Me despierta por la mañana el aroma del café recién hecho y los cruasanes todavía calientes. Cuando abro los ojos, veo a Damien junto a la cama con la bandeja de la que provienen esos olores apetitosos.
—¿Qué es todo esto? —pregunto.
—Una mujer que empieza hoy en su nuevo trabajo merece desayunar en la cama —dice y coloca la bandeja sobre mi regazo en cuanto me incorporo y me siento.
Tomo un sorbo de café y suspiro mientras el elixir comienza a obrar su magia.
—¿Qué hora es?
—Un poco más de las seis —dice, y reprimo un gemido—. ¿Cuándo se supone que tienes que estar en el trabajo?
—A las diez. Bruce me pidió que me incorporara un viernes porque va a ser un día de papeleo y toma de contacto. Probablemente la última semana de relax que tendré en mucho tiempo. El lunes seguramente tendré que fichar a las ocho, ya verás.
—Ni te molestes en fingir que no te gusta la idea. Sé que te encanta.
Se sienta en la cama junto a mí y bebe de mi taza. No creo ni que sea consciente de haberlo hecho, pero yo no puedo evitar sonreír ante tal muestra de intimidad.
En cuanto a lo de que me encanta el trabajo, tiene razón. Hacía menos de un mes que me había mudado a Los Ángeles con la idea de arrasar en el mercado tecnológico. Mi trabajo en la empresa de Carl, C-Squared, resultó ser un auténtico fiasco, pero siento vértigo en cuanto a mi nuevo puesto en Innovative Resources, una compañía que hace un trabajo de la misma calidad con un jefe menos psicótico.
Unto algo de mermelada de fresa en el cruasán, le doy un mordisco y me sorprendo al descubrir que sigue caliente y hojaldrado, y que se deshace en mi boca.
—¿Dónde has comprado estos cruasanes?
No puedo creerme que su jogging matutino lo haya llevado a la ciudad y, desde luego, no se trata de dulces congelados y recalentados.
—Edward —dice Damien refiriéndose a su chófer.
—Dale las gracias de mi parte.
—Puedes agradecérselo tú misma. A menos que tengas pensado ir andando a trabajar, él se encargará de llevarte.
—¿No me llevas tú?
—Aunque me encantaría compartir el coche contigo hoy, me temo que no será posible.
Se acerca hacia mí como si fuera a besarme, pero en vez de eso me coge de la mano y, deliberadamente, se lleva el cruasán a la boca y lo muerde. Me sonríe con ojos de niño travieso.
—Tienes razón —asiente—. Delicioso.
—Ahora está en deuda conmigo, señor. No puede robarle su dulce a una dama y salir indemne.
—Espero su justo y severo castigo —insinúa poniéndose en pie y ofreciéndome su mano—. O quizá podría compensarla en la ducha.
—No lo creo —digo con aire altivo—. No quiero llegar tarde el primer día.
—Creía que no tenías que estar allí hasta las diez.
Asiento con la cabeza mientras me acabo el cruasán y lo acompaño con otro sorbo de café.
—Cierto, pero sí que tengo que ir a casa y vestirme —replico dedicándole una sonrisa maliciosa—. Y necesito una ducha para quitarme todo ese sexo de anoche de encima.
—Esa idea es muy triste —dice—. Por supuesto, si a pesar de todo insistes en adoptar una actitud tan radical, te ofrezco la posibilidad de compartir la ducha conmigo.
Lo miro de arriba abajo. Está bien afeitado, y lleva unos pantalones impecablemente planchados y su camisa blanca habitual. Su chaqueta está extendida a los pies de la cama y casi puedo oler el perfume fresco del gel en su piel.
—Pues parece que no se te ha dado mal sin mí —apunto.
—Eso no es cierto —dice con palabras cargadas de sentido—. Yo, por ti, me volvería a duchar sin problemas.
—Tentador —admito mientras aparto la bandeja y salgo de la cama. El aire es fresco, pero le sienta bien a mi piel aún sensible a Damien—. Pero ¿no tienes que irte a trabajar? ¿Empresas que fusionar? ¿Tecnología punta que adquirir? ¿Quizá una galaxia que comprar?
Sujeta una bata abierta para que me la ponga. No es la roja que empapé anoche en la piscina, así que me pregunto cuántas tendrá en el armario.
—Eso ya lo hice la semana pasada. Parece ser que ya no queda nada que comprar.
—Pobrecito —murmuro mientras me enredo en sus brazos y le doy un suave beso en la barbilla. Después me ata el cinturón—. Igual que Alejandro. Ya no quedan mundos que conquistar.
Acaricia mis brazos cubiertos de seda y tiemblo al sentir su tacto.
—Te aseguro que estoy muy orgulloso de mis conquistas —dice mientras su mirada pasa de intensa a calculadora—. Pero tienes razón. Tengo un día lleno de reuniones en Palm Springs que empiezan a las ocho de la mañana.
Lo miro boquiabierta.
—¿Y tú eras el que quería ducharse? ¿Qué habrías hecho si te llego a decir que sí?
—Me lo habría pasado muy bien, te lo aseguro.
—Y también habrías llegado tarde a tu reunión.
—Estoy bastante seguro de que no habrían podido empezar sin mí. Sin embargo, no es una excusa para llegar tarde.
En ese momento, una fuerte estampida invade mis oídos y la casa entera parece vibrar.
—¿Qué es…?
—Mi transporte —me interrumpe Damien, y entonces veo aparecer un helicóptero por encima del tejado que desciende hacia el balcón.
Salgo corriendo fuera y veo cómo el helicóptero aterriza en un área plana de césped del jardín.
Me giro y miro a Damien.
—¿Qué es eso? —pregunto—. ¿No podías permitirte un helipuerto como Dios manda?
—Al contrario, estás viendo una plataforma de aterrizaje de última generación, ecológica y reforzada con hierba artificial.
Pestañeo.
—¿En serio?
—Es bastante revolucionario, te lo garantizo. La tierra ha sido preparada con un sistema de mallas de alta resistencia a la presión que forman un sistema radicular de anclajes que ofrece una superficie con una capacidad extraordinaria para soportar grandes pesos. Y dado que las colinas de Malibú tienen tendencia a los aludes de barro, he tomado las precauciones habituales y he reforzado el área con una red de distribución enterrada en la que se funde el sistema radicular. El resultado es bastante impresionante.
—Si tú lo dices…
Sonríe con superioridad.
—Me temo que no es uno de mis proyectos. Al menos no por ahora. He iniciado conversaciones con la empresa propietaria de la patente de esta tecnología.
—¿Para comprar la compañía?
—Quizá. O es posible que solo intervenga como un socio en la sombra —me dice fijando la mirada en mí—. No todos mis negocios implican meter los dedos en la tarta.
Hago caso omiso del mensaje implícito. Yo sí que quiero el millón que he ganado posando para montar mi negocio, el que pienso poner en marcha en cuanto me sienta preparada. Damien quiere ayudarme y cree que ya estoy lista. No es algo que me esté planteando ahora mismo, pero él sigue insistiendo.
—Estás preparada, Nikki. Puedes hacerlo.
—Sorprendentemente, creo que estoy mucho más capacitada para juzgar mi aptitud que tú —le aclaro con mayor brusquedad de la que quería.
—Disposición, sí. Aptitud, no. Ese es un criterio mucho más objetivo y eso es algo que yo puedo evaluar mejor que tú. Tú estás demasiado cerca del sujeto en cuestión. Echemos un vistazo a las pruebas, ¿vale?
Cruzo los brazos a la altura del pecho y frunzo el ceño, pero él insiste.
—Ya tienes en el mercado dos aplicaciones razonablemente rentables para smartphone, totalmente diseñadas, comercializadas y asistidas por ti y solamente por ti. Y todo esto cuando todavía estabas en la universidad, y ya eso, por sí solo, indica que tienes esa autosuficiencia que necesita un buen empresario. Tus licenciaturas en ingeniería electrónica e informática son solo la guinda del pastel, pero las invitaciones a los programas de doctorado tanto del MIT como del CalTech demuestran que no soy el único que piensa así.
—Pero rechacé las ofertas.
—Así puedes trabajar en el mundo real y adquirir experiencia.
Sé que no voy a ganar esta discusión, así que hago lo único que puedo hacer: la ignoro y lo beso suavemente en la mejilla.
—Su transporte ha llegado, señor Stark. No querrá llegar tarde.
Giro la cabeza, pero él me coge de la mano y tira de mí. Su beso es largo y profundo y hace que me tiemblen las piernas, pero Damien me sujeta para que no me caiga al suelo.
—¿A qué viene esto? —respiro cuando por fin me suelta.
—Para que recuerdes que creo en ti.
—Oh.
Su voz transmite tanto orgullo y confianza que me encantaría poder esnifarlos como una droga.
—Y también es una promesa —añade con una curva sexy en los labios—. Te llamaré cuando esté de vuelta. No sé a qué hora será.
—El helicóptero no es tan rápido como parece, ¿no? —lo provoco un poco.
—La verdad es que mis colegas no hacen negocios a la velocidad que a mí me gustaría.
—No hay problema. De todas formas, esta noche ceno con Jamie. Últimamente he sido una amiga bastante ausente —digo mientras intento alejarme, pero me aprieta los dedos con más fuerza—. ¿Qué?
—No quiero irme.
Su sonrisa es infantil y me río con gusto. Damien está lleno de matices y yo me estoy enamorando de todos ellos.
—Pero si no te vas, ¿cómo voy a pasarme todo el día deseando que vuelvas?
—Eres una mujer muy inteligente —contesta y me vuelve a besar en los labios—. Hasta esta noche.