«¡Asesinato!»
Miro a Ollie y después a Damien. Ollie muestra una expresión de suficiencia. Damien parece confuso.
—No han presentado cargos —le responde Damien.
Por un momento, Ollie parece asustado, pero se recobra.
—No, parece que simplemente están retrasándolo. La acusación se presentó hace solo unos minutos. ¿No lo sabías?
—Espera —le digo.
La cabeza me da vueltas y por un momento me cuesta saber con exactitud qué es lo que siento. ¿Enfado? ¿Dolor? ¿Miedo? ¿Confusión? Todos luchan por imponerse en mi interior, y en este momento tengo la sensación de que me va a explotar la cabeza.
Pienso en esas esquirlas de cerámica y me maldigo por no haberme guardado una en el bolsillo.
«No. Respira. Puedes hacerlo».
Tomo aire y me giro hacia Damien.
—Todo este tiempo he creído que la acusación alemana era por alguna infracción comercial, ¿y en realidad estaban investigando un asesinato?
Su indecisión parece durar eternamente y sus ojos se centran en mí el tiempo que dura su silencio, como si intentara encontrar en algún lugar de mi interior la respuesta a esa pregunta.
—Sí —me confirma.
Y ahí está. El mayor secreto de todos, uno que podía haberme contado en cualquiera de las mil ocasiones que ha tenido. Pienso en las veces en que mencioné las leyes alemanas. En las veces en que me dejó seguir creyendo que solo se trataba de algo relacionado con los negocios. Solo Stark International lidiando con el tipo de problemas que tienen las grandes corporaciones.
—Pensaba que tu compañía había infringido alguna ley sobre normativas regionales o evadido impuestos o algo por el estilo. Esto es…
—Peor —dice Damien—. Mucho peor.
Aguardo a que diga algo más. A que se explique. A que mienta. Algo. Cualquier cosa.
Se queda callado.
Inspiro aire y me llevo los dedos a las sienes. Necesito pensar. En realidad, únicamente necesito estar sola.
—Me voy. Tengo que ir a ver cómo está Jamie.
—De acuerdo —acepta Damien con demasiada calma—. Edward y yo te acercaremos a casa.
—Iré sola. Gracias.
—Yo te llevo —se ofrece Ollie.
—Por supuesto que no —le replico.
Con Damien me hallo envuelta en una espiral de ira, tristeza, confusión y Dios sabe qué más. Con Ollie, simplemente estoy cabreada.
—Cogeré un taxi.
Me vuelvo una vez mientras me alejo, y mis ojos encuentran los de Damien. Vacilo, esperando a que diga mi nombre, pero no lo hace, y lucho contra el impulso de abrazarme para evitar un escalofrío. Lentamente, le doy la espalda a Damien y sigo caminando por la calle. Estoy dolida y confusa, pero lo que tengo que hacer ahora es centrarme en una sola cosa: llegar a casa.
El trayecto desde Beverly Hills hasta Studio City es corto y pasa rápido, y no tardo nada en llegar. Entro deprisa, esperando encontrarme a Jamie llorando en la cama.
No está en allí.
«Vale, de acuerdo. Piensa. ¿Dónde se habrá metido?»
Conozco a Jamie lo suficiente como para saber que quizá se tire a otro para calmar su ego herido, y empiezo a repasar mentalmente la lista de solteros de nuestro bloque a los que todavía no ha tenido encima, o debajo. Es algo típico de Jamie: rara vez vuelve a repetir del mismo plato.
Y para reforzar la lucidez de mis pensamientos, una serie de gemidos y gruñidos se escapan por la puerta de al lado. Douglas. La suerte le sonríe de nuevo.
Al menos puedo tacharle de mi lista. Aunque Douglas dejó claro que quería un segundo asalto, Jamie se negó en repetidas ocasiones.
Me paseo por el apartamento, preguntándome dónde podría estar. Llamo al bar de la esquina, cerca de nuestro bloque, pero no ha ido por allí desde hace días. Llamo a Steve y a Anderson, pero no han hablado con ella. Me dan los nombres de algunos amigos comunes. Los llamo, pero nadie ha sabido nada de ella esta noche.
«Mierda, mierda, mierda».
Aunque sé que no ayudará en absoluto, llamo a la policía. Soy lo suficientemente lista como para evitar llamar al número de emergencias y llamo directamente a la comisaría. Hablo con el agente al cargo y le explico que mi compañera de habitación llegó a casa borracha, pero que ya no está y que me preocupa que esté muerta en una cuneta.
Es bastante majo, pero no envía a nadie para ayudar. No hasta que no haya estado desaparecida durante mucho más que unas pocas horas.
Cierro los ojos y pienso. ¿Quizá le dijo algo a Edward? ¿Que iba a cambiarse y a salir de fiesta? ¿Que iba a visitar a un amigo? ¿Que se iba al Aeropuerto Internacional de Los Ángeles para tirar el dinero en un vuelo nocturno a Nueva York?
No tengo el número de Edward, y mi dedo vacila sobre el nombre de Damien en el móvil. No estoy preparada para hablar con él, pero tengo que saberlo. Respiro con fuerza, cuento hasta tres y llamo.
Lo coge al instante y, maldita sea, las lágrimas no me dejan hablar. Se me hace un nudo en la garganta.
Todavía sigo al teléfono con él, contándole a trompicones lo ocurrido y preguntándole si puedo hablar con Edward, cuando entra por la puerta del piso. Parpadeo confusa mientras se acerca a mí, me quita suavemente el teléfono y cuelga.
—¿Cómo has llegado tan rápido?
—Edward está en el coche, al final del bloque. De todas formas tenía intención de venir, pero te estaba dando tiempo.
—Ah. ¿Le has preguntado?
—No le dijo nada —me informa Damien—. Y él la acompañó hasta la puerta y oyó cómo la cerró con llave al marcharse. Supuso que se dormiría en cuestión de minutos.
Aprieto una mano contra la frente. Tengo que averiguar qué hay que hacer ahora, pero estoy en blanco. No sé qué hacer. Estoy completamente perdida y muerta de miedo.
—Está borracha y cabreada, y va a hacer alguna estupidez.
—¿Has comprobado si está su coche?
—Mierda. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza.
—Podría haber cogido un taxi, o haber pedido a algún amigo que la recogiera. Pero si el coche sigue ahí, es un comienzo. Puedo hacer que uno de mis chicos de seguridad llame a la centralita de los taxis para ver si llamó, y luego…
Mientras me habla voy corriendo a la puerta principal para bajar a comprobar su plaza de aparcamiento. La abro de golpe y me quedo paralizada al encontrarme a Jamie, con el pelo y la ropa hechos un desastre, pero bien a pesar de su aspecto.
—¡James! —La atraigo hacia mí y la abrazo, después me aparto para comprobar si tiene alguna herida oculta—. ¿Estás bien? ¿Dónde has estado?
Se encoge de hombros, pero por un momento estos se clavan en la pared que da al piso de Douglas.
—Oh, James —le digo, pero parece tan desdichada que no añado nada más. La charla puede esperar. Ahora mismo tengo que meter a mi mejor amiga, borracha y deprimida, en la cama.
—Voy a ayudarla —le digo a Damien. Dudo un momento—. Vuelvo en un segundo —añado después.
Damien asiente, y llevo a Jamie a su habitación. La ayudo a quitarse la ropa y se mete en la cama en ropa interior.
—La he fastidiado, ¿verdad? —me pregunta.
—Bryan Raine es el que está jodido —le respondo—. Tú solo duerme.
—Dormir —repite, como si fuera la cosa más maravillosa del mundo.
—Buenas noches, James —le susurro. Voy a marcharme, pero me agarra de la mano.
—Eres afortunada —me dice—. Él te ama.
Cierro los ojos con fuerza para que no se me salten las lágrimas. Quiero contárselo todo, pero mi mejor amiga está medio inconsciente, y el hombre que quizá me ama, pero que sin duda me ha mentido, me espera en el salón.
No me siento preparada, pero salgo de la habitación de Jamie y vuelvo con Damien.
Está terminando de hablar por teléfono cuando regreso.
—Era Edward. Le he dicho que vuelva a casa. Me quedo aquí esta noche.
—No creo que…
—Me quedo. En tu cama, en el sofá o en la maldita bañera. Me da igual, pero no vas a librarte de mí. No esta noche.
—Vale. Como quieras. —Noto el tono de resignación en mi voz. Pero me voy a dormir. Miro la cama que ocupa el salón, nuestra cama, y la tristeza que me inunda casi me hace caer al suelo—. A dormir a mi habitación —le aclaro—. Hay una manta de sobra en el armario del pasillo. Sírvete lo que quieras de la nevera.
Entonces me giro, me voy a mi habitación y cierro la puerta tras de mí.
Cinco minutos después estoy en la cama, con los ojos abiertos como platos, cuando escucho unos suaves golpecitos en la puerta. Podría fingir que estoy dormida. Por un momento sopeso la idea. Pero, mientras que una parte de mí sigue enfadada y dolida, la otra se muere por estar con Damien.
Gana esa otra parte.
—Pasa —digo.
Entra con dos tazas de chocolate caliente. No puedo evitar una sonrisa.
—¿Dónde lo has encontrado?
—En tu despensa. No te importa, ¿no?
Niego con la cabeza. No estoy de humor para vino o licor, pero agradezco el reconfortante chocolate.
Pone el mío en la mesita de noche, luego se sienta en el filo de la cama. El silencio se hace incómodo.
—Es Richter —dice por fin rompiendo el silencio—. Me acusan del asesinato de Richter.
Intento procesar la información, encajándola con lo que sé sobre Damien y sobre la muerte de Richter.
—Pero fue un suicidio —le contesto—. Y pasó hace años.
—En parte, basan el caso en el hecho de que heredé su dinero.
—¿Lo heredaste?
Hace un gesto de asentimiento.
—Mi primer millón. No se filtró. Pagué a Charles una buena parte de ese dinero para asegurarme de que la prensa no se enterara. Mis enemigos argumentarán que un millón de dólares es una razón de peso.
—¿Eso dicen? Pero solo eras un crío. —Todo el mundo se enteró de la historia cuando ocurrió. El entrenador de la joven promesa del tenis Damien Stark se suicidó saltando al vacío desde un club de tenis en Munich—. Y ya estabas ganando dinero.
—La mayoría de los que tienen dinero quieren más.
—Aun así es un argumento ridículo —insisto—. Lo más seguro es que te dejara el dinero por la misma razón por la que se mató. Se sintió culpable por ser un asqueroso pervertido.
—No creo que Richter se sintiera culpable en toda su vida. De todas formas, creo que se están basando más en el testigo que en el dinero.
—¿Y quién es el testigo?
—Un conserje. Elias Schmidt. De hecho, se puso a disposición de la policía justo después de que muriese Richter, pero mi padre lo sobornó y desapareció antes de que pudiera decir nada. Evelyn estuvo durante todo el follón. También Charles. Se estaba preparando un libro con la hipótesis de que yo había matado a mi entrenador. Ellos dejaron ese tema cerrado y los rumores encerrados en un cajón.
Intento seguir su relato.
—Entonces sobornaron al conserje, pero ¿ha vuelto?
—No. No volvió. La policía alemana supo de él y fueron a buscarle.
—¿Cómo?
—No lo sé —me responde pausadamente. Todo en él es calma, y me doy cuenta de que ha entrado en modo corporativo: está relacionando los pormenores de la transacción, aunque sin involucrarse emocionalmente—. Pero creo que mi padre les ayudó un poco.
Me quedo estupefacta.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Por qué demonios haría algo así?
—Para castigarme por no darle más dinero.
No puedo evitar que un escalofrío me recorra el cuerpo. La relación con mi madre está hecha pedazos, pero lo de Damien con su padre está a otro nivel.
La verdad es que estoy asustada.
—Pero se darán por vencidos cuando presentes tu defensa. Todo irá bien. Quiero decir, te costará una millonada, pero tienes dinero de sobra, ¿verdad? Y eres inocente, al final retirarán los cargos.
—El dinero ayuda, pero no garantiza nada. Se condena a gente inocente todo el tiempo. Y además… —añade con la voz más fría que nunca le haya oído— no soy inocente.