, impostada y fantasmal. Uno de sus rasgos más característicos consiste en utilizar las palabras en la acepción que les es más tangencial y, por consiguiente, en su sentido más ambiguo.
No he temido mantener todo esto (en la medida de lo posible) en castellano, aun a riesgo —o con la intención— de que el español de este texto resulte algo insólito y espectral. Pero creo que la intransigencia es el único guía posible a la hora de traducir a Conrad: sólo así el lector podrá recibir, tal vez, la misma impresión que en su día tuvieron Kipling, Galsworthy, Arnold Bennett, H. G. Wells, Edward Garnett y Henry James, todos ellos fervientes entusiastas y admiradores de The Mirror of the Sea.
Sólo me resta dar las gracias a Catherine Bassetti, que me sacó de dudas ante algunas exageradas ambigüedades de la prosa de Mr. Conrad, y a Luis de Diego, teniente coronel de la Armada, sin cuya ayuda habría sido incapaz de dar con el equivalente exacto de ciertos giros y términos marineros que sólo puede conocer quien ha pisado muchos barcos a lo largo de su vida.
Javier Marías