5

Abro los ojos y descubro ante mí un manto de estrellas al otro lado de la puerta. No estoy segura de qué me ha despertado. Me siento aturdida y me vuelvo hacia Damien, buscando la dulce comodidad de quedarme dormida entre sus brazos. Pero en vez de la calidez de su contacto, solo encuentro el frío de unas sábanas vacías. Me incorporo, confusa. Me había dormido profundamente, acurrucada junto a él, y resulta desconcertante volver al mundo y encontrarme sola.

La vela se ha consumido, pero Damien ha debido de encender la luz y todos los candelabros de la pared emiten un tenue resplandor, justo lo suficiente como para suavizar la total oscuridad. Miro hacia la cocina, pero el área está oscura y silenciosa. Hace tiempo que Damien se ha ido.

Salgo de la cama y recojo la bata del suelo. Me la pongo, y la suave caricia de la tela parece imitar el tacto de Damien. Palpo en busca del armazón de la cama y desato el cinturón de la barra de hierro. Me lo coloco en la cintura y me cierro la bata. Entonces, apoyo la mano en la fría bola de hierro. Voy a sentir mucho que esta cama desaparezca, pero ya ha cumplido su objetivo. Formaba parte del decorado, una ilusión escogida para un efecto específico.

Me estremezco, paralizada por el temor repentino e irracional de que todo haya sido una ilusión, sobre todo Damien.

Pero todo eso solo son paranoias. Lo conozco bien. O, al menos, eso espero. Recuerdo sus palabras en el restaurante, cuando dijo que si para protegerme tenía que dejarme, lo haría.

Me abrazo, presa de un frío repentino. Pero sé que estoy siendo una estúpida. Damien no me ha dejado. Solo se ha levantado de la cama.

—¿Damien?

No espero respuesta, así que no me sorprende no oír nada. La casa es grande y, durante la última semana, los obreros han terminado de pintar el interior y en el exterior ya está casi todo plantado. Todavía no hay muebles en buena parte de las habitaciones, pero incluso así, podría estar en cualquier parte, y en una casa tan grande, «cualquier parte» cubre una vasta extensión.

Por un momento, considero la posibilidad de volver a la cama e intentar dormir. Después de todo, no me ha despertado y me pregunto si se ha ido de la habitación para buscar algo de soledad. Me ha dicho que la llamada telefónica no tenía nada que ver con las amenazas de Carl y no lo cuestiono. Pero, de todos modos, la llamada lo había perturbado y soy lo suficientemente egoísta como para querer entender el porqué. Quiero que confíe y que busque consuelo en mí.

Quiero que cumpla su promesa de encender una luz en la oscuridad que rodea a Damien Stark.

Pero ¿es esa la única razón por la que lo busco ahora? Si fuera así, debería volver a la cama ahora mismo. Con promesa o sin ella, Damien tiene derecho a algo de privacidad. Y por mucho que me pueda frustrar, depende de él mantener o romper esa promesa.

Mis dudas solo duran un momento, porque aunque quiero entenderle, deseo aún más reconfortarlo. Quiero abrazarlo y tocarlo, y prometerle en silencio que sea lo que sea lo que necesite, yo estaré ahí para él.

«Quiero…»

Quizá esté siendo egoísta, pero soy lo suficientemente arrogante como para pensar que Damien me necesita. Y sí, soy lo suficientemente egoísta como para ir en su búsqueda.

Veo que ha dejado el teléfono junto a la vela. Hago una pausa y pienso en el mensaje, y luego en la llamada que recibió poco después. O bien reconoció el número o bien el nombre de esa persona está en la memoria del móvil. ¿Debería mirar?

Dudo lo suficiente como para sentirme mal conmigo misma. Si pillara a Damien cotilleando mi historial de llamadas, tendría un ataque de ira completamente justificado. Y ahí estoy, considerando la posibilidad de mirar en su móvil. ¿He vuelto milagrosamente a mi época del instituto?

La idea, sin lugar a dudas, es desagradable y me la quito de la cabeza mientras entro en el ascensor que hay en la parte trasera de la cocina. Se abre en la primera planta, en un cuarto de servicio junto a la cocina principal, un espacio magnífico lleno de electrodomésticos profesionales sin estrenar. Cruzo la cocina hasta el porche. Espero encontrarlo en el gimnasio que ocupa casi cien metros cuadrados del ala norte de la casa. Pero, cuando llego allí, Damien no está.

La habitación es grande y está dividida en diferentes secciones. La primera es la zona de musculación, llena de máquinas, pesas, colchonetas y un saco de boxeo. Cruzo rápidamente la sala hasta llegar a la bonita puerta de roble pulido que separa esta zona de otra aún más amplia. En esta habitación, hay una pista de atletismo completa con máquinas. Más pesas, barras fijas de tracción, bicicletas estáticas, otro saco de boxeo y mucha más equipación.

Siguiendo el estilo de Damien, una de las paredes de la pista de atletismo es de cristal con vistas a la propiedad y al océano. La piscina rebosante da a la sala de estar de la planta principal, pero también se puede acceder desde el gimnasio a través de una de las puertas correderas de cristal que dan a la cubierta. Desde donde estoy no puedo ver el agua, pero, al menos, una de las luces de la piscina debe de estar encendida porque veo cierta luz verdosa ondulando en la cubierta. Por un momento, no le doy importancia… Probablemente Damien ha dejado la luz encendida, dado que llenó la piscina hace tan solo tres días, cuando le comenté que, de pequeña, por la noche me encantaba sentarme junto al agua con mi hermana y observar cómo bailaba la luz cuando el viento acariciaba la superficie.

Sin embargo, en estos momentos no hay viento. Incluso los tres paneles de las cortinas que Damien había dejado colgados estaban quietos cuando me desperté. Pero la luz bailarina se movía siguiendo un patrón rítmico y controlado.

Sonrío al darme cuenta de que lo he encontrado.

Pongo rumbo a la puerta de cristal, pero me detengo al ver una mesa pequeña junto al saco de boxeo. Hay una botella de agua encima, pero no es eso lo que capta mi atención, sino el periódico que hay tirado en el suelo. Leer las noticias es como una religión para Damien, pero jamás le había visto dejar un periódico así, sin doblarlo meticulosamente después de leerlo. Sin embargo, esa sección estaba en el suelo. Supongo que podría haberse caído, simplemente, pero, de alguna forma, no consigo creérmelo.

Cojo la hoja errante e, inmediatamente, me doy cuenta de que se trata de la sección de deportes. Teniendo en cuenta la anterior carrera de Damien como tenista profesional, no me sorprende, pero es el titular lo que me corta la respiración y me deja sin habla… Por fin lo entiendo.

Por lo visto, están a punto de terminar un nuevo club de tenis en Los Ángeles. La ceremonia de inauguración será el próximo viernes, exactamente dentro de una semana. El club va a llamarse Merle Richter, como el antiguo entrenador de Damien. El hombre que se suicidó cuando Damien tenía catorce años. El hombre que, creo, abusó de Damien cuando este tenía cinco. El hombre con el que su padre le obligó a seguir entrenando, a pesar de que Damien le suplicó que le permitiera dejarlo.

Recuerdo que Alaine había hablado de la inauguración de un club de tenis. En ese momento, no sabía de lo que hablaba. Ahora lo entiendo todo.

Dejo el periódico sobre la mesa y salgo de la habitación a través de la puerta corredera de cristal. Siento las suaves baldosas bajo mis pies y la bata se me enreda en las piernas a medida que me voy acercando a la piscina. La propiedad está en las colinas de Malibú y el borde de la piscina ha sido diseñado para crear la ilusión de que se desborda, como si pudieras nadar hasta allí y precipitarte al vacío.

Damien está haciendo unos largos siguiendo el precipicio y me pregunto si ha escogido el lugar intencionadamente.

Está desnudo y la iluminación de la piscina parece acentuar sus músculos mientras se desliza por el agua nadando a estilo libre. Su cuerpo es magnífico, atlético y poderoso, y yo siento un nudo en el estómago. No se trata de sexo, aunque mentiría si no reconociera que el deseo sexual está presente en todo lo relacionado con Damien, sino de posesividad. «Es mío», pero ese es un pensamiento teñido de miedo. Porque aunque sé que es cierto en mi caso, pues yo soy decidida e innegablemente suya, a veces temo que Damien no pertenezca a nadie salvo a sí mismo.

También tengo miedo por los motivos que me han hecho entregarme totalmente a él. Damien satisface una necesidad que tengo, eso es innegable, pero mi historial al respecto deja mucho que desear, y mientras deslizo mi mano casi inconscientemente bajo la bata para sentir la dura tirantez de las cicatrices que cruzan mi muslo, tengo que reconocer que tiendo a necesitar cosas que no solo son malas para mí, sino que también son muy, muy peligrosas.

Sin embargo, en estos momentos no me preocupan mis pulsiones. Ni sé ni me importa si eso es cierto o si se trata de una especie de autoengaño, pero no puedo creer que nada que tenga que ver con Damien pueda ser peligroso para mí. Al contrario, es más bien un regalo. Un salvador. Un caballero de blanca armadura, aunque él se burlaría de la imagen e insistiría en que el caballo tendría que ser negro.

Quizá sea así, pero para mí no hay nada oscuro en Damien Stark. Solo está la luz que ilumina mi mundo. Y es por eso por lo que me siento desamparada cuando él está mal. Y por lo que me siento perdida cuando no acude a mí.

He estado caminando despacio hacia el agua y ahora estoy en el borde de la piscina, en el lado de la casa. Solo me separan cinco peldaños del agua, unas escaleras anchas diseñadas para que una parte quede dentro del agua y la otra fuera. Doy un paso atrás y me recojo la bata a la altura de las rodillas para que no se moje.

Damien está al otro lado de la piscina y todavía no se ha percatado de mi presencia. Bajo tres escalones y paso al siguiente nivel. El agua me llega hasta las rodillas. Esta es la primera vez que estoy en la piscina y me sorprende lo caliente que está el agua. No es exactamente como la de la bañera, pero tiene una temperatura agradable y está más caliente que la brisa nocturna que me rodea.

Ando hasta el borde del segundo nivel y contemplo al hombre que me ha robado el corazón. Ahora mis pies están unos treinta centímetros por debajo del borde de la piscina y, desde esta nueva perspectiva, solo veo a Damien, el agua y el amplio cielo nocturno. Lo observo, embelesada, mientras cruza el agua. Sus movimientos son eficientes y controlados, como él. No me doy cuenta de que he bajado al tercer nivel hasta que noto que ya no estoy sujetándome la bata. De hecho, el fino tejido se ha convertido en una especie de flor que flota siguiendo el vaivén del agua.

Estoy a punto de quitármela y dejarla en el borde cuando Damien se detiene a mitad de la piscina. Se mantiene a flote, con el cuerpo girado hacia mí, pero las luces y sombras que cruzan su rostro, reflejadas por el movimiento del agua, hacen que sea imposible descifrar su expresión. Todo lo que sé es que siento el peso de su mirada sobre mí y, aunque me gustaría lanzarme al agua e ir a su encuentro, me quedo inmóvil en ese punto. El miedo me paraliza; miedo de haber rebasado los límites, de estar interrumpiendo un momento de soledad buscada y de que, en lugar de reconfortarlo, mi presencia vaya a tener el efecto contrario.

Cuanto más tiempo se queda en el borde más alejado de la piscina, más crecen mis temores, así que cuando, por fin, decide acercarse, no puedo evitar dar un paso atrás.

Solo cuando veo su cara me detengo. Me mira con tal adoración que hace que el corazón me dé un vuelco.

Deja de nadar y se queda en la parte de la piscina que solo le cubre hasta el pecho.

—No quería despertarte.

—¿Y cómo esperas que pueda dormir sin que estés a mi lado?

He vuelto a andar hacia delante y la bata flota a mi alrededor. Damien se acerca a mí todavía más, cortando el agua y, entonces, tira del cinturón que rodea mi cintura. La bata se abre, dejando expuesto mi cuerpo. Desliza sus manos hasta mis hombros y me la quita. La tela, empapada, se queda pegada a mis brazos, pero doy un paso adelante, dejo caer la bata y paso de estar rodeada por el tejido de seda a estar rodeada por los brazos de Damien.

—Creo que me he cargado la bata —digo—. De hecho, no tenía intención de meterme con ella en la piscina. Me he dejado llevar mientras te observaba.

—Conozco esa sensación.

Me acaricia la cara mientras rodea firmemente mi cintura con el otro brazo, como si tuviera miedo de que me fuera flotando como la bata.

—¿Te importa que esté aquí?

Su boca esboza una sonrisa irónica, mientras me acerca aún más a él. Siento su erección contra mis muslos.

—¿Tú qué crees?

Trago saliva y muevo la cabeza. Pero no he venido aquí buscando sexo, aunque con Damien desnudo y excitado a mi lado, me cuesta trabajo recordar por qué estoy aquí.

Pero no, sí que me acuerdo. Inclino la cabeza para poder mirarlo directamente a los ojos.

—Estoy preocupada —admito.

—¿Por la llamada telefónica? Ya te he dicho que no tenía nada que ver con las amenazas de Carl.

Asiento con la cabeza y respiro profundamente.

—¿Era sobre el nuevo club de tenis?

Me mira con aspereza.

—¿Lo sabes?

—¿Es eso lo que te preocupa?

Duda y luego asiente bruscamente.

—Sí.

Me muerdo el labio porque, aunque le creo, estoy segura de que hay algo más.

—¿Cómo lo has sabido?

—He visto el periódico. Lo has dejado junto al saco de boxeo.

Esboza una tímida sonrisa.

—Quizá, inconscientemente, quería que lo encontraras.

—Bien. —Sonrío—. Eso ya es un comienzo.

Como me esperaba, también se ríe. Entonces sus hombros se relajan, y tira todavía más de mí, abrazándome aún más fuerte. Suspiro, rodeo su cuello con los brazos y hundo mi cabeza en su pecho.

—No soy precisamente fan de Richter —reconoce—. La idea de que unas instalaciones de tenis profesional lleven su nombre me cabrea.

—¿Y no puedes hacer algo al respecto?

—Podría comprar el maldito club —dice—. Pero no lo haré.

Quiero mirarlo a la cara, pero no me muevo. Ya le había dicho que sospechaba que hubo abuso, pero nunca me había confesado si tenía razón o no. Me quedo quieta, preguntándome si había llegado el momento en el que Damien Stark me confesaría todos sus secretos.

—La llamada que tanto me ha molestado —empieza— era de mi padre.

—Oh.

Estoy tan sorprendida que ni me muevo y para poder mirarlo a la cara dejo caer mi peso hacia atrás de tal forma que son sus brazos los que lo soportan. Su rostro refleja dureza y hay algo oscuro en su mirada. Mis dudas habían estado justificadas y ese es el motivo. Hablar sobre el padre de Damien siempre es complicado.

Sé que no están muy unidos. Sé que el padre de Damien le había obligado a competir de la misma manera que mi madre me había forzado a participar en concursos de belleza.

Sé todo eso porque Damien me lo contó. Pero lo que sospecho es realmente repugnante; creo que Richter abusó de Damien y que su padre lo sabía, pero le obligó a seguir con ese bastardo de todas formas.

Trago saliva y entonces pronuncio esas palabras que sabía que no debía decir:

—¿Quieres hablar del tema?

—No.

La respuesta es simple y definitiva.

—Vale. Está bien.

Intento que mi voz suene desenfadada, pero sé que no lo he conseguido cuando presiona su frente contra la mía, con las manos sujetando firmemente mis hombros.

—Sé que te molesta —dice—. Y lo siento.

Empiezo a quejarme. Los atributos de la Nikki educada que mi madre me había inculcado están a punto de aflorar para tranquilizarlo y decirle que no, de verdad, que no hay problema, que puede tener secretos, que no pasa nada si no quiere hablar conmigo. Que está bien que aunque yo esté allí para reconfortarle, él se vaya de la cama en mitad de la noche para buscar consuelo en la soledad.

La Nikki educada quiere decir todo eso, pero mentalmente le doy una patada en su trasero de rubia tonta.

Respiro profundamente y, esta vez, no soy ni la Nikki educada ni la Nikki rebelde ni la Nikki social. Solo soy yo, aquí, deseando tener la fórmula mágica para hacer que Damien se sienta mejor, me cuente la verdad o no.

—Pues sí que me molesta —admito—. Pero solo porque no me gusta verte así.

—Y yo que creía haber escondido bien mis cicatrices —comenta medio en broma.

—Y las escondes bien —digo—, pero estás hablando con una experta. Las veo incluso cuando los demás no lo hacen. Y soy consciente de lo mucho que me ha ayudado hablar del tema contigo. Saber que podía coger prestada algo de tu fuerza si no tenía suficiente con la mía.

Empieza a hablar, pero presiono levemente sus labios mientras muevo la cabeza.

—Hablo en serio cuando digo que quiero estar ahí para ti, Damien, pero, al decirlo así, suena más altruista de lo que en realidad es —confieso y respiro profundamente porque la sinceridad nunca es tan fácil como debería ser—. La verdad es que no es justo. Lo he compartido todo contigo, pero tú sigues guardándote muchas cosas para ti.

—Nikki…

—No —le interrumpo—. No es una petición ni una acusación. Es una disculpa. Porque yo decidí libremente contártelo todo y no es justo por mi parte enfadarme porque tú no hayas decidido lo mismo. No estamos jugando a «Seguir al líder».

—No —concede, y veo cómo esboza una levísima sonrisa—. Pero teniendo en cuenta lo mucho que me ha gustado nuestro juego de «Simón dice», quizá deberíamos añadir ese a nuestro repertorio.

Ladeo la cabeza y hago una mueca.

—Hablo en serio.

—Lo sé —dice y hace una pausa—. Gracias.

Miro a ese hombre que dirige todo un imperio, pero en estos momentos el poder, la fama y el dinero no significan nada. Solo es un hombre. Mi hombre. Y es entonces cuando debo admitir la verdad no dicha ni analizada durante largo tiempo: me estoy enamorando de Damien Stark.

Ese pensamiento no me asusta. Al contrario, me hace sonreír.

Él responde a mi sonrisa y acaricia mi labio inferior con su dedo. Abro la boca, permitiendo que pueda entrar, saboreando el cloro y el suave consuelo de la piel de Damien.

—¿En qué piensas?

—En ti —admito—. Siempre en ti.

—¿En qué exactamente?

Sonrío aún más.

—Cierre los ojos, señor Stark, y se lo mostraré.

Hace un gesto con las cejas, pero obedece. Me acerco y acaricio con los dedos su resbaladizo y húmedo pecho.

—Voy a hacerte el amor, Damien.

Mis palabras llevan tal carga de emoción, que no me caben en la garganta.

—Voy a hacer que olvides todo eso que te molesta y de una forma mucho más eficaz que nadando.

Son más de las tres y estoy cansada. También estoy algo enfadada, pero no importa porque necesito este momento con Damien. Necesito cuidar de él ahora, acariciarlo y calmarlo.

Lo necesito y ansío desesperadamente que él también lo necesite.

Lo beso suavemente en la sien y, poco a poco, voy bajando, repartiendo besos por su cuello y por su pecho. Estamos juntos con el agua a la altura de la cintura, y su erección presiona mi muslo como una demanda silenciosa. Quiero moverme y atraparlo entre mis piernas, utilizar la ingravidez del agua para levantarlo y volverlo a bajar, dejándome atravesar por él.

Pero no lo hago, al menos no todavía. En su lugar, deslizo mis manos por su espalda y me sumerjo en el agua para llegar a su perfecto trasero, y luego continúo mi exploración oral, más y más abajo, hasta que saboreo el agua junto con la suave piel de sus apretados abdominales inferiores.

Inclino la cabeza para poder mirarlo a la cara y ver que está haciendo trampa: tiene los ojos abiertos, pero me está mirando con tal dulzura que no puedo castigarlo. Opto por esbozar una dulce sonrisa y sumergirme bajo el agua.

Me agarro a sus caderas para mantener la postura y recorro su miembro con mi lengua. Nunca había hecho algo así antes y el vaivén del agua, junto con el sabor del cloro, hace que Damien parezca dulcemente malvado. Quiero metérmelo en la boca, pero temo que si lo hago, tragaré agua, así que me limito a recorrer su duro y maravilloso sexo con mis labios y mi lengua. No puedo verlo, pero sé que la sensación le excita también a él. Con mi ayuda, su erección aumenta, y la tensión que contrae su cuerpo parece transmitirse a mis manos, así que sujeto con más fuerza su piel desnuda y mojada.

Subo a la superficie, falta tanto de aire como de sus besos. Salgo jadeando y lo beso. Sus labios se separan dejándome entrar y su lengua pelea con la mía para hacerse con el control del beso. Sus labios presionan mi boca; su lengua, cálida y anhelante, es tan concienzuda que paso de seductora a seducida.

Casi ni me doy cuenta de cómo nos ha llevado al otro lado de la piscina. Ahora interrumpe el beso y me da la vuelta con brusquedad. Puedo sentir mis costillas bajo sus manos, y me impresiona lo fuerte que es él y lo frágil que soy yo. Asciende posesivamente hasta alcanzar mis pechos mientras su erección descansa en mi trasero. La brisa fresca acaricia mi piel mojada, pero apenas lo noto. Estoy caliente; joder, estoy ardiendo. Puede que hubiera empezado esto con el reconfortante calor del carbón encendido en mente, pero ahora sé que el final de Damien será abrasador.

—Dime que confías en mí —susurra.

—Sabes que confío.

—Dime que puedo tomarte como quiera.

Cierro los ojos y esbozo una sonrisa.

—Oh, sí.

—Voy a dejarte exhausta, Nikki —dice mientras quita una mano de mi pecho y la pone entre mis piernas, apartando mis muslos y estimulando mi sexo con los dedos—. Quiero sentir mis manos en ti cuando explotes y quiero saber que soy yo el que te ha dado eso. Cada respiración, cada oleada de placer, cada anhelo en tu sexo, cada marca de mordisco de tu espalda… los he provocado yo. Yo.

Mi cuerpo se estremece con solo escuchar esas palabras y ante la expectativa de que se cumpla lo que prometen.

—Súbete al borde de la piscina —me ordena.

En cuanto obedezco, cambia de postura y me penetra desde atrás, con cuidado al principio y, luego, con un empuje brutal que me deja sin respiración cuando siento el agua chapotear a nuestro alrededor y mi sexo se contrae en torno a él. Estoy enfadada, pero no importa. Muevo mis caderas, queriendo más y más de él. Una de sus manos intenta calmar mi ansia de contacto y recorre mi cuerpo hasta encontrar mi pecho y pellizcarme el pezón tan fuerte que todavía contraigo más mi sexo. Y es entonces cuando sus dedos empiezan a bajar y bajar hasta llegar a mi clítoris. Me muerdo el labio inferior ante la certeza de que sí, va a hacer que me corra.

Pero todavía no. Este es el espectáculo de Damien, el juego de Damien, y esta noche se juega según sus normas.

No tarda mucho en sacar su pene de mi sexo y en retirar la mano de mi clítoris. Me siento despojada, perdida sin su contacto, y me giro entre sus brazos con la intención de suplicar, pero, afortunadamente, me doy cuenta de que no es necesario porque tira de mí hacia él una vez más, pidiéndome que me levante, que deje que el agua haga su trabajo y, entonces, lo rodeo con mis piernas y me hundo más y más sobre él.

Sus manos, en mi trasero, me sostienen, y yo me quedo sin respiración debido a la sorpresa y la excitación que experimento cuando desliza un dedo hasta el lugar en el que se unen nuestros cuerpos, y rodea mi ano húmedo por el agua de la piscina y mi propia excitación.

—Por todas partes, Nikki.

Hay rudeza en su tono. Una necesidad que roza la desesperación y, mientras habla, empuja hacia delante con las caderas y, al mismo tiempo, tira de mí hacia abajo, penetrándome con fuerza contra él mientras introduce el dedo en mi ano.

Me siento llena de una manera inimaginable y la sensación erótica de tener tanto su sexo como su dedo dentro de mí es casi más de lo que puedo soportar. Pero Damien es implacable y la fuerza del vapuleo nos ha llevado tan atrás que el borde de la piscina me está arañando la espalda, y el agua parece un mar embravecido.

—Para siempre —gruñe.

Su voz suena brusca y sus acciones lo son aún más. Sus envestidas son violentas y profundas. Me zarandea y penetra salvajemente contra el borde de la piscina, arañando mi espalda desnuda contra la piedra de granito. Entre mi ya dolorido sexo, los arañazos de la espalda y la delicada carne que su dedo está invadiendo brutalmente, sí, definitivamente me está haciendo daño.

Me muerdo el labio para evitar gritar. No sé por qué lo necesita, pero sé que lo necesita.

Antes era amable. Incluso cuando me azotaba, solo lo hacía para complacerme. Sin embargo, esta vez solo se trata de Damien. Damien cogiendo. Damien necesitando. Es a mí a quien necesita y yo me entrego por voluntad propia. El dolor no me es desconocido. Me da el control, algo tangible a lo que aferrarme. Y puedo coger el dolor de Damien y guardarlo en mi interior como si se tratara de algo precioso.

Creo entender lo que necesita Damien. No es dolor, sino control. Necesita reclamarme. Quizá no pueda agarrarse a los fantasmas de su pasado que han vuelto para atormentarlo, pero me tiene a mí. Ahora estoy ahí para que me toque y me posea. Soy suya para reclamarme y usarme.

«Suya». Simplemente de Damien.

Su liberación llega fuerte y deprisa, y yo rodeo su cuello con mis brazos hasta que el último espasmo atraviesa su cuerpo. Afloja un poco y sale fuera de mí, primero su miembro y luego su dedo. Me alejo de él para recuperar el equilibrio y me apoyo hacia atrás, contra el borde de la piscina, respirando profundamente.

Tras unos segundos, abre los ojos y me mira. Pasa un minuto… y otro. Y entonces veo cómo se aproxima la tormenta.

—Maldita sea —dice—, Nikki. Yo…

—No.

Le acaricio la mejilla.

—No —repito—. ¿No lo entiendes? Quiero estar ahí para ti. Toda para ti. Para lo que necesites.

Durante unos segundos, guarda silencio.

—¿Te he hecho daño? —pregunta, por fin.

—No.

Solo es una mentira piadosa. Lo peor ya ha pasado. Estoy dolorida, sí, pero es una sensación agradable. Un recordatorio de Damien.

—No —repito—. Has estado genial.

No estoy muy segura de que me crea, pero me lleva hasta las escaleras y fuera de la piscina. Nos secamos con la toalla en silencio. Una vez seca, me coge sin preguntarme y me lleva de vuelta adentro. Me coloca con cuidado en la cama del tercer piso y se tumba junto a mí.

No dice nada ni yo tampoco. Me limito a abrazarme a él. Sé que todavía está trastornado, tanto porque cree que me ha hecho daño como porque ha perdido el control. Yo, sin embargo, siento justo lo contrario. Ha perdido el control conmigo y eso es casi como compartir un secreto. Solo pensarlo me hace sonreír; cierro los ojos y suspiro profundamente. Dolorida, sí, pero dulcemente satisfecha.

Estoy a punto de quedarme dormida cuando oigo sus suaves palabras.

—Mi padre quiere ir a la inauguración.

—Oh —digo.

Es todo lo que soy capaz de articular, aunque vuelvo a estar completamente despierta, y me apoyo en el codo para poder mirarlo a la cara.

—No pienso ir. Richter era un cabrón y no pienso rendirle ningún homenaje, ni el más mínimo.

—Por supuesto que no.

—Me alegro de que lo entiendas.

—Me alegro de que hayas sido valiente y te hayas enfrentado a tu padre. Yo no sería capaz de ignorar una orden de mi madre.

—Estoy seguro de que sí que lo serías —dice—. Eres más fuerte de lo que crees.

No respondo. De hecho, solo busco su rostro.

—¿Y es el tema del club de tenis lo único que te ha estado preocupando? ¿De verdad?

—Sí —asegura.

¿Ha sido esa duda producto de mi imaginación? ¿Estoy tan acostumbrada a los secretos de Damien que los veo incluso cuando ya no existen?

«Sí», me ha dicho. Y yo elijo creerlo. Al menos, ha abierto una puerta. Pero Damien Stark, como su casa, tiene muchas habitaciones y no puedo evitar preguntarme cuántas puertas quedarán aún cerradas y bloqueadas.