13

—¡Nikki!

Intento escapar hacia la biblioteca de la segunda planta, y ahora mismo Bruce es la última persona a la que quiero ver. Bueno, casi la última. A quien no quiero ver realmente es a Damien.

Sin embargo, no puedo continuar caminando hacia el ascensor de servicio sin más y no parecer tremendamente grosera, así que me detengo y espero a que llegue a mi altura. Me esfuerzo por ponerme la máscara de Nikki social, pero, sinceramente, no tengo la fuerza suficiente y estoy segura de que la sonrisa con la que saludo a mi jefe es, como poco, fría.

—Quería darte las gracias por hacer un trabajo tan excelente ayer en Suncoast —me dice.

—Ah. —No me esperaba una conversación sobre el trabajo—. Gracias. Me encantó que me encargases un reto así en mi primer día.

Me veo a mí misma por encima de su hombro, mirándonos a los dos. Me pregunto si al verme desnuda frente al mundo, la opinión de Bruce sobre mi profesionalidad habrá disminuido algo. O mucho.

—¿Un reto por el trabajo, o por tu compañero?

—Un poco por ambos —admito.

—Te prometí que hablaríamos. ¿Te viene bien ahora? —me pregunta.

No, por supuesto que no, pero siento curiosidad y, de momento, tengo la sensación de que solo quiere hablar de negocios. Puede que Damien solo le contara a Giselle que soy la chica del retrato, y que Bruce no tenga ni idea. Después de todo, no es que haya una flecha de neón apuntándome a la cabeza que diga «Es ella».

—Claro —le respondo al mismo tiempo que me relajo un poco—. Me va bien.

Alrededor de la chimenea hay una zona donde podemos sentarnos y señala en esa dirección. Me fijo en Damien mientras caminamos. Ha salido al balcón, donde se encuentra entre Evelyn y Giselle.

Aparto la mirada y sonrió a Bruce mientras me siento.

—¿Por qué Tanner es el lobo?

Bruce inspira profundamente.

—Mira, antes de que hablemos de todo eso, creo que te debo una disculpa.

Me siento confusa.

—¿Por Tanner? No fue tan malo —le miento.

—No, por lo que ha pasado esta noche. Giselle me contó que tú eres la mujer de la pintura.

Hago un gesto de asentimiento porque estoy demasiado aturdida como para hablar. Se acabó la brillante teoría de que Bruce no sabía nada.

—Para serte sincero, no le di importancia, pero cuando hemos llegado me he dado cuenta de que tú no sabías que yo estaba al corriente.

—No pasa nada —contesto, aunque no es ni por asomo lo que de verdad pienso.

—Sí, sí pasa. Giselle no tenía por qué habérmelo contado. No creo que lo hiciera con mala intención, pero a veces no piensa lo que dice.

Se me queda mirando, pero no digo nada. Sí que pasa algo, y no soy capaz de mentir de nuevo.

—Pero quería hablarlo contigo ahora porque no quiero que pienses que esto afecta a nuestra relación de trabajo.

—Por supuesto que no. ¿Por qué iba a hacerlo?

Debe de saber que estoy mintiendo descaradamente, porque ni siquiera se digna responderme. En vez de eso, cambia por completo de tema.

—¿Damien te ha hablado de mi hermana?

—Pues… no.

—Es una de las mujeres más brillantes que conocerás en tu vida. Resuelve mentalmente unas ecuaciones matemáticas que a mí me costaría hacer con una calculadora. Da clases en el MIT.

Inclino la cabeza hacia un lado.

—¿Jessica Tolley-Brown?

—¿La conoces?

—Por supuesto que he oído hablar de ella. —Ni me molesto en intentar ocultar mi emoción—. Casi me apunté a un curso de doctorado en el MIT solo para que me diera clase. Pero ¿qué tiene que ver…?

—¿Sabes cómo se pagó la carrera?

—No. Con becas, supongo.

—En su mayor parte, pero mi hermana tiene unos gustos muy caros, y consiguió dinero extra trabajando como modelo.

—Ah —digo, pero tengo la sensación de que sé adónde quiere ir a parar.

—No me molesta el cuerpo femenino —me explica—. Y no creo que el intelecto de una mujer sea inferior porque pose desnuda. Si tenemos en cuenta el book de mi hermana y el hecho de que es capaz de machacarme en cualquier concurso de inteligencia, sería muy hipócrita por mi parte hacerlo, ¿no te parece?

—Supongo que lo sería. —Todavía me siento un poco avergonzada, pero ha logrado que la sensación de humillación disminuya—. Y gracias por contármelo. Bueno… es un detalle.

—Bien. —Se da unas palmadas en las rodillas—. Por lo que se refiere a Tanner, te pido disculpas de nuevo. Me imagino que te lo hizo pasar un poco mal. No ocultó en ningún momento que quería tu puesto de trabajo, y ahora se ha quedado sin ninguno.

—¿Qué?

Me quedo totalmente sorprendida por sus palabras.

—Le he aguantado mucho tiempo, probablemente demasiado, pero estaba conmigo cuando empecé con Innovative, y se quedó conmigo incluso cuando no podía pagarle nada. —Frunce el entrecejo y luego se arranca un hilo que cuelga del forro de su chaqueta. Deja caer el hilo en la mesita que se encuentra entre nosotros y sigue hablando como si nada—. Siempre pensé que buscaba lo mejor para la empresa, pero esta mañana me enteré de que es un maldito traidor.

—Ah.

Busco algo que decir, pero nada de lo que se me ocurre me parece apropiado, así que me quedo callada y a la espera.

—Damien hizo unas cuantas llamadas después de que le contaras lo que pasó ayer y confirmó que Tanner fue quien filtró a la prensa que venías a trabajar a Innovative. Eso de por sí ya es bastante malo, hacer que tuvieras que enfrentarte a toda esa basura, pero también difundió esa asquerosa mentira sobre el espionaje corporativo.

—Oh, no. —Mi voz es apenas un susurro—. Es un idiota.

—Sí, ciertamente lo es —me responde Bruce con voz alegre—. Y ahora es un idiota sin trabajo. —Me señala con un dedo—. No te enfades con Damien por meterse en esto.

—No estoy enfadada.

Lo único que hizo Damien fue descubrir la verdad y contarla. Bruce tiene razón: Tanner dañó a Innovative y me hizo daño a mí. Y Damien nos protegió a ambos.

—Por lo que parece, Tanner cree que me diste el trabajo como un favor a tu mujer.

Lo digo antes de haber valorado si debía hacerlo.

Bruce me mira fijamente, y no puedo evitar preguntarme en qué clase de lío me acabo de meter.

—¿Eso dijo? Qué extraño.

—Eso me pareció. ¿A qué se referiría?

Bruce baja la comisura de los labios.

—No tengo ni idea —me responde, pero no me mira a la cara.

—Bueno, probablemente era otra de las estupideces propias de Tanner —comento en un tono de voz desenfadado.

—Seguro que es eso. —Se pone en pie—. Deberíamos mezclarnos con los demás. Creo que empiezan a llegar el resto de los invitados.

Tiene razón. En el rato que llevamos hablando ha entrado un flujo continuo de personas. Reconozco a unas cuantas de una fiesta parecida que Evelyn celebró en su casa hace pocas semanas. Incluso ha venido un fotógrafo de un periódico local autorizado por Damien, y no deja de hacer fotos para lo que sin duda será un reportaje en la edición del domingo.

Veo que Jamie está hablando con Rip Carrington y Lyle Tarpin, dos estrellas de la tele a las que habrá invitado Evelyn. Puesto que Jamie siente debilidad por cualquiera de los dos, seguro que pase lo que pase le pondrá un diez a esta fiesta.

¿Y qué nota le pongo yo? Ninguna tan alta. Bruce ha aliviado mi sensación de vergüenza, pero me sigue irritando que Giselle supiera que la mujer del cuadro soy yo. También me siento confusa y preocupada por el extraño comentario de Tanner, y por la respuesta todavía más extraña de Bruce.

Bruce ha desaparecido entre la multitud, pero yo todavía sigo junto a la chimenea. Me inclino para recoger el trozo de hilo que ha dejado en la mesa. Luego lo retuerzo entre dos dedos mientras miro a mi alrededor, a aquella estancia que ha pasado de ser un lugar cálido y acogedor a un sitio frío y refinado en el que no me siento cómoda, sobre todo si Damien no está a mi lado.

Observo la multitud, buscándole con la mirada, pero lo único que veo son desconocidos. La tercera planta ya está abarrotada de gente reluciente y llamativa con sus relucientes y llamativas sonrisas. Todos parecen refinados y brillantes, y no puedo evitar preguntarme si alguno de ellos se siente tan desgarrado por dentro como yo en este momento. Sigo retorciendo el hilo entre el índice y el pulgar, moviéndolo hacia un lado y otro de modo que se gira sobre sí mismo igual que una serpiente. Me ha proporcionado algo con lo que tener ocupadas las manos, pero ese no es el motivo por el que he cogido el hilo. Me digo que debería dejarlo otra vez en la mesita de café y marcharme, pero no lo hago. Lo cogí de la superficie blanca de melanina por una razón.

Me rodeo de un modo lento y metódico la punta del dedo con el hilo. Tiro con fuerza, y la piel que hay alrededor del hilo se pone blanca de inmediato al mismo tiempo que la punta del dedo se torna de un color rojo intenso que no tarda en convertirse en púrpura. El dolor aumenta con cada giro, y con cada giro me siento más centrada.

Soy como una muñeca de cuerda. Cada giro de la llave concentra el dolor y logra que yo me concentre. Seguiré y seguiré haciéndola girar aguantando todo lo que pueda, y por fin, cuando la cuerda esté a punto de romperse, la soltaré y la Nikki social aparecerá para moverse entre los invitados sin dejar de sonreír, de reírse, y se concentrará en ese punto brillante de dolor rojo intenso que la guiará hasta su casa.

«No».

«¡Maldita sea, no!»

Aparto la mano izquierda de la derecha con tanta ferocidad que me tambaleo y muevo la mesita que tengo al lado. Un joven con una chaqueta deportiva de color púrpura que está cerca da un paso hacia mí para ayudarme, pero me giro al mismo tiempo que me esfuerzo de un modo frenético por quitarme el hilo. Estoy demasiado nerviosa como para desenrollarlo con calma. En vez de eso, le doy tirones mientras el corazón me late enloquecido, y cuando por fin se desprende del dedo y cae al suelo, lo dejó ahí y retrocedo como si fuera algo venenoso, un escorpión a punto de atacarme.

Paso al lado del tipo de la chaqueta púrpura y me apoyo con la espalda en la mampostería de la chimenea. Las piedras se me clavan en los hombros desnudos dando lugar a una sensación incómoda, pero no me importa. Necesito algo que me sostenga, y hasta que encuentre a Damien tendré que conformarme con la pared.

—¿Se encuentra bien? —me pregunta el joven de púrpura.

—Sí —le aseguro, aunque no estoy bien. No estoy nada bien.

El chico se queda a mi lado, pero apenas noto su presencia. En vez de eso, me dedico a buscar a Damien con la mirada, y la oleada de alivio que me invade cuando le encuentro es tan poderosa que tengo que apoyar las manos en las piedras. Se halla en un lado de la estancia, lejos del bullicio de la gente, cerca del pasillo que lleva al dormitorio. Está a solas con Charles Maynard, su abogado, quien tiene un aspecto preocupado.

No puedo ver la cara de Damien porque está de espaldas. Tiene una mano en el bolsillo y en la otra sostiene una copa de vino. Es una postura relajada, pero detecto la tensión en sus hombros, y me pregunto si estará pensando en mí, lo mismo que yo estoy pensando en él.

«Damien».

Se gira como si hubiera oído mis pensamientos, y su mirada me encuentra de inmediato. Lo veo todo en su cara. Preocupación. Pasión. Ansiedad. Creo que se está esforzando por dejarme algo de espacio, pero ya no quiero mantenerme alejada, y doy un paso hacia él.

Nada más darlo, veo que Maynard alarga una mano hacia el hombro de Damien y le oigo cuando alza la voz con una frustración repentina.

—… y no me estás escuchando. Estamos hablando de Alemania, nada menos…

Damien se vuelve de nuevo hacia su abogado, y me detengo en seco, como si la conexión entre ambos se hubiera interrumpido. Pienso por un momento en seguir andando, pero luego lo descarto. Después de todo, soy yo la que está enfadada. Pero entonces ¿por qué siento la necesidad imperiosa de salir corriendo hacia él?

Me miro el índice izquierdo. La marca del hilo aún es muy visible, y la punta todavía continúa un poco púrpura. Ese dolor satisfizo una necesidad. Hizo que me centrara y mantuvo a raya la furia que sentía, el miedo, la humillación. Me proporcionó fuerzas y concentración, y me pregunto de nuevo si Damien me ofrece lo mismo. ¿Acaso es una nueva forma de dolor?

Esa idea hace que me estremezca, y lo único que quiero en ese momento es borrarla de mi cabeza.

Una camarera pasa delante de mí y le hago una señal para que se acerque. Lo que necesito ahora mismo es una copa.

Cuando ya me la he bebido y he cogido otra, de repente aparece Jamie.

—Esos dos son tan graciosos. Y me han contado lo que va a pasar en el programa de la semana que viene. —Me agarra del codo—. Si se te olvida recordarme que lo grabe, no te lo perdonaré nunca.

—Me parece justo —le respondo.

—Estarás haciendo fotos, ¿verdad? Quiero colgarlas en Facebook. Lo siento —añade de inmediato—. Sé que quieres evitar a la prensa del corazón.

Es cierto. Nunca las había utilizado demasiado, pero en cuanto empezaron todos los rumores y habladurías sobre mí y Damien, borré todas las aplicaciones de prensa de sociedad del móvil, y desde entonces he procurado por todos los medios evitar todo lo que se pareciera a las revistas de cotilleo. Por lo que se refiere a las fotos que los paparazzi nos hacen a Damien y a mí, dejo que Jamie las encuentre y me las mande por correo electrónico o me las recorte. Pero sin los textos que las acompañan.

—No te preocupes —le contesto—. Y sí, he tomado unas cuantas —añado, aunque han sido muy pocas.

Me mira y entrecierra los ojos.

—¿Estás bien?

Casi sonrío de oreja a oreja y la tranquilizo diciéndole que claro que sí, que estoy bien. ¿Por qué no iba a estar bien? Pero es Jamie, y aunque pudiera, no quiero engañarla.

—Ha sido una noche muy rara —admito.

—¿Quieres hablar?

Alzo la copa.

—No, mujer.

—¿Dónde está el bombón? ¿O es de él de lo que no queremos hablar?

—Está haciendo de anfitrión.

Miro a mi alrededor para buscarle y veo que se ha separado de Charles. Ahora se encuentra en el centro de un pequeño grupo de invitados.

—¿Quién es esa?

Jamie señala hacia el grupo haciendo un gesto con la barbilla, y veo que la gente se ha movido, lo que ha dejado a la vista una morena delgada que está al lado de Damien.

De repente, noto que los músculos de la cara se me tensan de un modo desagradable.

—Es Giselle, la propietaria de la galería que vende las obras de Blaine —le explico.

—Ah. La anfitriona de los invitados de Damien. No me extraña que estés enfadada.

—No estoy enfadada —le respondo.

Pero por supuesto que lo estoy. Y aunque hasta ahora no me había fijado en todo eso de la anfitriona Giselle, desde este momento ya se encuentra en el primer lugar de mi lista de afrentas e irritaciones. «Vaya, Jamie. Muchas gracias».

—Sé cómo quitarte esa actitud de no enfado. —Me agarra del brazo y tira de mí—. Rip y Lyle son gente muy divertida. Te va a encantar conocerlos. Y si no te gusta, al menos fingirás que sí que te gusta, ¿vale?

Me quedo mirándola fijamente, porque sabe muy bien que si hay algo que sé hacer es poner buena cara en una fiesta.

No me molesto en recordarle que ya conozco a Rip y a Lyle, y puesto que solo saben hablar de cosas de Hollywood, no entiendo nada de lo que dicen. Sin embargo, esta vez los trato desde el punto de vista de Jamie, y tiene razón: son divertidos.

Me pongo mi mejor máscara de chica de fiesta mientras Jamie y yo damos una vuelta. Me muestro sonriente y jovial, y me resulta fácil participar en las conversaciones, sacar la cámara y decirle a la gente que sonría o que se ría o que se pongan juntos.

Qué fácil es volver a las viejas costumbres. A oír las instrucciones de mi madre en la cabeza. «Una señorita siempre mantiene el control. Nunca muestres que te han hecho daño, porque en cuanto lo hagas, sabrán cuáles son tus puntos débiles».

Las palabras de mi madre son frías y calculadoras, pero me aferro a ellas. Por mucho que haya huido de ella y de mis días de concursos de belleza y del infierno que era mi vida a su lado, no puedo negar que encuentro cierto consuelo en volver a lo que me es familiar. Porque mi madre tenía razón. No pueden hacerte daño si no pueden verte, y ahora mismo, lo único que quiero que vean es la máscara.

Sin embargo, a lo largo de todo este proceso de socialización he notado los ojos de Damien clavados en mí, observándome, atravesándome. Conscientes de todos y cada uno de mis movimientos. Del roce de mi vestido contra la piel. De la sensación de los zapatos en la parte curva de la planta de los pies.

Se siente frustrado, es posible que incluso esté enfadado, pero eso no cambia el hecho de que su deseo sea palpable.

En ese sentido, es mío.

Mi miedo y mi frustración pueden esperar. Lo único que quiero ahora mismo es a él.

Ya me he decidido a reunirme con su grupo delante de los cuadros cuando Evelyn se coloca a mi lado.

—No sé si es a Damien o a Giselle a quien tengo que retorcerle el pescuezo por tener solo vino y champán —me dice—. Venga, Texas, seguro que tú sabes dónde tiene escondida la bebida.

—La verdad es que sí que lo sé.

Probablemente no sea la mejor muestra de educación llevarme a Evelyn a la cocina, pero la verdad es que a mí también me vendría bien un chupito de bourbon.

Nos movemos entre el personal de servicio contratado que utiliza la cocina para llenar las copas y las bandejas de aperitivos y nos sentamos a una pequeña mesa de desayuno.

—Suéltalo ya, Texas —me ordena en cuanto estamos acomodadas y nos hemos servido un par de chupitos—. Algo te ronda por la cabeza.

—Me estoy volviendo descuidada —le digo—. Solía ser capaz de esconder mejor mis problemas.

—O quizá es que poner buena cara te delata.

Pienso en ello, y decido que aparte de todo lo demás, Evelyn es una mujer muy sabia.

—Vamos. Cuéntaselo a la tía Evelyn.

—¿Que te lo cuente? Me parece recordar que había algo que quería que tú me contaras —le respondo.

—Joder —exclama antes de beberse el licor de un trago. Luego empuja el pequeño vaso hacia mí, y se lo lleno de nuevo—. Solo hablaba por hablar. No me hagas caso.

—Te hago caso, y no te creo. ¿Qué es lo que está pasando y qué es de lo que no me he enterado todavía?

Baja la comisura de los labios y menea la cabeza.

—Odio que esté a punto de darse una situación de mierda y que no pueda hacer nada por evitarlo.

—¿Carl?

Aparta el nombre con un gesto de la mano.

—Carl puede irse al carajo. No. Damien ha conseguido mantener sus asuntos en privado durante casi dos décadas. Pero eso está a punto de acabar, y ni siquiera estoy segura de que se dé cuenta de lo que va a pasar.

—No hay mucho que a Damien se le pase por alto —le respondo, porque es verdad y porque le soy leal—. Pero ¿de qué demonios estás hablando? Ya ha controlado los posibles daños del escándalo de Padgett —añado refiriéndome al reciente intento de un empresario insatisfecho llamado Eric Padgett de implicar a Damien en la muerte de su hermana. Por suerte, Damien paró en seco esos rumores—. ¿Qué otra cosa puede haber que…? —Me recuesto en el respaldo de la silla al darme cuenta de repente de lo que ocurre—. El centro deportivo.

Evelyn inclina la cabeza hacia un lado en un gesto precavido.

—¿Qué es lo que te ha contado?

—Básicamente lo mismo que le ha dicho a la prensa. Que Richter es un cretino y que no piensa asistir a la ceremonia de conmemoración. No me dijo por qué. Pero tengo mis sospechas —añado sin apartar la mirada de la cara de Evelyn.

Ella levanta las cejas en un gesto casi imperceptible.

—¿Le has contado a Damien lo que crees?

—Sí. —Me encojo de hombros—. Pero no me ha dicho si tengo razón.

No dejo de estudiar con atención la cara de Evelyn mientras hablo. Sé que representaba a Damien en aquellos tiempos, antes y después de la muerte de Richter. Si hay alguien que sepa que Richter abusó de Damien cuando no era más que un niño, esa es Evelyn.

Su rostro se mantiene impasible, sin expresión alguna.

—Pero no te ha dicho que estés equivocada, ¿verdad? —No espera a que le responda y me mira fijamente a los ojos—. Texas, Damien está muy, muy enamorado de ti, y yo estoy loca de contenta. Por los dos. No recuerdo haberlo visto nunca tan feliz. Pero, joder, ojalá se presentara en esa puñetera conmemoración. Y debería darle una paliza por la que lió la otra noche. Se merece algo mejor que tener a la prensa pegada al culo como una piraña empalmada.

—¿De verdad es tan grave? —Todavía no entiendo por qué Evelyn y el padre de Damien piensan que su declaración fue una idea tan mala—. Quizá no fue tan acertado decirle al mundo que no le gustaba Richter, pero lo único que va a hacer es no presentarse a una ceremonia. Por cómo lo persiguen, cualquiera creería que ha rechazado una invitación de la reina y luego la ha insultado.

—Lo único que digo es que tienes que seguir el juego para evitar una situación de mierda —dice Evelyn—. Y ahora me temo que se nos va a caer encima esa maldita situación.

No tengo ni idea de lo que me está hablando.

—¿Qué situación?

—Pregúntale a Damien —me responde—. Por lo que a mí se refiere, espero equivocarme, pero yo apostaría a que llevo razón.

Estoy a punto de decirle que voy a hablar con él otra vez para intentar convencerle de que se retracte del comunicado y que vaya a la ceremonia, pero no sería verdad. Jamás le pediría que hiciera algo así, y jamás esperaría que cambiara de opinión. El recuerdo de Richter no se merece el más mínimo apoyo de Damien, y si lo que le cae encima a Damien es un montón de críticas, me mantendré a su lado y le ayudaré a hacerles frente.

—Pero eso no es lo que te rondaba por la cabeza —me dice Evelyn después de acabarse el segundo chupito—. Vamos, Texas, llevo vigilándote a ti y a Damien toda la noche, y la mayor parte del tiempo no os he visto juntos.

Me invento una sonrisa con la que ya tengo práctica, pero sé que debe parecer tan falsa como realmente es.

—Por lo que se refiere a la fiesta de hoy, yo solo soy una invitada. Damien y Giselle son los encargados de actuar como anfitriones.

—Ajá.

Se echa hacia atrás en su silla y luego empuja hacia mí el vaso de chupito con la punta del dedo. Se lo lleno otra vez. Casi lleno el mío también, pero al darme cuenta del modo en que me está mirando Evelyn, decido que será mejor mantener la cabeza despejada.

Evelyn hace caso omiso del vaso, pero se inclina hacia delante y apoya la cabeza sobre los codos y me mira fijamente hasta que comienzo a sentirme incómoda.

—¿Qué? —le pregunto por fin.

—Nada de nada —me responde—. Es solo que hubiera jurado que tenías los ojos de color azul, no verdes de envidia.

Me encojo un poco de hombros.

—Estoy un poco desconcertada respecto a Giselle —admito—. Últimamente la veo por todas partes, y eso me está haciendo sentir descolocada.

Me sorprende que haya dicho todo eso con tanta facilidad. Me siento mucho más cómoda detrás de mi máscara, y a excepción de con Damien, Jamie y Ollie, ahí es donde me quedo. Sin embargo, con Evelyn es demasiado fácil hablar, y de repente me encuentro revelando cosas que normalmente mantendría guardadas. Supongo que eso me debería hacer sentir incómoda con ella, por temor a que algún día vea demasiado de mi interior. Pero no es así, y me alegro por ello.

—Damien no me dijo que iba a ayudar a Giselle a traer de vuelta las pinturas —sigo diciendo—. Y sé que no tengo motivos para estar celosa, pero…

—Pero es ella quien ahora está a su lado.

—Quizá. Pero no sería justo por mi parte, porque sería yo quien estaría a su lado si no me hubiera enfadado y largado. Damien me está dejando espacio.

—Aaah… Una pelea de enamorados. Eso está bien, Texas. El drama siempre aumenta en el segundo acto. ¿Qué malvada acción cometió para herir tu corazón?

Sus palabras me sacuden, porque eso era exactamente lo que había hecho: me había herido el corazón.

—Le dijo a Giselle que yo era la de la pintura. —Las palabras suenan tan apesadumbradas como yo lo estoy—. Y ella se lo dijo a Bruce.

—Ya veo.

Algo en el tono de voz de Evelyn hace que me fije en su expresión.

—¿Qué? ¿Crees que simplemente debería dejarlo pasar? Llevo todo el rato diciéndome que no es tan importante, y quizá no lo es, pero Damien…

—… rompió su palabra. Sí, es normal que eso te enfureciera. A mí también me cabrearía, pero en este caso creo que debes perdonar al muchacho.

No puedo evitar sonreír de un modo un tanto irónico.

—Lo haré. Si te digo la verdad, no me imagino mucho tiempo enfadada con Damien. Pero no lo haré ahora mismo. Me siento un poco frágil.

Evelyn me sigue hablando como si yo no hubiera dicho nada.

—Tienes que perdonarle porque no incumplió su palabra. Fue Blaine quien lo hizo.

—¿Qué?

Repito en mi cabeza lo que acaba de decir, pero sigo sin entenderlo.

—Fue Blaine quien se lo dijo a Giselle —me explica Evelyn con tranquilidad—. No quiso hacerlo. Se sintió tremendamente avergonzado. Estaban hablando de nuevas modelos para la galería y, por alguna razón, acabaron mencionando el retrato. Ni siquiera recuerda lo que dijo exactamente. Ya sabes cómo es cuando se pone a cotorrear. Se lo dijo sin darse cuenta. Volvió corriendo a casa y me lo contó todo. Esa noche no pegó ojo. Tuve que ponerme muy pesada para evitar que llamara a Damien en ese mismo momento, a las dos de la madrugada, y le convencí de que podía esperar. El pobre muchacho estuvo fatal hasta que por fin consiguió contactar por teléfono con Damien a las cinco de la madrugada.

—¿Cuándo fue eso?

Estoy atónita.

—Hace cuatro días.

—Pero… pero le pregunté a Damien a la cara si se lo había dicho a Giselle, y él me dijo que sí. ¿Mintió para proteger a Blaine? ¿Por qué?

—Ay, cariño, Blaine no estaba angustiado por Damien. Era por ti. La fastidió y te hizo daño, y quería serte completamente sincero. Le preguntó a Damien cómo debía decírtelo, y Damien le respondió que no lo hiciera. Le dijo que hablaría con Giselle y que se aseguraría de que no lo difundiera, y que si hacía falta, él cargaría con la culpa.

—Pero ¿por qué?

—Ya has respondido a eso, Texas —me dice en voz baja.

Durante unos instantes no consigo entenderla. Luego recuerdo lo que acabo de decir. «Si te digo la verdad, no me imagino mucho tiempo enfadada con Damien».

—Está protegiendo a Blaine —digo, pero más para mí misma que a Evelyn—. Está protegiendo nuestra amistad.

De repente, tengo la mano en la boca y tengo que parpadear para contener las lágrimas.

—¿Quieres que le diga a Blaine que lo sabes?

Niego enérgicamente con la cabeza.

—No. No. No quiero que se preocupe pensando que eso me molesta o que estoy enfadada con él. Quizá algún día se lo diga, pero no, no será hoy.

—Yo no tenía muy claro si debía decírtelo. Me alegro de haberlo hecho —me dice Evelyn.

—Y yo de que lo hicieras.

—Para serte sincera, me sorprendió mucho ver aquí a Giselle. Blaine le dijo que no debería haberle dicho nada, y ella debe saber que aparecer por aquí te avergonzaría y molestaría a Damien. Resulta difícil creer que perdería la compostura para fastidiar a su mejor cliente.

—No me digas… —le contesto, pero lo cierto es que acabo de darme cuenta de a qué se refería Tanner.

Si Damien es el mejor cliente de Giselle, entonces la acusación de que Bruce me contrató para tener contenta a su mujer tiene sentido. Mantén contenta a la mujer de tu mejor cliente y la galería seguirá dando dinero.

—Quizá me equivoco —musita Evelyn—. A lo mejor es Giselle quien tiene celos.

—¿De mí? ¿Por qué?

—Porque tú estás con Damien, y ella no. Ya no —me explica Evelyn.

Es una noche llena de revelaciones.

—¿Damien y Giselle salían juntos?

—Hace muchos años. Tuvieron una aventura durante unos cuantos meses antes de que Bruce y ella se casaran. Eso sí que es un asunto interesante.

—¿Damien y Giselle? No estoy segura de querer enterarme de nada de eso.

—Giselle y Bruce —me aclara Evelyn con un leve meneo de cabeza—. Pero ese cotilleo lo dejaremos para otro día. —Se bebe de golpe lo que queda de bebida y deja el vaso con un golpe en la mesa—. ¿Lista para volver a la carga? —me pregunta mientras se pone en pie.

—No —admito, aunque también me levanto.

Porque ahora mismo no quiero ver a la gente. Solo quiero ver a Damien.