Lo bueno de las limusinas es que tienen conductor. Me aprovecho de eso y llego al apartamento de Damien un poco achispada después de acabar con la mitad de una botella de un excelente chardonnay de Evelyn.
Lo único que quiero hacer es dormir, y me dirijo a la cama, dudando lo justo para sentir un escalofrío al darme cuenta de que estoy sola.
He dejado el móvil en la mesita de noche; lo cojo y escribo un mensaje:
En tu cama. Borracha. Ojalá estuvieses aquí.
No tengo ni idea de la hora que es en Londres y he tomado demasiado vino como para molestarme en calcularlo. Así que ni siquiera estoy segura de que Damien esté despierto. Pero solo unos cuantos segundos después suena su respuesta:
Yo también querría estar ahí. Estoy en el aeropuerto. Regreso a casa contigo. Dime que estás desnuda.
Sonrío y tecleo mi respuesta:
Desnuda. Y húmeda. Deseándote. Ven rápido a casa. He sido «damienizada», y no creo que pueda resistir mucho tiempo sin ti. («Damienizada», v. Tener necesidad de Damien, especialmente en el sentido de follar y tener charlas obscenas. Véase, por ejemplo, Nikki Fairchild).
Su respuesta no se hace esperar:
Me gusta esa nueva incorporación a tu vocabulario. Y ahora me pasaré empalmado todo el largo vuelo de regreso a casa. Subo a bordo. Hasta entonces, imagíname tocándote.
No sé si va a leerlo, pero le envío un último mensaje. «Sí, señor», tecleo. Luego abrazo el teléfono y me quedo dormida.
Despierto al notar la vibración del teléfono contra mi mejilla. Me doy la vuelta, aturdida, y veo que ya es más de mediodía y que tengo una llamada perdida. Rápidamente compruebo si es de Damien, pero solo es un mensaje de voz de Evelyn diciéndome que olvidé mi cámara. Maldigo en silencio y abro el correo electrónico para mandarle una breve nota diciéndole que iré a recogerla en cuanto pueda.
Es entonces cuando veo que hay un mensaje de Damien en la bandeja de entrada.
Nikki, de escala en Amsterdam. Llegaré a Los Ángeles a las 17.00 h. ¿Te importa si esta noche vamos a un desfile de moda benéfico? Comienza a las 21.00 h. Preferiría quedarme en casa contigo, pero está patrocinado por la firma Maynard. Me aseguran que el acceso a la prensa está restringido. Jamie también está invitada. Dime algo. Te echo de menos…
Leo el mensaje dos veces, tratando de decidir por qué estoy sonriendo de esa forma. Hasta que no comienzo a leerlo por tercera vez no me doy cuenta de que… me lo está preguntando, no diciéndomelo. Abrazo ese sentimiento y lo sostengo cerca del corazón. Luego escribo la respuesta, aunque sé que no la leerá hasta que aterrice.
Por supuesto, señor. Pero ¿cómo se burla de mí fingiendo pedir mi consentimiento si sabe que por supuesto haría cualquier cosa que me pidiera, donde, como y cuando quisiera? Espero que esté aprovechando el tiempo del viaje pensando en interesantes «cómo»…
P.D.: En casa tengo el vestido perfecto para la ocasión. ¿Me recoges a las 20.00 h en mi apartamento? Comprobaré la agenda social de Jamie…
Raine le había dicho a Jamie que se iba de fiesta con sus amigos, así que ella está completamente libre y dispuesta a acompañarnos.
No estoy muy segura de qué esperar de un desfile de moda patrocinado por una firma de abogados, pero resulta que Bender y Twain es solo uno de los muchos patrocinadores de una fundación que está recaudando fondos para la diabetes juvenil. El evento se celebra en un restaurante de Beverly Hills, pero el lugar ha sido tan exquisitamente decorado que cuesta creer que alguna vez haya sido otra cosa que no sea una pasarela de moda. Una larga pista rodeada de sillas divide la enorme sala. El perímetro está lleno de mesas con información sobre los proyectos de investigación, sorteos y bolsas de regalo. Jamie y yo cogemos una bolsa cada una y nos llevamos una grata sorpresa al encontrarla llena de cosméticos, cepillos para el pelo e incluso un adorable top.
—Esto es genial —le dice Jamie a Damien—. Gracias por invitarme.
—Encantado de que nos acompañes —contesta él.
Su estado de ánimo ha sido muy relajado desde que regresó de Londres.
—¿Así que el viaje fue bien? —le pregunto cuando Jamie se escapa para dar una vuelta y charlar con todo el mundo.
—Sí —me responde.
—¿Sofia está bien?
—Está decidida —dice él—. Para ella, eso es lo mejor que le podía pasar. He oído que Charles ha estado trabajando con mis abogados en Alemania, y con suerte, ese problema desaparecerá.
—¿Quieres decir que no te acusarán?
Ladea la cabeza para mirarme.
—Eso espero.
—Eso sería fantástico. Y aunque no tengo ni idea de negocios internacionales ni de las leyes que los alemanes piensan que infringiste, sabes que puedes hablarme de todo ello. Puede que no entienda nada, pero prometo que te apoyaré.
Sorprendentemente, la expresión de su cara es de prudencia.
—Algún día, cuando esté preparado, lo haré. —Me agarra y me da un casto y rápido beso—. Y sí, creo que lo entenderás.
Mis labios esbozan una sonrisa. Estoy contenta, pero no puedo evitar pensar que estamos hablando de cosas completamente distintas.
Pero no tengo la oportunidad de preguntarle, porque comienza el desfile. Tomamos asiento y contemplamos a las modelos marchando por la pasarela con sus diminutos y sexys trajes, con Damien susurrando su opinión sobre cuál de ellos le gustaría verme puesto. Los reporteros y los fotógrafos están al final de la pasarela, y me doy cuenta de que Charles ha cumplido su promesa: la prensa nos está dejando tranquilos. La sensación de agobio desaparece un poco, me reclino en la silla y disfruto del hecho de saber que, al menos por un momento, no soy un bicho bajo un microscopio.
Cuando acaba el espectáculo, animan a los invitados a reunirse y beber en cualquiera de las barras mientras los empleados se encargan de los preparativos para la subasta benéfica. Miro a mi alrededor tratando de encontrar a Jamie, pero ella ya ha desaparecido entre la multitud, probablemente para conseguir una copa.
En cambio, veo a Ollie y respiro hondo. Está hablando con una mujer que me resulta un tanto familiar, pero no sé de qué. Damien no lo ha visto aún, pero yo percibo el momento exacto en el que la mirada de Ollie se cruza con la nuestra.
No sé por qué me sorprende que él esté aquí. Después de todo, trabaja con Charles Maynard. La multitud se mueve, y veo una preciosa mujer de pelo negro que se acerca a él con dos copas en las manos. «Courtney». Luego Ollie, Courtney y la otra mujer se dirigen hacia nosotros. Agarro la mano de Damien y me coloco mi sonrisa de Nikki social. Es la primera vez que siento la necesidad de protegerme contra Ollie, pero sé que necesito ambas cosas, mi máscara y la fuerza de Damien, y eso me entristece.
—Nikki, Damien, me alegro de veros.
—Ollie —responde Damien muy educadamente. Mira a las dos mujeres.
—Courtney, me alegra verte de nuevo. —Le doy un pequeño abrazo y a continuación se la presento formalmente a Damien.
—Encantada de conocerle —le dice Courtney, y luego dirige su atención hacia mí—. Estoy planeando una despedida de solteros para los dos, pero aún no he decidido dónde celebrarla. —Mira a Damien incluyéndolo en la conversación mientras me habla—. ¿Vendréis? Y también Jamie y Raine.
De forma automática, mis ojos se clavan en Ollie, pero su expresión es demasiado contenida como para poder adivinarla.
—Estoy deseando oír todos los detalles —le digo sutil y diplomáticamente.
La verdad es que no estoy segura de que vaya a haber boda, y mucho menos una despedida de solteros. Courtney, sin embargo, no parece estar preocupada.
La otra mujer que está con Ollie se presenta como Susan Morris. Mantengo mi sonrisa educada, pero en mi interior frunzo el ceño, tratando de averiguar por qué su nombre me resulta tan familiar.
Estoy a punto de preguntar cuando Ollie continúa.
—Susan es la directora del desfile.
—Me formé con los concursos —explica Susan—. Aunque no fue realmente una formación oficial. Más bien como un aprendizaje.
—¿Susan Morris? —pregunto cayendo en la cuenta de quién es—. ¿La madre de Alicia Morris?
Susan Morris era casi tan madre de artista como la mía.
—Esperaba que te acordases de mí —me dice—. Ollie me dijo que Damien Stark estaba aquí con su novia, y tenía que venir a saludarte.
—Me alegro de que lo hicieras —responde la Nikki social. Mi verdadero yo no está nada interesado en esta reliquia de mi pasado. Creo que Damien se da cuenta, porque me aprieta la mano para darme ánimos.
—Tu madre y yo nos hemos mantenido en contacto. Desde que me mudé a Park Cities, comemos juntas al menos una vez por semana —añade refiriéndose al adinerado vecindario de Dallas en el que me crié—. De hecho, hablé con ella esta mañana.
Su voz suena extrañamente tensa, y lo único que quiero es alejarme todo lo que pueda de esta mujer que tanto me recuerda a mi madre.
—Qué bien —le contesto y le dedico una de mis grandes sonrisas de desfile—. Debería ir a buscar a mi amiga Jamie. Ha sido un placer hablar contigo.
Se mueve y me bloquea el paso.
—Tu madre lamenta mucho no poder ni siquiera asomar la cabeza en público. Y tú no has sido de mucha ayuda. No le has devuelto las llamadas ni los mensajes de correo electrónico. Te has portado como una desconsiderada, Nichole.
«Desconsiderada». Pero ¿qué demonios…?
Damien da un paso y se sitúa junto a mí.
—Creo que Nikki ya le ha dicho que tiene que ir a buscar a su amiga.
Pero Susan Morris no ha captado la indirecta. Apunta con un dedo a Damien.
—¡Y usted! Elizabeth me contó que la envió a casa justo cuando Nichole más la necesitaba.
Abro la boca sin creer lo que oigo. ¿Que la necesitaba? ¿Que la necesitaba? Todo lo que necesitaba era que ella se largase.
—¡Y ahora la ha arrastrado a este… a este estilo de vida tan degradante! —Susan Morris hablando es como una ametralladora, pero mucho más dañina—. Posando desnuda. Arte erótico. Y aceptando dinero como si fuera una furcia barata. Es despreciable.
Literalmente escupe la última palabra, incluso veo las pequeñas gotitas de saliva saliendo despedidas de su boca.
Solo puedo quedarme mirándola boquiabierta. Mi máscara de Nikki social ha quedado destrozada por este ataque inesperado.
Damien no está tan aturdido. Da un paso hacia delante con expresión furibunda. Por un momento creo que va a golpearla y que debería agarrarle la mano para detenerlo. Pero no puedo. Solo puedo pensar en las náuseas, la opresión y la húmeda frialdad que se ha apoderado de mí.
—Lárguese de aquí —dice Damien con las manos pegadas a los costados.
—No —se opone ella—. ¿Crees que puedes comprarlo todo? ¿Incluso meter a una niña como Nichole en tu cama? Conozco a los tipos como tú, Damien Stark.
—¿Sí? —Se acerca y ella tiene el suficiente sentido común como para asustarse—. En tal caso creo que debería escucharme cuando le digo que se marche. Y para que conste, Nikki es una mujer, no una niña. Y la decisión que tomó fue solo suya.
Se queda boquiabierta, pero no responde. En lugar de eso se vuelve hacia mí.
—Tu madre esperaba mucho más de ti.
Lo único que puedo hacer es quedarme allí, de pie. Estoy paralizada, helada hasta los huesos. Y, maldita sea, estoy comenzando a temblar. Siento unos profundos escalofríos que no puedo controlar y que no quiero que Susan Morris note.
Durante todo este tiempo, Ollie ha permanecido inmóvil, con la mano de Courtney apretándole el brazo. Pero ahora él también da un paso hacia delante.
—Haga lo que el señor Stark le ha dicho y váyase de aquí de una maldita vez o yo mismo haré que la saquen de este desfile, aquí y ahora.
—Yo…
Cierra la boca, nos mira con frialdad y se marcha.
No recuerdo haber caído en los brazos de Damien, pero ahí es donde me encuentro; es un lugar cálido y seguro, y poco a poco mis temblores comienzan a disminuir. No quiero que abra los brazos, porque no quiero enfrentarme al mundo. Quiero irme a casa con él. Regresar a mi apartamento donde no aparezcan los fantasmas de mi pasado. Donde nadie me acuse de ser una golfa. Donde mi vida personal no sea cuestionada por personas que no me conocen ni entienden las decisiones que he tenido que tomar.
—¿Estás bien? —me pregunta Courtney.
—No —le respondo—. No lo estoy.
Veo que Ollie le lanza a Damien una mirada cargada de desprecio. Puede que haya tomado partido por mí en contra de Susan Morris, pero está claro que aún no está en el equipo de Damien.
—Te llevaré a casa —dice Damien.
Asiento, luego dudo y seguidamente niego con la cabeza.
—No, quiero quedarme.
—¿Estás segura?
Dudo solo un momento, luego asiento de nuevo.
—Solo necesito ir al baño. Y después encontrar a Jamie. Aún no hemos visto todos los stands.
Me siento orgullosa de mí misma. Parezco fuerte a pesar de que no lo soy en absoluto.
El móvil de Damien suena y él mira la pantalla, teclea una respuesta rápida y lo guarda en el bolsillo.
—¿Algo importante?
—Charles. Está en uno de los bares y quiere que charlemos un rato. Le he dicho que estoy contigo y que los negocios pueden esperar hasta mañana.
—¿Pueden?
Me mira a los ojos.
—Ahora mismo lo único que me importa eres tú. —Me agarra del brazo—. Me parece que el servicio de señoras está por allí.
Mientras Damien espera, entro e inmediatamente me sujeto al mueble. He estado tratando con todas mis fuerzas de que Damien no descubra mis cicatrices. Susan Morris. Mi madre. Los rumores de sexo a cambio de dinero, de ser una furcia. Todo eso me está dando vueltas en la cabeza y necesito solucionarlo. Quiero a Damien, pero sé que se siente culpable, si solo pudiera reponerme un poco. Si solo pudiera hacer una pequeña maniobra para mantenerme fuerte…
Miro a mi alrededor buscando algo afilado, pero no encuentro nada. Solo la encimera de granito, el espejo y el dispensador de jabón de cerámica.
Recuerdo el jarrón de cristal que Damien rompió en el apartamento. Cierro los ojos, sintiendo en la mano el fragmento imaginario. El cristal corta por todos sus lados. Es perfecto. Es como un pequeño milagro mordiéndome la palma de la mano.
Abro los ojos desesperada y busco algo con lo que romper el espejo. Cojo el dispensador de jabón, retrocedo y me preparo para golpearlo.
Entonces es cuando veo mi reflejo. «Oh, Dios. ¿Qué estoy haciendo?»
Mis dedos se aflojan y el dispensador cae al suelo, y en el fondo del cuarto de baño, detrás de una puerta, oigo a alguien gritar.
Doy un respingo. No me había dado cuenta de que hubiera alguien dentro, pero luego me relajo de inmediato al comprobar que se trata de Jamie. Tiene la cara enrojecida y el maquillaje corrido, pero yo debo de tener peor aspecto porque me mira, ve los trozos de cerámica del suelo y dice:
—Voy a buscar a Damien.
—¡Jamie! —le grito tratando de hacerla volver, pero es demasiado tarde.
Ya está al otro lado de la puerta, y solo unos segundos más tarde, Damien está en el baño de señoras.
—No he hecho nada —le digo inmediatamente—. Solo se me cayó el dispensador de jabón. Eso es todo. Jamie está exagerando.
Me mira con tal intensidad que estoy segura de que es capaz de ver la mentira en mi rostro.
—Está bien —replica con tranquilidad—. Ahora cuéntame el resto.
Suspiro, bajo la mirada. Cuento hasta cinco y luego lo miro de nuevo, más calmada.
—Iba a lesionarme. Pero me convencí a mí misma de no hacerlo. Y entonces, de verdad, se me cayó el dispensador de jabón. Es muy resbaladizo.
—Te convenciste a ti misma de no hacerlo. —Es una afirmación, no una pregunta.
—Me vi reflejada en el espejo. Iba a romperlo con eso —digo señalando con la cabeza hacia la masa pegajosa del suelo.
—¿Ibas a romper un espejo en un restaurante público en vez de hablar conmigo?
Me muerdo el labio inferior. No respondo.
—Ya veo.
—No quería empeorar las cosas. Pero creo que lo he hecho de todos modos.
—Pero ¿ya estás bien? —Me está hablando con mucho cuidado.
—Sí. Solo ha sido un fallo técnico momentáneo. Pero el sistema ya está completamente restablecido. Fue esa mujer, esa horrible mujer.
—Está bien —me dice finalmente. Toma mi mano, y siento la suya cálida y reconfortante—. Vamos. Dejaremos que los empleados se ocupen de este desastre.
Asiento y le sigo. Ya me encuentro mucho mejor, me basta con saber que Damien está a mi lado. Busco a Jamie en el restaurante, pero no la encuentro por ninguna parte.
—Estoy preocupada por Jamie —le explico a Damien—. Parecía estar muy mal.
—¿Sabes por qué?
—No, ella solo… Oh, mierda. ¿Es quien creo que es?
Señalo hacia la multitud, y el susurro en voz baja de Damien diciendo «Joder» me indica que no me equivoco. Bryan Raine está también aquí, y va del brazo y se besa con una sexy y esbelta rubia.
—Esa es Madeline Aimes —comenta Damien.
Recuerdo las palabras de Evelyn.
—¿Una estrella de cine? ¿Camino a la fama?
Me mira de forma burlona.
—¿Desde cuándo ha empezado a interesarte Hollywood?
—No me interesa. Ha sido suerte. —Miro de nuevo por toda la sala, de repente estoy muy preocupada—. Ahora sí que tengo que encontrar a Jamie.
Encuentro a Ollie, pero él tampoco la ha visto. Toda aquella tensión que se creó cuando Susan Morris me atacó parece haberlo dejado destrozado, porque está en silencio, distante y continúa lanzándole miradas furiosas a Damien. Sin embargo, yo estoy demasiado preocupada por Jamie como para decirle algo.
Tardamos otros veinte minutos más en averiguar que Edward se ha llevado a Jamie a casa.
—Lo siento, señor Stark —se disculpa Edward cuando nos reunimos con él en el aparcamiento de detrás del restaurante—. Me aseguró que se lo había dicho.
—No te preocupes —le tranquiliza Damien—. ¿Cómo estaba ella?
—Tengo entendido que hubo algún problema con un joven que había visto. Es posible que tenga que reponer el whisky escocés de la limusina.
Damien hace una mueca.
—¿Vamos a ver qué tal está? —me pregunta.
Asiento. Ya es más de medianoche, y ahora que Jamie se ha marchado sin decir nada, estoy lista para volver a casa. Comienzo a caminar hacia la limusina, pero las palabras de Ollie me detienen.
—Raine solo estaba jugando con ella.
Me giro hacia él.
—Bueno, sí, es evidente.
—¿Es evidente? —Apunta con un dedo hacia Damien—. Él está haciendo lo mismo contigo.
Agarro a Damien de la mano porque quiero sentir su tacto y para mantenerlo a mi lado.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Estás con él, pero no es algo real. —Levanta las manos y flexiona las muñecas—. Es solo lujuria y diversión y cuando se canse te tirará a la basura como un trapo viejo.
—Eres un cretino —le insulta Damien.
—¿Acaso me equivoco? ¿De verdad? Sabes bastante bien que esto es solo un juego para ti. Por eso nunca le cuentas tus mierdas. Por eso ni siquiera le has dicho que has sido acusado de asesinato en Alemania.