Estamos en pleno verano, pero con Damien de viaje este bien podría ser un frío y húmedo sábado del mes de diciembre. Sé que estará de regreso el domingo por la tarde y que es un viaje rápido, pero a mí me parece una eternidad.
Me siento inquieta y sola. Damien me escribió un mensaje de texto cuando aterrizó. Preguntó cómo estaba, y yo sonreí y acaricié suavemente el cardenal que ahora rodea mi muñeca como un brazalete. «Pensando en ti —le respondí—. Echándote de menos». Todo cierto, pero lo que no le conté es que estaba cansada de darle vueltas a la cabeza. Conociendo a Damien, hubiera contratado al Cirque du Soleil para que viniera al salón a entretenerme.
Jamie me envió un mensaje con abrazos virtuales como respuesta a mi SOS, pero está patinando con Raine en Venice. Espero que no se caiga de culo tantas veces como lo hice yo. Pienso si sería buena idea llamar a Lisa, pero no la conozco aún lo suficientemente bien y creo que deberíamos empezar con un simple café antes de pedirle que me sirva de entretenimiento en una solitaria noche de sábado.
No me queda más que decidir entre el trabajo o la fotografía, y como mi cámara está todavía en la casa de Malibú, opto por el trabajo. Este es un momento tan bueno como cualquier otro para terminar la codificación de mis dos aplicaciones para smartphone que están casi listas para salir a la venta. Eso, por supuesto, supone un rápido viaje a mi apartamento. Pero no es algo tan fácil como parece, ya que aquí, en el de Damien, no tengo coche.
El teléfono de la cocina hace las veces de teléfono y de intercomunicador con la oficina de Damien; le he visto usarlo una docena de veces. Presiono el botón para activar el altavoz.
—¿Hola? —digo tímidamente.
—¿Sí, señorita Fairchild? ¿Puedo ayudarla?
Sonrío. Esto está realmente bien.
—Esto… sí, ¿señor Peters? —pregunto intentando recordar el nombre del asistente de fin de semana de Stark.
—Muy amable de su parte acordarse. Así es. ¿Qué puedo hacer por usted?
—No tengo coche y necesito recoger algo de casa. Podría pedirme un taxi o…
—Le pediré a Edward que la lleve con la limusina. Si coge el ascensor hasta el nivel C del aparcamiento, él la estará esperando allí.
—Oh. Está bien. Gracias. —Cuelgo y bailoteo de felicidad por la cocina. Sí, sin duda esto de tener dinero tiene sus ventajas.
Tal y como me informó el señor Peters, Edwards me está esperando.
—Muchas gracias —le digo.
—No hay de qué, señorita Fairchild. ¿Dónde vamos?
—A mi apartamento —anuncio—. Solo necesito recoger algo. Y de verdad que me gustaría que me llamase Nikki.
—De inmediato, señorita Fairchild —me responde, pero con una sonrisa.
Me deslizo hacia el interior de la limusina y me acurruco en la esquina, pensando en aquella primera noche cuando conocí a Damien. O me reencontré con él, supongo, ya que nuestro primer encuentro seis años antes no cuenta realmente. Cierro los ojos y recuerdo la forma en la que Damien me susurraba al oído. Cómo me excitaban las palabras que me decía a través del teléfono y lo sorprendida que estaba por lo que había hecho de tan buena gana en la parte trasera de una limusina.
Para cuando llegamos al apartamento, ya he revivido toda aquella noche en mi mente y estoy echando muchísimo de menos a Damien.
—¿Va a tardar mucho?
—No. Tengo que descargar un par de cosas en mi ordenador portátil, eso es todo. ¿Está escuchando un libro?
—Me decidí por un clásico —responde—. El Conde de Montecristo. No está mal, de momento. Nada mal.
Sonrío ante su evaluación de uno de mis libros favoritos y luego subo a toda prisa las escaleras.
Puedo oír los ruidosos gritos procedentes del apartamento de nuestro vecino Douglas, y hago una mueca de dolor. Sé que no es Jamie quien está con él bajo las sábanas, pero aun así frunzo el ceño ante su puerta.
Una vez dentro, lanzo mi bolso sobre la cama que aún está en la sala de estar, subo los dos escalones que conducen a la habitación y entonces doy un grito cuando la puerta del baño se abre de golpe a mi derecha.
«Ollie».
—¡Por Dios! —exclamo—. Casi me da un ataque al corazón. ¿Qué estás haciendo aquí? —Tiene mal aspecto: los ojos enrojecidos, la piel manchada y el pelo le cae por la cara. Me acerco a él—. ¿Estás bien? —Un horrible pensamiento cruza mi mente—. Oh, mierda. Tú y Jamie no habréis… Quiero decir, ella está con Raine ahora mismo.
La idea de que haya pasado algo entre Jamie y él solo unas horas antes de que ella se marchase para tener una cita con su nuevo novio me molesta tanto como la idea de que Ollie engañe a su prometida.
En realidad, todo esto me pone enferma, y no me entusiasma la idea de encontrarme a Ollie en mi apartamento. No quiero pensar en su drama. Es más, aún me disgusta el hecho de que Ollie no haya llamado desde la última vez que lo vi en The Rooftop. Seguro que habrá estado muy ocupado, pero una vez que se conoció la noticia del cuadro de un millón de dólares, seguramente podría haber mandado, al menos, un mensaje de texto. Sin embargo, los días han ido pasando y no me ha dicho ni una sola palabra de todos los chismes que han estado circulando en torno a mí como hojas en un vendaval.
O, como Damien seguro que diría: «Como tiburones al olor de la sangre».
—No ha pasado nada con Jamie —replica hoscamente—. Courtney y yo nos peleamos.
—Oh. Lo siento —le digo, aunque no me sorprende.
—Sí, yo también. —Suspira, luego mira el reloj—. Vamos a cenar juntos. Para intentar hacer las paces. O al menos eso espero.
—Y yo.
No le menciono que tengo mis dudas. Ollie no tiene el mejor historial, y aunque es mi amigo, o al menos eso sigo creyendo, no puedo dejar de pensar que ella se merece algo mejor.
Ollie se pasa los dedos por el pelo.
—Jamie me dejó dormir aquí. En tu habitación. —Lanza una mirada inquisitiva a la cama que ocupa el espacio entre la mesa del comedor y la puerta. No digo nada, y tras un momento, se encoge de hombros y continúa—: No imaginaba que te pudiera molestar que durmiera en tu cama.
—Pues sí, me molesta —respondo. Las palabras salen de mi boca sin pensar. Veo el dolor en su cara, pero no me importa. Estoy cabreada y lo suelto todo—. ¿Es que simplemente te apoderas de mi cama como siempre has hecho con todo? He necesitado un amigo, y ni te has molestado en llamarme por teléfono.
—Tal vez no lo hice porque no me contaste que ibas a posar para ese cuadro —protesta él—. Y por un millón de dólares. ¿Es eso cierto?
—Es verdad —le respondo.
Mueve la cabeza.
—Stark es malo, Nikki.
—No —le digo con firmeza—. No lo es. ¿Y alguna vez pensaste que es precisamente por eso por lo que no te dije nada del cuadro?
—¿Por qué demonios eres tan obstinada? ¿Tienes miedo de conocer toda la verdad sobre él? ¿O tienes miedo de que yo sepa la verdad acerca de lo que haces con él?
Lanza sus palabras sobre mí, resulta evidente que está tan enfadado como yo. Entonces, sin previo aviso, me agarra del brazo y me atrae hacia él. Me aprieta con un dedo el cardenal de la muñeca. Tiro del brazo hacia atrás, ruborizándome, y por supuesto eso borra de la mente de Ollie cualquier posible pregunta sobre la causa de esas marcas.
—Estás siendo una idiota —me dice. Me agarra un mechón de pelo y tira de él. Luego mira fijamente hacia mis muslos—. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que Stark haga algo que te incite a volver a usar un cuchillo sobre tu propia piel?
Ni siquiera me doy cuenta de que me he movido hasta que siento el escozor en la palma de mi mano al abofetearlo en la mejilla.
—Lárgate de mi casa —le digo.
Se queda completamente inmóvil, boquiabierto, su respiración comienza a acelerarse.
—Oh, mierda —susurra—. Oh, mierda, oh, mierda. Nikki, lo siento.
—No, no lo sientes —le replico—. Te encantaría que Damien y yo rompiésemos. No sé por qué lo odias tanto.
—Y yo no sé cómo puedes estar tan ciega.
—No lo estoy. Puedo verlo con toda claridad.
—Ves lo que quieres ver. Pero olvidas dónde trabajo. Olvidas que mi jefe es su abogado. A Stark le está cayendo mucha basura encima —me explica Ollie—, y no quiero que te salpique. —Suspira—. Te lo advertí, ¿verdad? Ahora ya estás en el punto de mira, y no es donde quieres estar. No es donde deberías estar.
Siento como si la sangre me recorriera el cuerpo a toda velocidad y tengo el estómago revuelto.
—Vete.
—Está bien, como quieras. Voy a por mis cosas y me marcho de aquí. —Regresa a mi habitación y luego aparece con su maletín. Camina hacia la puerta y se detiene—. No, ¿sabes qué? Sé que ahora mismo las cosas están mal entre nosotros y lo siento, pero no puedo dejarlo así. ¿Sabes dónde está ahora mismo?
Cruzo los brazos.
—En Londres.
—¿Por qué?
—Por negocios.
—¿Sí? —Saca su iPad del maletín, se detiene en una página del Hello! y a continuación, empujando la tableta hacia mí, me dice—: Mira.
Es una fotografía de Damien rodeando con su brazo a una mujer. Ella tiene la cabeza agachada, lleva gafas de sol y un sombrero que le cubre la mayor parte de la cara. No sé quién es, pero puedo imaginarlo. Hello! parece que ni siquiera sabe eso, porque en el pie de foto pone:
¿Se deshizo Damien de su delicada delicia? ¿Es el fin para Damien Stark y la reina de la belleza de Texas, Nikki Fairchild? Nuestras fuentes afirman que Stark parecía encontrarse bastante cómodo en la compañía de una misteriosa mujer mientras paseaban esta misma mañana por el Hampstead Heath. Stark llegó a Londres sin la mujer por cuyo retrato pagó un millón de dólares. ¿Remordimientos de comprador tal vez?
Le devuelvo la tableta con altivez.
—Es una amiga.
—Creí que era un viaje de negocios.
—¿No le está permitido ver a una amiga mientras hace negocios?
Se oye un fuerte golpe en la pared que Jamie y yo compartimos con Douglas, seguido por un ruidoso gemido de satisfacción.
Ollie y yo nos miramos y, justo a la vez, nos echamos a reír.
Durante esos pocos segundos, somos de nuevo Ollie y Nikki. Pero los segundos pasan con demasiada rapidez.
—No quiero estropearlo todo —asegura finalmente Ollie.
—Ya lo has hecho —le digo—. Todo lo que puedes hacer ahora es tratar de arreglarlo.
Por un momento creo que me va a replicar. Luego asiente.
—Sí. Supongo que sí. —Mira hacia la puerta—. Creo que primero debería arreglar las cosas con mi novia. Eso es todo lo que hago últimamente. Enfadar a la gente y luego tratar de arreglarlo.
—Ollie…
Una enorme sensación de tristeza me envuelve mientras se marcha. Recuerdo lo que me dice Damien, que Ollie está enamorado de mí. Pero no creo que sea verdad. Creo que está dolido. Durante toda nuestra vida, yo siempre he sido la más frágil, y Ollie mi roca. Pero me estoy recuperando y he encontrado una nueva roca en Damien, y creo que Ollie se pregunta cómo van a encajar nuestras vidas a partir de ahora.
Esa es una pregunta que no puedo responder por él. Al menos no ahora. No cuando ataca a Damien cada vez que estamos juntos. Pero espero que exista una respuesta, porque no quiero perderlo. Y sé que si me veo obligada a tomar una decisión, lo haré con el corazón. Me quedaré con Damien.
Me doy cuenta de que probablemente Edward ya haya escuchado la mitad de El conde de Montecristo, así que corro hasta mi habitación y cojo el ordenador portátil y los archivos que necesito. Me detengo en la puerta y regreso a mi armario para coger mi vieja Nikon, ya que mi fabulosa cámara digital Leica que Damien me regaló está todavía en Malibú. Y por mucho que me encante la Leica, la Nikon fue un regalo de Ashley y me niego a dejar de usarla por completo.
—¿Regresamos al apartamento? —pregunta Edward mientras me abre la puerta de la limusina.
Aprieto la cámara que llevo en la mano.
—En realidad, hay un lugar más al que quiero ir.
—¿Cómo estás, Texas?
—Bien, supongo.
Estamos en la terraza de Evelyn, mirando el mar. Blaine ha salido con unos amigos, y Evelyn se mostró entusiasmada cuando la telefoneé desde la limusina para autoinvitarme.
Solo he estado aquí una vez, la noche en que Damien y yo nos reencontramos en Malibú, pero me siento como en casa. Creo que tiene más que ver con la compañía que con la ubicación.
—Cuando estoy en casa y lejos de todo, es algo genial. Pero cuando leo una revista o siento el acoso de un periodista, me desmorono. Sinceramente, no sé cómo lo hacen los famosos.
—Poseen el gen de la fama —me explica—. Tú no.
—¿No existen las malas relaciones públicas? —pregunto secamente.
—Para algunas personas, es un tópico. ¿Has visto los programas de cotilleos?
Me tengo que reír. No suelo verlos muy a menudo, pero he visto suficientes con Jamie como para saber de lo que está hablando. A algunas personas no les importa que los demás sean testigos de sus peleas. A mí sí.
—Muy pronto estarás en las noticias del fin de semana. Hasta entonces, mantén la cabeza alta y sonríe.
Le ofrezco una brillante sonrisa de concurso.
—Eso es algo que se me da bastante bien.
Ante nosotras, el sol comienza a descender en el horizonte. Cojo la Nikon y comienzo a disparar una foto tras otra, con la esperanza de que cuando revele las instantáneas haya conseguido captar cada fracción de esta belleza.
—Espero que me enseñes las fotografías que tomaste en la fiesta —comenta Evelyn—. Cuantas más tenga de mí, más posibilidades hay de encontrar una en la que salga realmente favorecida.
—No trates siquiera de arrancarme un solo elogio —le digo riendo—. Eres bellísima y extraordinaria y lo sabes perfectamente.
—Es verdad —reconoce ella, luego saca un cigarrillo y lo enciende—. Solo espero que Blaine no lo olvide.
—Creo que lo tienes bien enganchado. —A pesar de la diferencia de edad, realmente parecen la pareja perfecta. Después del drama de Ollie, es bueno saber que algunos de mis amigos tienen relaciones realmente estables.
Me sentí impulsada a venir tras la discusión con Ollie, pero ahora que estoy aquí, me doy cuenta de que no quiero hablar de ello. En cambio, estoy simplemente pasando el rato y disfrutando de la charla. Ya hemos repasado casi todos los tópicos sobre modelos masculinos, bótox y los éxitos de taquilla del verano. De hecho, la conversación es tan distendida que me sorprende cuando ella destapa el fantasma de mi infierno personal sensacionalista.
—Blaine aún continúa sintiéndose culpable, por supuesto —añade ella—. Piensa que es culpa suya.
—Eso es ridículo. Yo soy la única que aceptó dinero por posar desnuda y que luego consintió en ser atada. Si es culpa de alguien es solo mía.
—No teníamos ni la menor idea de cuánto te había pagado Damien —dice Evelyn—, pero, ahora que lo sabemos, tengo que confesar que estoy totalmente de acuerdo con Blaine. Te vendiste barato.
Me río y recuerdo que Sylvia me dijo lo mismo. En momentos como este, cuando estoy con amigos y gente que no tiene sangre de tiburón corriendo por sus venas, me siento casi orgullosa de lo que hice: un negocio. Tengo el dinero para poner en marcha mi proyecto. ¿Qué demonios tiene eso de malo?
—Ah, maldita sea, Texas. Lo veo en tu cara. Ahora me he pasado y te he hecho pensar en todo eso. No podemos permitirlo. ¿Quieres una copa de vino?
—Me encantaría —respondo.
Desaparece en el interior de la casa y un momento después vuelve con una botella helada de chardonnay y dos copas.
Se sienta en la mesa de hierro forjado y a continuación señala a la silla de enfrente con la punta de su cigarrillo.
—Así que cuéntame el resto —reclama.
—¿El resto? ¿El resto de qué?
—¿Qué está pasando en tu vida, Texas? Despedida dos veces… Perdóname, la primera vez fue un despiste. Estás saliendo con una pieza verdaderamente codiciada, si puede decir eso alguien como yo. Tu compañera de piso ya ha conseguido trabajo en el mundo de los anuncios. Parecen unas cuantas vidas juntas vividas en muy poco tiempo. Sin duda alguna has aterrizado muy bien en nuestra hermosa ciudad.
Visto de esa manera, tengo que estar de acuerdo.
—A pesar de los despidos y toda esa basura sensacionalista que es mejor que olvidemos, las cosas van bien. Voy a dedicar un poco de tiempo a un par de aplicaciones más que quiero implantar en el mercado.
Señala en mi dirección.
—Una aplicación sobre arte para Blaine. No lo he olvidado.
Sonrío, sin estar segura si lo dice en serio o no.
—Estoy preparada para cualquier cosa. Pero ese es mi plan a corto plazo. Lo que pienso hacer a largo plazo se encuentra todavía en fase de desarrollo.
—¿Y Damien? Está en Londres, ¿no? ¿En viaje de negocios?
—Sí, pero creo que se tomó un tiempo para visitar a una amiga. Sofia. Creo que tiene algunos problemas.
—Eso no suena muy bien —dice Evelyn. Apoya una mano sobre la otra, cerrada en un puño, y me mira seriamente—. ¿Te dijo qué clase de problemas?
—No.
—Hummm. ¿Y Jamie? ¿Qué está haciendo?
Dudo antes de responder, sorprendida por el giro de la conversación. ¿Acaso Evelyn conoce a Sofia? ¿Sabe qué clase de problemas tiene? Me doy cuenta de que es una posibilidad. Sofia forma parte del pasado de Damien en el mundo del tenis, y Evelyn era su agente cuando él era un joven ídolo del deporte que promocionaba zapatillas de tenis y Dios sabe qué más.
Me siento tentada de preguntarle, pero me muerdo la lengua. Evelyn se ha convertido en una buena amiga, y no quiero estropear las cosas entre nosotras usándola como un enlace entre el pasado de Damien y yo.
—Jamie está en una nube —digo centrándome en la pregunta original—. Ha hecho muy buenas migas con el chico con el que está haciendo este anuncio. Bryan Raine. ¿Lo conoces?
—Sí —declara Evelyn, y no parece muy contenta—. Me cae bien tu amiga. Es una chica agradable. Está un poco verde aún, pero llegará lejos. Aunque Bryan Raine… Ese tipo es un trepa, y no estoy segura de que tu amiga sea lo suficientemente fuerte como para soportar toda la mierda que él arrojará al final sobre ella.
Se me encoje el corazón.
—¿Hablas en serio?
—Me temo que sí. No será feliz hasta que no se esté follando a su siguiente gran presa. Y aunque prefiere mujeres, creo que se follaría a cualquier cosa que se mueva si piensa que le va a facilitar su subida hacia la cima. Hombre, mujer o pequeño animal de granja. —Me mira con dureza—. ¿Tu amiga tendrá el pellejo lo bastante duro como para reponerse cuando él la abandone?
Abro la boca para decirle que Jamie es lo suficientemente sólida, pero no puedo pronunciar esas palabras. No es cierto. Su apariencia es fuerte, pero por dentro es débil y vulnerable.
—Ojalá te equivoques —digo.
—Ojalá, Texas. Ojalá.