24

Lo miro, sin creer haber entendido bien sus palabras.

—No. No. Richter se suicidó. Saltó desde un edificio y acabó con su vida.

Si me lo repito muchas veces acabará siendo verdad.

—Sí, se tiró y murió.

Me quedo mirando a Damien, el hombre del que estoy perdidamente enamorada. ¿Tiene lo que hay que tener para llegar a matar a un hombre?

La respuesta no se hace esperar. Sé que lo tiene. Estoy segura de que podría matar para protegerme. Y también de que mataría para protegerse a sí mismo.

De repente, dejo de dudar de sus palabras. Me estremezco, pero no porque la idea me horrorice. No, me estremezco porque temo que lo voy a perder. Que lo puedan encarcelar por protegerse de un hombre que era un verdadero monstruo.

—Nikki —me dice con voz infinitamente triste—. Lo siento. Me iré ahora mismo.

Comienza a levantarse de la cama.

—No. —La palabra parece arrancada desde lo más profundo de mi interior. Le agarro la mano con fuerza y tiro de él hacia abajo—. No me dejes. Hiciste lo que tenías que hacer. Lo que debería haber hecho tu padre, el muy canalla. Te juro que si en aquel entonces hubiera estado por allí y hubiera sabido lo que ese hijo de perra te hacía, lo hubiera matado yo misma.

Damien cierra los ojos despacio. Creo que es alivio lo que veo en su rostro.

—Cuéntame lo que pasó exactamente —le pido con delicadeza.

Damien me suelta la mano y se pone en pie. Por un momento, temo que se vaya a marchar de todos modos, pero entonces me doy cuenta de que solo necesita moverse un poco. Camina alrededor de la cama, se detiene frente al cuadro de Monet. Los almiares en el campo y los fantásticos colores de la puesta de sol.

«Puesta de sol».

Esas son nuestras palabras de seguridad. Las que Damien me pidió que eligiera aquella primera noche que fui suya. Las que debía usar si él iba demasiado lejos.

Lo miro y espero que no las pronuncie ahora. Sé que debe de ser duro recordar todo aquello y contarme lo que sucedió esa noche. Pero yo necesito oírlo. Es más, necesito que Damien me lo cuente. Y deseo de corazón que esos secretos que tan acostumbrado está a esconder no le detengan ahora.

—¿Damien?

No se gira. Ni siquiera se mueve. Pero escucho su voz, baja y firme.

—Todo comenzó cuando yo tenía nueve años. Los tocamientos. Las amenazas. No entraré en detalles, no quiero recrear todos esos recuerdos, y mucho menos que lo hagas tú. Pero te diré que era algo horrible. Lo odiaba. Odiaba a mi padre. Y me odiaba a mí mismo. No porque me sintiera avergonzado, nunca sentí vergüenza por nada, sino porque yo no tenía el poder para detenerlo. —Se gira hacia mí y continúa hablándome—. Aprendí lo importante que es el poder. Es lo único que realmente puede protegerte, y en aquel entonces, no tenía ninguno.

Apenas hago un sencillo gesto afirmativo con la cabeza, temiendo que si hablo o reacciono bruscamente, dejará de hablar.

—Así continuó durante años. Me hice mayor y más fuerte, pero él era un hombre enorme, y a medida que yo crecía aumentaban las amenazas. Me tomaba fotografías. Y había… —Se detiene y respira profundamente—. Había otras cosas con las que me amenazaba.

—¿Qué fue lo que cambió? —le pregunto con suavidad.

No quiero que reviva todos aquellos años. Solo quiero saber qué sucedió la noche en que murió Richter.

—En todo aquel tiempo él nunca… nunca me violó. —El tono de su voz es tan lento y neutro que me provoca escalofríos—. Cuando tenía catorce años, fuimos a Alemania a un club de tenis de Munich. Una noche, no recuerdo muy bien por qué, subí a las canchas de la azotea. No podía dormir, estaba nervioso. Sea como fuere, él subió también. Había estado bebiendo, podía olerlo. Traté de regresar abajo, pero me cortó el paso. Intentó… por primera vez intentó llevar más lejos sus enfermizos juegos. —Damien me mira a los ojos—. Y yo no se lo permití.

—¿Le empujaste desde la azotea? —Apenas puedo escuchar a través de los latidos de mi pulso en los oídos.

—No —me dice.

Estoy confundida.

—Entonces ¿qué sucedió?

—Comenzamos a forcejear. Le pegué con mi raqueta. Me la arrebató de las manos y me golpeó con ella en la nuca. Tuve suerte de que la herida no se viera, o la policía se hubiera interesado más por mí en ese momento. Fue una pelea feroz… y estábamos en el borde de la azotea, una zona sin las vallas que hay en las canchas para evitar que las bolas se caigan. No recuerdo exactamente qué fue lo que sucedió. Se abalanzó sobre mí y le di un buen empujón. Se tambaleó hacia atrás y luego tropezó con algo. No estoy seguro de con qué. Estaba borracho, así que tal vez fue con sus propios pies. Cayó, pero consiguió agarrarse a una cornisa. Estaba allí colgando, y yo me quedé petrificado. No podía moverme. Me pidió que le ayudara.

Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración.

—Me quedé allí inmóvil. Gritaba pidiéndome ayuda, y puedo recordar cómo la cabeza continuaba latiéndome por el golpe, pero me acerqué a él. Di un paso y luego me detuve. Y entonces cayó. —Cierra los ojos, y noto cómo su cuerpo se estremece—. Regresé a mi habitación, pero no pude dormir. A la mañana siguiente, el ayudante del entrenador llegó con la noticia de que Richter había muerto.

—No pueden condenarte por nada —le digo—. No hiciste nada malo.

—Hubo un momento en que pude haberlo salvado —me contradice—. Podría haber sido más rápido. Podría haberlo agarrado.

—No te atrevas a sentirte culpable por lo que podrías haber hecho.

Me mira con frialdad.

—No. No me arrepiento ni por un instante.

—Damien, ¿no lo ves? Solo tienes que contárselo todo a la policía.

—¿Qué? ¿Todos los abusos?

—Sí —le digo.

—No.

—Pero…

—Nikki, he dicho que no.

Respiro profundamente.

—¿Y ahora qué?

—Llamé a Charles desde la limusina. Iremos a Munich mañana. El equipo jurídico ya está preparado. Espero que podamos presentar una buena defensa.

—Tienes una buena defensa.

—No insistas en eso, Nikki. No voy a hacer de dominio público ese aspecto de mi vida. Richter me robó muchas cosas, pero no me va a robar también mi intimidad.

Asiento, porque no tiene sentido discutir eso en este momento.

—Así que los peces gordos del club de tenis están en Alemania —comienzo a decir—. ¿Charles y tu padre esperaban que si apoyabas el club de tenis Richter aquí esos tipos moverían los hilos con la policía?

—Así es.

—Pero dijiste que tu padre fue quien lo empezó todo.

—Dije que creo que lo hizo —me aclara Damien—. No puedo saber todo lo que mi padre tiene en la cabeza, pero lo que sí sé es que antes de que resolviera mis asuntos con Padgett, este se reunió al menos en dos ocasiones con mi padre. Si tenemos en cuenta tu conversación con Carl, creo que él también pudo haber estado involucrado. Supongo que mi padre debió de hablar con Padgett sobre el conserje. Parece ser que Schmidt presenció nuestra pelea, aunque se marchó antes de que Richter cayera de la azotea.

—¿Así es como Padgett iba a hacerte daño antes de que lo arreglaras? —Cuando Carl dijo que la mierda iba a saltar por todos lados, debía de estar refiriéndose a Schmidt—. ¿Iba a hacer que el conserje contara públicamente lo que vio?

—Eso creo. Había exigido más dinero para él y para mi padre, que era quien estaba detrás. Pero cuando llegué a un acuerdo con Padgett, a mi padre no le gustó nada que el plan saliese mal. Así que sobornó a la policía alemana. No creo que esperara que esto llegase tan lejos. Después de todo, el caso es muy desagradable y no fue tratado nunca de forma oficial como un asesinato. Las amenazas eran en realidad para captar mi atención… y mi dinero.

—Pero la policía alemana reabrió el caso.

—Sí. Y por eso mi padre quería que yo pareciera completamente limpio. Su casa, su coche y la mayoría de sus cuentas bancarias están ahora mismo a mi nombre. Si me condenan, o si necesito dinero para mi defensa, todo eso desaparecería. Y lo que sería aún peor para él, el público podría descubrir que era cómplice de lo que Richter me hacía.

—Tu padre es un hijo de puta —digo con dureza.

—Sí que lo es —responde Damien.

—Pero tú vas a salir bien parado de todo esto.

No puedo ni siquiera imaginarme la posibilidad de que sea encarcelado.

—No estoy seguro —admite—. Pero en estos momentos no quiero pensar más en todo eso.

Retiro las mantas y le tiendo mi mano.

—Entonces no lo hagas.

Me mira a los ojos.

—Debería haberte contado todo esto.

—Sí, pero acabas de hacerlo.

Durante un momento solo veo tristeza en sus ojos. Luego sonríe, y es como si una luz llenase mi sombría habitación.

—No olvides nunca lo mucho que significas para mí, Nikki —declara mientras se coloca a mi lado.

—No lo haré. Pero no te va a suceder nada.

Está ocupado quitándome la camiseta que llevo por pijama, pero se detiene a mirarme con expresión seria.

—Sabes que siempre te cuidaré. Que haré lo que sea por protegerte.

—Para —le interrumpo con firmeza—. No te van a condenar. No irás a la cárcel. Te quedarás aquí. Conmigo.

No dice nada, simplemente se inclina y apoya su frente contra la mía. Ya me ha quitado la camiseta, y sentir su aliento sobre mi piel desnuda es algo mágico.

—Voy a hacerte el amor esta noche —me dice—. Suave y dulcemente todo el tiempo que podamos.

—Que será mucho —le digo jadeando mientras comienza a besarme desde el cuello hasta los pechos. Mi cuerpo se estremece de deseo. Noto su erección a través de los pantalones—. Quítatelos. Quiero sentirte. Te quiero contra mí. Te quiero tan cerca de mí que no pueda distinguir dónde termino yo y dónde empiezas tú.

Se levanta y me mira. Lentamente, su boca esboza una pícara sonrisa.

—Sí, señora —me dice riendo.

Sale de la cama y poco a poco se desabrocha la camisa. Lo miro, disfrutando del espectáculo. Y disfrutando aún más de saber que este perfecto ejemplar de hombre es mío. Dobla la camisa y la coloca sobre el escritorio. Se quita los zapatos y los pantalones. Su ropa interior es de color gris, pero incluso bajo la tenue luz puedo ver su erección, presionando tras el algodón. Se los quita, y me doy cuenta de que me estoy humedeciendo los labios. Damien también se da cuenta, y su sonrisa me hace sonrojar.

—¿Qué desea exactamente la señorita? —me pregunta.

—Quiero tocarte. Quiero saborearte. Quiero hacer que toques el cielo.

—Qué coincidencia —me dice mientras se coloca a mi lado—. Porque yo quiero precisamente lo mismo.

Está de rodillas y me levanta para que yo también me ponga de rodillas frente a él. Me acaricia la cara muy despacio, con la mirada clavada en mí.

—Quiero memorizarte —me explica—. Cada línea, cada curva. Tu olor, tu sabor. Quiero encerrarte en mi memoria para que nunca me abandones.

—Nunca lo haré —le respondo.

—Nikki…

Espero que me diga algo más o que me bese, pero mi nombre permanece suspendido en el aire. Por un breve y extraño momento, un escalofrío de temor recorre mi cuerpo. No lo van a condenar; no se va a separar de mí. Lo creo con todas mis fuerzas. Sí. Y entonces me tumbo, tiro de él y lo abrazo, porque no puedo soportar que esté lejos de mí ni un segundo más de lo necesario.

—Sin juguetes —le digo y poso mis labios sobre los suyos—. Sin excentricidades. Sin juegos. Solo tú dentro de mí. Es todo lo que quiero esta noche, Damien. Es lo único que realmente necesito.

Sus manos me acarician, sus labios bailan sobre mí.

—Es lo único que necesito yo también. A ti, Nikki. En mis brazos. Grabada en mi mente. Clavada en mi interior. Ansiosa, exigente.

Tengo las manos en su espalda, en la curva de su trasero. Las piernas separadas, las rodillas elevadas. Acerco las piernas para que su cuerpo acaricie mi piel mientras nos movemos, cuerpo contra cuerpo, piel contra piel.

No quiero que la dulzura de este momento acabe nunca, pero me siento muy húmeda y necesito tenerlo. Necesito sentirlo dentro de mí. Necesito saber que es mío y que yo soy suya, que realmente estamos juntos y que siempre lo estaremos.

—Damien —le ruego—. Ahora. Por favor, por favor, te necesito ya.

Se mueve con suavidad sobre la cama, apartando mis piernas y dejándome abierta para él. Entonces siento cómo su pene roza mi sexo, y comienza a moverse lentamente, de una forma endiabladamente lenta, hasta que estoy casi segura de perder la cabeza.

—Ahora —le imploro—. Damien, ahora. Te necesito ahora.

—Yo también te necesito, Nikki —me susurra y se sumerge con fuerza dentro de mí, llenándome, haciendo que me arquee con el placer que recorre mi cuerpo, como si fuésemos un circuito y nuestra unión provocase un flujo constante de electricidad entre ambos.

Se mueve a un ritmo mágico, y yo me elevo para seguir sus embestidas, atrayéndolo con mi cuerpo. Mis músculos se tensan, siento el orgasmo creciendo en mi interior hasta que me parece que no estoy tumbada en la cama, sino flotando sobre ella. Hasta que ya no soy una mujer, sino una explosión de estrellas.

Hasta que todo lo que soy es Damien, y eso es todo lo que siempre quise ser.