20

A media tarde del viernes ya echo de menos el jaleo y el humo del tráfico. Quiero salir al mundo y mandar al cuerno a los periodistas y a los paparazzi.

Por otro lado, estoy disfrutando de esta burbuja hogareña que estoy compartiendo con Damien. Él está tirado en el sofá, con los pies descalzos sobre la mesa de café, el iPad en una mano y un vaso de agua con gas cerca de la otra. Lleva en la cabeza un auricular bluetooth, así que desde mi perspectiva parece que habla consigo mismo en un susurro. Hace rato que no presto atención a lo que dice. Con lo fascinada que me tiene Damien, no necesito conocer todos los detalles de los problemas laborales que uno de sus empleados está teniendo en Taiwan.

Por mi parte, acabo de terminar de leer una copia descargada de internet de Crónicas marcianas, y a pesar de que comencé la historia con la imagen de un joven Damien en mente, al final me ha atrapado por la trama y los personajes.

Ahora, sin embargo, me encuentro sin nada que hacer. No tengo mi portátil, así que no hay mucho trabajo que pueda realizar. No me apetece empezar otro libro, y la televisión no me interesa lo más mínimo. Me planteo hacer un desfile de moda para Damien mostrando las prendas con las que él ha llenado mi armario, pero no me decido a hacerlo. He estado ocupando todo su tiempo últimamente, aunque no de forma intencionada, y creo que no ha satisfecho su necesidad de mantener el control de su imperio. Sé que el mundo de Damien Stark se deshilachará si él no está al timón de un modo activo.

Voy a la cocina a prepararme una taza de té, ya que se supone que es relajante y me noto muy nerviosa. Lo cierto es que no estoy siendo presa del pánico, pero no podría decir si esto se debe a que estoy gestionando muy bien esta nueva crisis en mi vida, o a que Damien y yo estamos encerrados aquí, en su castillo en el aire, donde los problemas de los meros mortales no son de nuestra incumbencia.

Sospecho que se trata de esto último, y que cuando salgamos al mundo o nos metamos en internet esta autosuficiente sensación de autocontrol va a volar por los aires como lo hacen las semillas de diente de león. Como prueba de mi teoría, solo tengo que mirar mi teléfono. Mi madre me ha llamado dos veces, y en ambas ocasiones he dejado que saltara el buzón de voz. No he escuchado los mensajes. No le he devuelto las llamadas. Sinceramente, no sé si lo haré alguna vez. Mi madre posee la habilidad de ponerme al límite como nadie más podría hacer.

A pesar de que es un mundo lleno de paparazzis y Elizabeth Fairchilds y otros seres desagradables, estoy tan ansiosa que considero la posibilidad de adentrarme en las aguas de ese mundo exterior dando un paseo hasta el Museo de Arte Contemporáneo. Está a tan solo unos cuantos edificios, y dudo de que haya periodistas esperando allí para tenderme una emboscada. Además, está lo bastante cerca como para que Damien no se preocupe. O como mucho, no se preocupará demasiado porque si me asalta el pánico está a menos de cinco minutos caminando.

Y realmente necesito un poco de aire fresco.

Me llevo mi té y el agua fría para Damien de vuelta al salón y entro al mismo tiempo que Sylvia, que llega desde la entrada trasera que conecta con la oficina de Stark International.

—Señorita Fairchild —me saluda—, ¿cómo se encuentra?

—Bien —le contesto—. ¿Cómo sigue la vida ahí fuera?

Damien me sonríe.

—¿Te estás volviendo un pelín loca?

—No es que no adore este lugar de ensueño, pero…

Emite un ruido evasivo y después se vuelve hacia Sylvia, quien parece estar escondiendo una sonrisa.

—¿Qué tienes para mí?

—Solo unas cuantas firmas —le responde ofreciéndole un portafolios y varios documentos. Me mira y, sosteniendo un delgado sobre blanco, añade—: Y esto es para usted.

Está dirigido a mí y enviado a Stark International. No hay remite, pero el sello postal es de Los Ángeles.

—Qué extraño —comento al tiempo que Damien arroja el portafolio sobre un cojín y viene hacia mí.

—Ábrelo —me dice.

Lo hago. Hay un trozo de papel doblado en su interior. Lo saco, lo abro e inmediatamente me siento morir.

Puta, zorra, perra.

—¡Hijo de puta! —exclama Damien en voz baja al mismo tiempo que me arranca el sobre y la hoja de la mano. Alcanza una revista de la mesa de café e introduce el sobre y el folio entre las páginas. Entonces le da la revista a Sylvia—. Dale esto a Charles. No dejes tus huellas en él.

—Por supuesto, señor Stark. Señorita Fairchild, lo siento mucho. No tenía ni idea.

—No, descuida —la tranquilizo.

—No pasa nada, Sylvia. —Y las palabras suenan a despedida.

Ella asiente.

—Volveré a por esos documentos más tarde. —Comienza a salir, pero entonces se detiene y se gira hacia mí—. Le pido disculpas si esto está fuera de lugar, señorita Fairchild, pero solo quería decirle que vi el cuadro cuando estuve en la casa de Malibú coordinando con el organizador la decoración de la fiesta.

He tenido la mirada vacía y fija en la revista en la que la mezquina nota está escondida, pero ahora levanto la vista hacia su cara con interés.

—Es un hermoso retrato —continúa ella—. Desconcertante y cautivador. Francamente, considero que el señor Stark consiguió una ganga. En mi opinión, vale al menos dos millones.

He estado conteniendo las lágrimas mientras me hablaba, y ahora estallo con una risa cargada de lágrimas.

—Gracias —respondo y me sorbo la nariz. Le lanzo una irónica sonrisa a Damien—. Me cae bien.

—Sí —afirma secamente—. Es muy competente. —Sus labios no muestran expresión alguna, pero puedo ver un atisbo de diversión en ellos, por no mencionar el silencioso gesto de asentimiento a modo de agradecimiento cuando le vuelve a hablar—. Eso es todo.

—Hay un montón de gente amargada por el mundo —me dice Damien—. No permitas que te afecte.

—Nunca vas a ser capaz de rastrear quién ha enviado esa carta.

—Puede que no, pero lo voy a intentar. Por el momento, he averiguado qué periodista desveló la historia.

—¿Fue a verlo Charles?

—Se negó a revelar sus fuentes. Puede que le haga yo mismo una visita, pero creo que tomaré una vía más civilizada primero. He contratado un detective. Me imagino que se reúne en privado con su fuente. Con un poco de suerte, mi hombre acabará descubriendo algo.

Hago un gesto de asentimiento, pero no espero demasiado. Sinceramente, no estoy segura de que me importe. Sé indudablemente que no fueron Jamie ni Ollie, y son las únicas dos personas que podrían herirme con sus mentiras. Aparte de eso, es la propia información la que resulta dañina y no quién la reveló, porque no hay manera de volver a meter ese genio dentro de la lámpara. Ni ahora ni nunca.

—Quiero salir —le digo a Damien, que se me queda mirando por un segundo, obviamente tratando de digerir mi repentino cambio de tema.

—¿A algún sitio en particular?

—Estaba pensando en el Museo de Arte Contemporáneo. Me imagino que no habrá muchos periodistas apostados allí a la espera.

—De acuerdo, vamos.

—Pero he cambiado de idea —añado—. Quiero ir de compras. Vamos a buscar cosas para la casa. En Melrose hay muchas tiendas monas. O en cualquier parte de West Hollywood. ¿No te parece divertido?

—Siempre me divierto cuando estoy a tu lado. Pero esa zona suele estar abarrotada, y basta que una sola persona te reconozca para que alguien llame a cualquiera de esas asquerosas agencias y nos veamos rodeados de buitres.

—Lo sé, pero no me importa. Quiero volver al mundo. Tampoco es que aquí esté a salvo. ¿Acaso no hay quien ha conseguido hacerme llegar una carta?

Tuerce el gesto, pero luego asiente.

—Vale, de acuerdo. Supongo que tenemos una cita.

No buscamos nada en concreto que no sea la compañía del otro, y eso hace que recorrer las tiendas sea agradable, sobre todo porque nadie parece prestarnos atención.

Han abierto una tienda nueva en Fairfax donde venden antigüedades de lujo, y me fijo en una enorme cama con un cabecero y un pie de roble con un intrincado tallado.

—¿Una cama, señorita Fairchild? —me pregunta Damien.

—No lo sé. Merece la pena tenerlo en cuenta. Después de todo, ahora mismo a la casa le falta una. —Me tiendo en ella y luego me coloco de lado para dar unas palmaditas en el colchón al mismo tiempo que me esfuerzo por sonreír de un modo seductor—. ¿La probamos?

Le tiemblan los labios.

—Ten cuidado. Recuerda que tienes que obedecer mis reglas. ¿Quién sabe lo que podría ordenarte hacer?

—Bien visto.

Me incorporo hasta quedarme sentada. Alargo una mano y le engancho con un dedo por una de las trabillas del vaquero. Tiro de él, y tropieza hasta caer sobre mí, lo que me tumba de nuevo, pero él detiene su caída con una mano sobre el colchón.

—Vaya —dice y luego me besa—. Te juro que no lo había planeado.

Me echo a reír y estoy a punto de besarle cuando me doy cuenta de que la chica del mostrador nos está mirando. Es posible que le parezca divertido, o quizá está molesta por los clientes que están jugando sobre el mobiliario. Pero no me lo parece.

Me pongo en pie apartando a Damien.

—Vámonos —le digo con las mejillas encendidas—. De todas maneras, esta cama no me gusta tanto como la antigua.

La dependienta no nos dice nada cuando salimos, y empiezo a creer que me imagino cosas. Quince minutos después, veo que me equivoco al salir del siguiente establecimiento.

Hemos estado de tiendas ajenos a nuestro alrededor, comparando velas decorativas y preciosos jarrones de cristal tallado, pero en cuanto salimos a la acera, nos vemos acosados por cámaras y micrófonos y una masa aullante de periodistas que parece haber salido en tromba de las alcantarillas.

Damien ya me tenía cogida de la mano. Ahora me aprieta con fuerza, y yo respondo apretando también y dejando que la fuerza de su mano me ayude a concentrarme.

—¡Nikki! ¿Es verdad que te han despedido de Innovative por violar las cláusulas relativas a la moral?

—Señor Stark, la inauguración del club de tenis comienza dentro de cuatro horas. ¿Puede explicar con más detalle su declaración anterior sobre Merle Richter?

—¡Damien! ¿Te han informado sobre el contenido de la declaración jurada del señor Schmidt? ¿Es cierto que le pagaron para que no dijera nada?

No sé quién es el señor Schmidt, pero me esfuerzo por no mirar a Damien. De ninguna de las maneras pienso dejar que estos canallas registren mi cara de desconcierto.

—Nikki, ¿qué vas a hacer con tu millón de dólares?

Casi respondo a esa pregunta. Seguro que si explico que lo pienso dedicar a montar un negocio ya no me encontrarán tan interesante.

Un reportero de labios finos vestido con un traje de chaqueta muy bien planchado se me acerca y me planta el micrófono en toda la cara.

—¿Puedes comentar el rumor de que ya has dormido con otros hombres por dinero? ¿Es que el señor Stark es tu cliente más lucrativo?

Las palabras me golpean como una bofetada, y me tambaleo hacia atrás asaltada de repente por un ataque de náuseas. Lo que es peor, me pillan desprevenida, mi máscara se ha desmoronado. Mañana todas las revistas de la prensa amarilla tendrán una foto de mi expresión horrorizada, y sé muy bien que los pies de fotos dirán que estaba perpleja al ver que habían descubierto mi secreto, no que es una asquerosa mentira.

Ni siquiera me doy cuenta de que Damien me ha soltado la mano hasta que oigo el fuerte chasquido que provoca su puño al chocar contra la mandíbula del periodista.

—¡Damien, no!

Se vuelve hacia mí y veo el fuego en su mirada, y sé que en este mismo momento, todo su carácter feroz y violento está centrado por completo en defenderme.

—No —le repito al mismo tiempo que le agarro de la mano antes de que pueda lanzar otro puñetazo—. ¿Quieres que te detengan? Te apartarán de mí, y aunque solo pasen unas horas hasta que pagues la fianza, estaré sola hasta que te saquen.

Eso lo calma un poco y me toma de la mano para arrastrarme de nuevo a la tienda. Saca el móvil y llama a Edward para que acerque la limusina.

La vendedora lo ha visto todo por la ventana y se gira hacia Damien.

—Disculpe, señor… Dígale que hay un callejón en la parte trasera. A no ser que quiera pasar otra vez entre esos asquerosos.

Él la mira, y la lenta sonrisa que aparece en sus labios borra los últimos restos de furia. Siento ganas de abrazar a la chica.

Damien no deja de rodearme los hombros con un brazo durante el viaje de regreso al apartamento, pero no dice nada hasta que llegamos al ático. Mira rápidamente hacia el lugar donde estaba colocado el jarrón. No tiene servicio permanente en la casa, pero el personal de la oficina también limpia el apartamento, y se han apresurado a entrar y a retirar todos los cristales. Hasta han reparado la pared que Damien agujereó. No queda rastro alguno de la furia de Damien, pero él y yo sabemos que todavía está ahí.

—Debería haberle partido la cara —exclama Damien.

—No, no deberías hacerlo —le contesto. Inspiro profundamente, porque llevo un rato pensando en todo esto—. Además, en cierto modo, tiene razón.

La intensa mirada de Damien casi me hace callar, pero sigo hablando.

—Ese millón no solo fue el pago por posar, y los dos lo sabemos.

Abre la boca, pero la cierra de nuevo y se frota las sienes con los dedos.

—He sido yo quien te ha hecho esto. —Musita las palabras con pena—. Me juré que nunca te haría daño. Que yo sería la persona en la que refugiarte. Pero he sido yo quien te ha hecho esto.

—No —replico en un tono de voz áspero, vehemente—. Tú jamás has hecho nada que me dañara. Jamás. Y acepté el dinero porque lo quería. Y acepté el trato contigo porque te quería. Para serte sincera, te hubiera dicho que sí por mucho menos dinero —añado con una sonrisa burlona.

—¿De verdad? —enarca una ceja—. Ahora sí que me siento como un estúpido. Ven aquí —me atrae para darme un beso.

Sin embargo, mis palabras no le han tranquilizado lo suficiente. Todavía noto la tensión que emana de su cuerpo, como un muelle demasiado apretado.

Cuando me mira, su rostro muestra la intensidad sombría de un cazador, y yo me siento tan vulnerable como su presa.

—Vamos. Ya sabes lo que quiero. Y los dos lo necesitamos.

Le sigo hasta el dormitorio. Lo que más deseo es olvidar de nuevo el mundo exterior, y cuando veo lo que me tiene preparado, sé que en lo único que pensaré dentro de pocos minutos será en Damien. Ha sacado su caja de juguetes y las esposas de metal cuelgan de su dedo índice.

—Se me ocurre que este es el método más seguro para mantenerte dentro del apartamento y metida en mi cama mientras estoy en Londres.

—No te atreverás —le digo mientras correteo al otro lado de la cama.

—¿Tú crees?

Salta a la cama y rueda sobre ella para cortarme la huida hacia la puerta. Se me escapa un chillido cuando tira de mí sobre él, y se apresura a enganchar una de las esposas a mi muñeca para luego enganchar la otra a la argolla.

—Ni se te ocurra —le digo entre risas, aunque sé que está bromeando. Al menos, estoy bastante segura de que está bromeando…

—¿No? —Empieza a subirme la falda—. ¿No quieres quedarte así, preparada en todo momento para que te folle?

—Si lo pones así…

Cierro los ojos de placer cuando comienza a cubrirme de besos subiendo por el muslo. Es un tormento muy dulce, porque Damien sabe exactamente cómo volverme loca. Su aliento me provoca en mi sexo, sus labios me hacen perder la razón.

Me retuerzo bajo sus atenciones, ya que cada vez que me toca descubre una nueva sensación, encuentra otro modo de hacer que me contorsione y le suplique. Incluso el modo en que su dedo me acaricia el tobillo y la manera en que su lengua me lame la parte posterior de las rodillas provoca que me sacudan oleadas de placer.

Me giro y me retuerzo sobre las sábanas, pero el frío metal que me rodea la muñeca me impide escapar de este asalto sensual que está a punto de hacerme perder la cabeza.

La manilla se me clava en la piel, y con cada giro, con cada movimiento, tiro con fuerza de ella. Quiero el dolor. Quiero la presión. Quiero que me salga un cardenal ahí, y no porque quiera evadirme del horror de esta tarde. De hecho, eso es lo que menos me importa.

No, lo quiero porque representa el ahora. Este momento, con la boca de Damien sobre mi cuerpo desnudo. Con sus dedos explorando cada centímetro de mi piel para descubrir toda clase de zonas erógenas y secretos eróticos.

Quiero este moratón porque será un recordatorio físico del modo que me hace sentir Damien.

Mientras esté en Londres esa marca será la prueba de que estuve en su cama, un recordatorio de que volverá a mi lado.

Y por eso me revuelvo contra mi atadura, no porque quiera liberarme, ni siquiera porque necesite sentir dolor. Quiero lo que representa. Que soy de Damien.

Que estoy unida a él. Marcada por él. Poseída por él.

Y ahora mismo, eso es lo único que quiero ser.