25

A la mañana siguiente Damien se marcha temprano para reunirse con Charles en el apartamento y preparar las maletas para su viaje a Alemania. Me asomo a la habitación de Jamie, que está completamente dormida. Me siento mal, estoy preocupada por Damien y necesito hablar con alguien, pero también sé que ella necesita descansar.

Mis preocupaciones pueden esperar.

Deambulo por la cocina durante unos minutos, decidiendo entre comer huevos o rosquillas, para acabar tomando un café solo. No puedo deshacerme de este mal presentimiento que se ha apoderado de mí y finalmente decido que tengo que ver a Damien. No me importa si se está preparando para irse a Munich, necesito verlo una vez más. Necesito hablar con él y decirle a la luz del día que todo lo que me contó anoche no cambia nada. Que creo en él.

Tengo que decirle que lo amo.

Me cambio rápidamente y me pongo una falda larga, una camiseta sin mangas de color rosa sobre otra blanca y unas sandalias. Mi peinado y maquillaje se limitan a un poco de brillo en los labios y rímel. No sé a qué hora sale su avión, y no me puedo arriesgar a llegar tarde.

Puesto que no sé si los paparazzi se aferran como sanguijuelas a la acera de enfrente, uso la ruta trasera hacia la zona del aparcamiento. Sí, puede ser que se acerquen a mi coche mientras salgo del garaje, pero con algo de suerte estaré calle abajo para cuando se den cuenta de que soy yo.

Al final tengo suerte. Solo hay un fotógrafo acampado en la acera, sentado en una silla de playa. Le sonrío al pasar. Por lo que a mí respecta, es un aliado del diablo, y no se me ocurre nada más diabólico que sentarse al aire libre en un infernal día de verano en el valle de San Fernando cuando la playa y la fresca brisa del océano están a tan solo unos pocos kilómetros de distancia.

Sin embargo, no dedico mis pensamientos al paparazzi por mucho tiempo, estoy concentrada solo en dos cosas: encontrarme con Damien y pisar bien el embrague para que el Honda no se me cale.

Milagrosamente, encuentro un aparcamiento libre en el centro de la ciudad, que está a tan solo unas manzanas del de la Stark Tower.

Aparco en la plaza más cercana, cojo el bolso del asiento del pasajero y salgo corriendo hacia el ascensor.

Joe está trabajando en el puesto de seguridad, le saludo mientras recorro el vestíbulo tan rápido como puedo.

—Voy al apartamento —le grito—. ¿Me abre?

—Por supuesto, señorita Fairchild.

Sí, definitivamente está claro que ser la novia del jefe tiene sus ventajas.

Cuando llego el ascensor me está esperando. Entro, aprieto el botón y no puedo dejar quietos los pies durante todo el trayecto. Todavía estoy nerviosa, y a pesar de ir muy rápido, el ascensor no sube con toda la velocidad que yo quisiera. Las puertas se abren en el apartamento del ático y salgo al vestíbulo. No oigo a Damien ni a Charles, pero me imagino que aún no se han marchado a Alemania, porque de ser así Joe probablemente me lo hubiera dicho.

—¿Damien? —lo llamo en voz baja.

Oigo un golpe en la parte de atrás del apartamento y corro en esa dirección, esperando que sea Damien y que esté solo.

Lo encuentro en la habitación, con una maleta abierta sobre la cama. Está de espaldas a mí, pero las sandalias no son unos zapatos muy silenciosos y se gira cuando entro.

Comienzo a caminar hacia él. Lo único que quiero es perderme en sus brazos, pero algo en su expresión me detiene. Hay alegría y sorpresa, sí. Pero además hay cautela. Y también algo más oscuro. Algo que no soy capaz de reconocer, pero que me temo que es… ¿arrepentimiento?

—¿Damien?

Estoy asustada sin ningún motivo, y esta desagradable sensación me molesta. Es Damien. El hombre que nunca me haría daño. Que movería montañas para protegerme. Entonces ¿a qué demonios tengo miedo?

Sin embargo, una pequeña parte de mí sabe a qué tengo miedo, aunque espera con pasión estar equivocada.

—Nikki.

La sonrisa que se dibuja en sus labios es tan cálida y auténtica que ahuyenta todos mis miedos. Cualquier preocupación que tuviera se esfuma en ese mismo instante y corro hacia él.

—Tenía que venir a decirte adiós otra vez —le digo.

—Me alegro de que lo hicieras. No hubiera podido irme sin despedirme de ti.

No hay nada extraño en el tono de su voz, y me mira con tal devoción que creo que me va a estallar el corazón. Aun así, la sensación de temor regresa.

De todos modos continúo.

—Quería que supieras que lo que me contaste anoche no cambia nada. No me importa si empujaste a Richter a propósito desde aquella azotea. Lo que te hizo fue repugnante y yo permaneceré a tu lado, Damien. No saldré corriendo pase lo que pase.

Me mira con los ojos fijos y una triste sonrisa.

—Te creo —me dice.

—¿Recuerdas cuando me pediste que jugáramos a nuestro juego de nuevo? Dijiste que querías saber que no te abandonaría, sin importar lo que supiese de ti. Que tenías miedo de que te abandonase si conocía tus secretos. Bueno, supongo que ahora ya lo sé casi todo, y no me voy a marchar a ninguna parte. Te amo, Damien Stark. Y me voy a quedar a tu lado.

Respira hondo, y la expresión de su rostro parece casi de dolor. Esa no era la reacción que yo esperaba.

—Sé que no me dejarás.

—No lo haré —le contesto con cautela. Sin duda su estado de ánimo no es muy bueno, está a punto de viajar a un país extranjero para ser juzgado por asesinato. Tal vez debería ser un poco más tolerante con él—. Nunca te dejaré.

—Por eso tengo que ser yo quien te deje a ti.

Me quedo paralizada y vuelvo a reproducir sus palabras en mi cabeza. No puede ser cierto. Sin duda, no ha dicho lo que creo haber oído.

—Lo siento —me dice. Esta vez habla despacio y claro, y tan dulcemente que me hace llorar—. Estoy rompiendo contigo, Nikki. Se acabó.

Un estruendo llena mis oídos. Debo de estar alucinando. Soñando. Esto es una pesadilla. Porque no es posible que Damien Stark acabe de decirme tal cosa.

Y sin embargo aquí estoy, de pie, mirándolo, y aquel escalofrío que se había apoderado de mí ya no es un sueño. Es real. Es desolador. Recuerdo esa crueldad de mi infancia, y es una realidad a la que no quiero regresar.

Me doy cuenta de que he estado asintiendo lentamente con la cabeza, y trato de articular alguna palabra.

—Yo… No. No, esto no se ha acabado. Soy tuya, Damien. Para siempre. Tú mismo lo dijiste.

Hace una mueca y gira la cabeza como si no pudiera soportar el recuerdo de esas palabras.

—Estaba equivocado.

—No lo estabas, maldita sea. ¿Qué demonios está pasando aquí?

Estoy enfadada, y me alegro. La Nikki enfadada no llora. La Nikki enfadada exigirá algunas malditas respuestas.

—Te dije que te dejaría si eso era lo que debía hacer para protegerte.

El tono de su voz es tranquilo y sosegado, pero aun así lo único que quiero es darle una buena bofetada.

—¿Protegerme? Damien, estamos bien. Yo estoy bien.

—No estás bien, Nikki. Estás hecha un lío con toda la presión por el cuadro. No trates de negarlo. Vi cómo te mirabas en el baño. Querías hacerte un corte. Estabas a punto de romper el espejo para conseguir un cristal. Querías sangre, Nikki. Querías dolor.

Permanezco en silencio. No puedo decir nada, porque sé que lo que dice es verdad.

—Pero no lo hice. —Es lo único que puedo decir.

—Será peor. Ya lo es.

No sé de qué está hablando.

—La prensa, Nikki. No les importo yo. Damien Stark el acusado por asesinato. Se podría decir que sería algo interesante, ¿verdad? Aparentemente no tan interesante como una novia. Quien, según esos idiotas, no es realmente su novia. Solo una pequeña zorra oportunista que se iría a la cama con cualquiera que pueda ayudarla a escalar posiciones sociales, incluido un asesino.

Siento una violenta punzada en el estómago, y me alegro de haber tomado solo un café esta mañana para desayunar.

—No me importa —le miento—. Puedo hacerle frente a todo eso.

—No deberías hacerlo.

—Maldita sea, Damien, no soy tan débil como crees. Apartándome de todo no vas a protegerme. Me destrozarás. Te necesito. A ti. ¿Acaso no lo entiendes?

—No puedo soportar verte con el corazón roto. No cuando yo soy el causante.

—¡Tú eres el que me está rompiendo el corazón! —le grito—. Y si te alejas de mí, me partirás en dos.

—No —replica tranquilamente.

Me doy cuenta de que estoy llorando cuando noto el sabor salado de mis lágrimas.

—Creí que me habías dicho que soy fuerte. ¿O era solo una mentira?

—Lo eres —me dice con una voz desesperadamente tranquila—. Tan fuerte como para mantenerte a mi lado a pesar de que te arrastrase al infierno. Yo soy el débil, Nikki, porque te he mantenido en el punto de mira durante demasiado tiempo. No podía dejarte, y eso te ha hecho mucho daño. Pero ahora estoy reparando mi error.

Cierra la cremallera de la maleta y la coloca en el suelo. Por un momento se queda allí de pie, mirándome. Intento articular alguna palabra, tratando de encontrar una fórmula mágica que lo haga dar marcha atrás, pero esto no es un cuento de hadas y estoy aprendiendo de la forma más dura que no hay un «y vivieron felices para siempre». Luego se dirige hacia la puerta.

Me está dejando. Damien Stark. El único hombre que creía que nunca me haría daño. Se aleja de mí y se lleva mi corazón destrozado con él.

Una fría rabia me recorre, mezclada con desolación. Las lágrimas ruedan por mis mejillas mientras me agacho y desabrocho la pulsera tobillera de esmeraldas. Respiro hondo y la tiro hacia él.

—Maldito seas. Damien Stark —susurro—. Maldito seas por renunciar a lo nuestro.

Se detiene y observo el dolor en su rostro. Mira hacia abajo, a sus pies, donde ha caído la pulsera. Se agacha para cogerla, luego se detiene. Lo miro a la cara, esperando algunas palabras de consuelo. Pero no las oigo. En cambio, solo escucho las únicas dos palabras que nunca hubiera querido oír.

—Adiós, Nikki.

Y se marcha.

No estoy muy segura de cómo consigo llegar conduciendo hasta Malibú, pero lo hago. Y cuando aparco en el camino de entrada delante de la casa de Evelyn, las lágrimas cubren mis ojos.

—Por Dios, Texas —me dice cuando abre la puerta—. ¿Qué te ha pasado?

—Me ha dejado —le explico, ahogando las palabras entre sollozos—. Cree que me está protegiendo, y por eso me abandona.

Respira profundamente.

—Maldito estúpido. No me importa que todo el mundo diga que es un puñetero genio. Esta vez la ha jodido bien, Texas. La ha jodido a base de bien.

Sus palabras solo me hacen llorar con más fuerza.

—Ah, demonios. Entra, mujer.

—¿Está aquí Blaine?

—Está en el estudio —dice refiriéndose a un edificio contiguo—. Está bien. Llora todo lo que quieras.

—No quiero llorar. Quiero que vuelva conmigo. Pero él está completamente convencido que está haciendo lo correcto.

—¿De qué demonios cree que te está protegiendo? —pregunta mientras me conduce hasta la cocina y me sienta a la mesa.

—De los paparazzi.

—Pufff —exclama—. Que se jodan.

—Ojalá fuera tan fácil deshacerse de ellos. —La miro con cautela—. ¿Blaine no te contó nada?

—¿Contarme qué?

No quiero entrar en este tema, pero necesito ayuda. Y ella necesita entender por qué me ha abandonado Damien. Por qué cree él que me tiene que dejar.

—Tengo cicatrices —le digo finalmente.

Asiente con lentitud.

—Se ve una en el cuadro. En la cadera. Parece que tienes otras en los muslos, pero no se ven muy bien con las sombras. ¿Qué fue lo que te pasó, Texas?

Trago saliva.

—Yo misma fui lo que me pasó.

Las palabras permanecen suspendidas en el aire, y yo espero comenzar a llorar, pero no lo hago. No sé si soy yo o es Evelyn, pero ahora me resulta más fácil hablar de todo esto. No, eso no es cierto. Lo sé. Soy yo. Damien me ha ayudado a cambiar la forma en la que veo mis defectos.

Hago una mueca. «Maldito sea por haberme dejado».

—¿Me estás diciendo que Damien piensa que vas a empezar a hacerte cortes de nuevo?

La hubiera besado en ese mismo instante por ser tan clara, tan directa.

—Sí —le confirmo—. Ya no lo hago, al menos desde que estoy en Los Ángeles. Pero he estado a punto de hacerlo.

—¿Por los paparazzi?

Pone un vaso de agua delante de mí, y bebo agradecida.

—Y toda esa locura del retrato que… bueno, me sobrepasó.

—Demonios, ese tipo de basura sobrepasaría a cualquiera.

—Ahora la prensa está diciendo que me acuesto con un asesino y todo tipo de barbaridades, y Damien piensa que…

—Que se debe portar como un héroe y marcharse. Maldito idiota, ¿acaso cree que sois los protagonistas de una tragedia griega?

—Créeme —le digo irónicamente—, tampoco a mí me apasiona el cambio de guión de última hora. Pero ¿qué puedo hacer?

—Puedes arrastrar tu culo hasta Alemania y hacer que el tipo regrese contigo.

—Pero me mandará de vuelta a casa otra vez. Cree que está siendo un caballero, ¿recuerdas? Tengo que demostrarle que puedo manejar toda esta situación, pero ¿cómo? No se trata de que me pase todo un año sin hacerme ningún corte y luego ir y decirle: «Ya te lo dije». Pero ¿qué podría hacer para demostrarle ahora mismo que estaré bien?

—Ah, para eso has venido al lugar apropiado. Porque esa es exactamente la clase de artimañas que aprendes tras toda una vida en Hollywood. Lo único que tienes que hacer es darle a la prensa cualquier otro lugar adonde ir.

—No te entiendo.

—Están interesados en ti porque eres una historia que contar. Así que hagamos que esa historia desaparezca.

Parpadeo, tratando de comprender lo que me está diciendo. Y de repente todo encaja. Salto de la silla y le doy un abrazo a Evelyn.

—Eres un genio.

—Tienes razón, lo soy. ¿Por qué crees que soy una leyenda en esta ciudad?

—¿Conoces a alguien que sepa manejar a la prensa?

Evelyn sonríe como jamás la había visto hacerlo antes.

—Tú déjamelo a mí.

Así lo hago y observo con asombro cómo encajan todas las piezas. En tan solo dos horas, todo está preparado para la primera rueda de prensa de mi vida.

—Y lo que hace que sea realmente única —dice Evelyn con una carcajada— es que lo que vas a decir es cien por cien verdad.

Paso la hora siguiente organizando mis ideas. No me da vergüenza hablar delante de una cámara, esto tengo que agradecérselo a la obsesión de mi madre por los concursos, pero me pone nerviosa que quede claro lo que digo y que se me pueda citar. Con un montón de detalles jugosos que ofrecerles.

Cuando finalmente llaman a la puerta y Evelyn abre al periodista, ya estoy preparada.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer, Texas?

—Es lo único que se me ocurre para conseguir que regrese a mi lado —le respondo—. Y lo que es más importante, me lo debo a mí misma.

Evelyn asiente.

—Está bien, entonces. Vamos a hacerte aún más famosa.

Me río, pero tengo que reconocer que probablemente tenga razón. Aunque también debo admitir que es posible que todo esto no funcione, pero eso no importa. Lo que de verdad importa es que la princesa va a matar al dragón en lugar de permanecer escondida en la torre.

El equipo de periodistas está compuesto por un cámara, una reportera y un productor. No quiero ser entrevistada, así que la reportera dice que ella grabará la introducción más tarde en el estudio. Solo estoy yo, y debo tomarme mi tiempo. Me coloco en el lugar que han iluminado con los focos, espero a que el cámara me haga una señal y comienzo a hablar.

—Me llamo Nikki Fairchild, y hace poco acepté un millón de dólares como pago por posar para un desnudo original del artista Blaine. El retrato cuelga ahora de las paredes de la casa de Malibú del señor Damien Stark, y es una obra de arte excepcional. Es a la vez elegante y erótica. En ella no se muestra mi rostro.

Me detengo para ordenar mis pensamientos. La reportera asiente con la cabeza para darme ánimos, y yo sonrío. Solo hemos cruzado unas cuantas palabras, pero me cae bien.

—Estuve de acuerdo en realizar la obra y en cobrar el millón de dólares porque necesitaba el dinero. Aún no lo he invertido, y no lo haré hasta que no esté preparada. Además insistí en que el acuerdo debería ser confidencial y que nadie excepto el señor Stark y el artista sabría que era yo la protagonista del retrato. Sin embargo, de alguna forma, mi identidad ha sido revelada, y el señor Stark y yo hemos sido acosados sin descanso por reporteros y fotógrafos que aparentemente no tenían nada mejor que hacer. Y la verdad es que ahora me arrepiento de todo.

Me pregunto si Damien verá esta grabación.

Continúo, sin embargo.

—No me arrepiento de haber posado para el retrato. Ni de haber aceptado el dinero. No, lo que más lamento es que lo único que les pedí a Blaine y al señor Stark fue que mantuvieran mi identidad en secreto. Debo admitir que hubo un tiempo en el que me sentía muy avergonzada de mi cuerpo, pero eso ahora ya no me importa. Creo que el retrato es extraordinario, y los honorarios por el trabajo, justos. Por otra parte, ¿cuál es el precio por pintar el cuerpo de una mujer? Si el señor Stark me hubiera pagado diez dólares, ¿estaría ahora la prensa llamándome ramera barata? —Miro a Evelyn, que está sonriendo—. Para ser sincera, creo que el señor Stark obtuvo una ganga. Si quiere un segundo retrato desnudo, tendrá que pagarme dos millones de dólares. Por lo menos.

Junto a mí, la periodista asiente alentadoramente.

—Desde esta mañana, los rumores sobre mí han cambiado. Al parecer ahora soy una mujer capaz de acostarse con un asesino para alcanzar la fama. Pensemos un poco. ¿Me acuesto con Damien Stark? Sí, y lo hago encantada, pero no para hacerme famosa, sino porque me siento honrada y agradecida de que él me quiera en su vida y en su cama.

De repente me doy cuenta de que no estoy nada nerviosa. Me siento con fuerzas. Esto, estas palabras, me hacen sentirme bien.

—En cuanto a la acusación de que Damien Stark es un asesino, solo puedo decir que no creo que sea verdad. Las pruebas lo demostrarán. Pero si por un horrible giro inesperado del destino fuese condenado, eso no cambiaría nada. Nunca lo abandonaré.

Respiro hondo y continúo con mi exposición.

—No tengo intención de hacer ninguna otra declaración, así que solo añadiré una última cosa. Estoy enamorada de Damien Stark, y dentro de una hora me voy a Alemania para apoyarlo durante todo el proceso. Es un hombre inocente y ha sido acusado injustamente. Gracias.

Estoy de pie delante de la puerta de la suite presidencial del espectacular hotel Kempinski de Munich y respiro profundamente. Tengo una deuda enorme con Sylvia, su secretaria, que podría perder el trabajo cuando Damien se entere de que me ha dicho dónde se aloja.

No estoy segura de cómo va a reaccionar cuando me vea aquí, y no tengo forma de saber si ha visto mi entrevista. E incluso si la ha visto, desconozco si le ha hecho cambiar en algo.

En cuanto a la entrevista, cuando iba en el taxi desde el aeropuerto a mi hotel, leí a través de Jamie media docena de correos electrónicos contándome cómo la prensa se estaba volviendo loca. Aparentemente, ya no soy una puta ni Damien un asesino. Ahora somos dos amantes desafortunados.

La prensa es un tanto caprichosa. Esta vez, al menos, nos muestra su lado más amable.

Y lo más importante, parece que la primera fase de mi plan ha funcionado. Saberlo me da fuerzas. Probablemente la siguiente fase también funcione. Porque en realidad no quiero tener que llamar a Sylvia y pedirle que me reserve una habitación en el equivalente a un motel barato de Munich.

«Ya está bien de rodeos».

Respiro profundamente otra vez, llamo a la puerta con firmeza y espero.

Un instante después, oigo la voz de Damien.

—¡Un momento!

Acto seguido escucho cómo corre la cerradura. Contengo la respiración mientras se abre la puerta.

Y ahí está. Lleva puestos unos pantalones negros y la camisa abierta. Se le ve apuesto y distraído. Mantiene el brazo en alto intentando abrocharse el puño, y cuando me ve, se queda estupefacto.

—Nikki.

—¿Quieres que te ayude con eso? —le pregunto.

Sin decir una palabra, extiende el brazo. Le abrocho el puño de la camisa sin moverme del pasillo, a continuación entro y le abrocho el otro. Luego, en silencio, comienzo a abrocharle uno a uno todos los botones de la camisa.

Su cuerpo está en tensión, alerta, y no sé si está contento de verme, enfadado o si no cree que realmente esté allí de verdad.

—Vi tu entrevista —dice finalmente.

—¿Ah, sí? —Trato de sonar indiferente y tranquila, pero por dentro el corazón parece que me va a estallar. Si la vio y quería que viniera, ¿por qué no me ha arrastrado hasta sus brazos?

—No esperaba que llegaras tan rápido.

—Cuando sabes que quieres estar con la persona que amas, lo único que deseas es llegar a su lado tan pronto como puedas. —Mi sonrisa flaquea, y de repente me asusta empezar a llorar. Ni siquiera me había permitido hasta ahora admitir lo mucho que deseo escuchar esas dos pequeñas palabras de sus labios. Pero lo hice, lo hago. Y no solo no las repetirá, sino que probablemente también me mandará de regreso a casa.

—Oh, Nikki. —Mi nombre envuelve demasiadas emociones, y no soy capaz de ordenarlas—. No importa lo que le digas a la prensa, te mereces algo mejor que una relación con un hombre encarcelado.

—Te merezco a ti —le digo—. Pero si crees que no puedo soportar todo esto, tienes razón. No puedo. No sin ti. Damien, ¿no lo entiendes? No puedo quedarme al margen y ver cómo te acusan de asesinato. Necesito estar aquí. Tengo que estar aquí. Te necesito. —Me detengo para tomar aliento y luego inclino la cabeza para mirarlo a los ojos—. Y creo que tú también me necesitas.

El peso de la eternidad parece colgar en los segundos que pasan antes de que responda.

—Sí. Por Dios, Nikki, sí que te necesito.

Es como si se hubiera roto el muro de cristal que lo rodeaba. Sus ojos se vuelven a llenar de vida, la sonrisa regresa a sus labios. De repente sus brazos me rodean, me abraza tan fuerte que siento el ritmo de los latidos de su corazón y aspiro el aroma de este hombre al que amo tan profundamente.

—Entonces ¿te parece bien que haya venido?

Mis palabras son titubeantes, inseguras.

—Oh, cariño, sí —me dice, y la emoción contenida en su voz casi me hace llorar—. Eres toda mi vida; sin ti no soy nada.

—Nunca deberías haberte alejado de mí —le reprocho.

—No —replica con firmeza—. Tenía que hacerlo. Tenía que darte la oportunidad de liberarte de mí. Porque te voy a arrastrar al infierno, Nikki, y aunque es posible que creas que soy un hombre fuerte, en lo que a ti respecta soy bastante débil. Soy un egoísta. Me alejé de ti una vez para protegerte, pero no lo volveré a hacer. Si quieres marcharte, hazlo ahora. De lo contrario, te retendré aquí a mi lado, porque es donde quiero tenerte. A mi lado, Nikki. Para siempre.

Me estremezco aliviada al oír sus palabras, y solo puedo asentir estúpidamente.

—Mi vida ha sido un infierno sin ti. Cada minuto ha sido una lucha para no caer en la tentación. Quería enviar un avión a buscarte. Mandar al diablo todo lo que fuera mejor para ti y satisfacer mis propias necesidades egoístas.

Me humedezco los labios.

—Creo que hubiera estado de acuerdo con eso.

—No —dice sacudiendo la cabeza con asombro—. Me sentí muy orgulloso de ti. Por todas las cosas que dijiste. Por el riesgo que corriste. Expulsaste a los demonios, Nikki. La prensa puede llegar a ser irritante, pero les has quitado todo el poder. Ahora no pueden destruirte. No por eso. Tal vez por nada.

—Fue fácil. Solo tuve que recordar lo fuerte que siempre me dices que soy.

Me acaricia las mejillas con la punta de los dedos. Luego posa sus labios sobre los míos y me da un largo, profundo y acogedor beso que hace que me tiemblen las rodillas y que el resto de mi cuerpo se estremezca anhelando sus caricias.

—Quiero hacerte el amor —me dice.

—Gracias a Dios —respondo, y se ríe.

—Pero ahora no podemos.

Lo miro, temiendo haberme equivocado y que me vaya a dejar a pesar de todo.

—Tengo una reunión con mis abogados.

—Oh. Está bien. ¿Más tarde?

—Claro que sí, más tarde. Y durante mucho tiempo. Pero ahora ¿vendrías conmigo? Quiero tenerte a mi lado cuando me reúna con los abogados.

—Por supuesto —le digo—. ¿Eso significa que me puedo quedar?

—Será mejor que lo hagas, maldita sea.

Sonríe dulcemente, los ojos le brillan.

—¿Qué? —le pregunto.

—Solo espero que no seas un espejismo.

Sonrío.

—Soy real.

—Demuéstramelo —me dice, y a continuación introduce la mano en el bolsillo y saca la pulsera tobillera de esmeraldas. Se me escapa un jadeo—. Póntela.

—Pero ¿cómo…?

—Regresé —explica agachándose para colocarla alrededor de mi tobillo; el suave roce de sus dedos en mi piel hace que me estremezca—. Tenía que tenerte conmigo… aunque solo fuera como un talismán.

—Damien…

Mi voz es entrecortada, mi corazón está desbordado.

Se pone en pie y acaricia mis labios.

—Más tarde. Si dices algo más, nunca saldremos de aquí. Quisiera tenerte en este mismo instante, pero no puedo faltar a esa reunión.

Sonrío y le acompaño hasta la puerta, deseando que llegue ese «más tarde».

Se detiene antes de salir.

—Solo una cosa más. Cuando te he dicho que puedes quedarte, lo que quise decir es que te amo.

Lo miro mientras habla, sus ojos brillan intensamente. Mi boca esboza una sonrisa de satisfacción, y me doy cuenta de que estoy riendo como una niña.

¿Qué importa si nos enfrentamos a un juicio por asesinato? Damien y yo nos amamos.

Y por ahora, con eso me basta.