Cuando me despierto el sábado por la mañana, siento las piernas deliciosamente doloridas. Me doy la vuelta, buscando a Damien, pero ya no está a mi lado. Considero la posibilidad de quedarme en la cama; después de todo, tendrá que volver en algún momento, pero la tentación del café gana y pongo rumbo a la cocina.
Me conoce bien porque ha dejado una nota pegada en la cafetera.
Me han surgido unos asuntos en la oficina. Me encantó lo de anoche. Tu imagen desnuda y atada, abierta ante mí, está grabada a fuego en mi mente. Supongo que me va a costar bastante concentrarme. Quizá tenga que darte una azotaina después por distraerme tanto…
Sonrío y guardo la nota en mi bolso. Me ducho y me cambio antes de cruzar la puerta trasera que conecta el apartamento con la oficina. Cuando por fin consigo atravesar el laberinto de pasillos y llegar a la recepción, la señorita Peters me saluda con una sonrisa.
—Buenos días. Él y el señor Maynard están al teléfono. ¿Le importaría esperar?
—No hay problema. Es normal que esté ocupado.
Pienso en los periodistas y en lo que dijeron sobre una imputación. Si Charles está aquí, debe de haber alguna disputa legal en alguna de las divisiones de Stark International.
Edward todavía no ha entrado a trabajar, pero la señorita Peters me consigue otro coche. Solo me saluda la gata cuando entro por la puerta de mi casa. Jamie, supongo, está con Raine.
Últimamente no he pasado mucho tiempo a solas, así que resulta agradable estar rodeada de mis cosas, sobre todo ahora que muchas de ellas me recuerdan a Damien.
Echo un vistazo al Monet que me regaló: Almiares en Giverny, puesta de sol. Es impresionante y, gracias a Dios, está asegurado. Todavía estoy nerviosa, pero, al mismo tiempo, no querría que estuviera en ninguna otra habitación porque aquí es donde duermo. Bueno, la habitación en la que duermo cuando no estoy con Damien.
Me siento delante del ordenador y empiezo a echar un vistazo a mis archivos. Debería trabajar un poco, pero raras veces dispongo de tiempo para seguir con el regalo que estoy preparando para Damien: un álbum de recortes con recuerdos del tiempo que hemos pasado juntos. Una instantánea del Monet. Docenas de fotografías de puestas de sol, y muchas, muchas más de los dos juntos. Aunque detesto a los paparazzi, tengo que reconocer que han capturado unas cuantas fotos bonitas y sinceras.
Trabajo organizando las imágenes y escribiendo pies de foto durante un par de horas y, entonces, decido que ya es hora de limpiar el apartamento antes de ducharme para la noche. Curiosamente, limpiar también incluye hacer la cama que hay en nuestra sala de estar.
Mientras paso la aspiradora, de la puerta de al lado me llegan ecos de gruñidos y gemidos, tan fuertes como para oírlos por encima del ruido. Cierro los ojos, agradeciendo en silencio que Jamie no siga acostándose con Douglas, nuestro ruidoso y mujeriego vecino. Desearía que no se lo hubiera tirado en primer lugar, sobre todo porque ha dejado bien claro que sigue interesado en ella.
Cuando Jamie regresa, la última pareja sexual de Douglas ya se ha ido y yo estoy limpiando la encimera de la cocina.
—Uau —dice—. Estás contratada.
Levanto una ceja. La idea de limpieza de Jamie consiste en dejar que todo se ensucie y, luego, pasarse todo un día quejándose de lo poco que le gusta limpiar. Me vuelve loca.
—¿Habrá algo de comer esta noche? —pregunta.
—Aperitivos y bebidas.
—¿Vamos a por algo de cena?
Me encojo de hombros.
—Vale. Edward vendrá a recogernos a las seis, así que tenemos que dejar algo de tiempo para volver y cambiarnos.
—¿En la limusina? —pregunta con entusiasmo.
—No lo sé —respondo mientras le tiro una esponja—. Pero si limpias el baño, le mando un mensaje a Damien y le digo que eso es lo que queremos.
Y así, pienso mientras se va para ponerse a limpiar, es como se manipula a una compañera de piso.
—Bonita arquitectura, Batman —dice Jamie cuando uno de los miembros del personal que Damien ha contratado para la fiesta abre la puerta.
La sigo al interior y me detengo justo en el umbral. Por lo visto Damien tiene duendes, porque la gran sala que ayer estaba vacía ahora está decorada de una forma que resulta tan acogedora como opulenta. Las baldosas de mármol blanco que van de la entrada hasta la parte trasera de la casa brillan, un escenario perfecto para los muebles igualmente blancos que ahora ocupan el espacio; el único toque de color lo aportan las vibrantes obras de arte que decoran las dos paredes que hay a derecha e izquierda. La pared del fondo es de cristal y funciona como puerta al balcón de la tercera planta, para que así se puedan apartar los paneles y abrir la habitación a la zona de la piscina desbordante. El techo cubre una altura de cuatro plantas y tiene un tragaluz que crea un ambiente de patio interior en la sala.
Los dos puntos focales, la piscina exterior y las enormes escaleras de mármol en el interior, se complementan, como si ambos hicieran gestos a los invitados animándoles a explorar, prometiéndoles todo tipo de delicias, sea cual sea la dirección que elijan.
—Este lugar es fabuloso —continúa Jamie en un aparte que, seguramente, llega hasta la tercera planta.
—Lo sé —digo con una especie de orgullo de propietaria. No he tenido nada que ver ni con su construcción ni con su decoración, pero no puedo evitar sentirme como en casa—. ¿Quieres dar una vuelta?
—Primero una copa —replica—. La vuelta, después.
—Pues vamos entonces.
Le guío por las escaleras de mármol hasta la tercera planta. El segundo piso es, en realidad, una especie de balcón o una entreplanta y no tiene habitaciones. De hecho, es una zona a la que se puede acceder tanto desde las escaleras que hay cerca de la cocina como desde el pequeño ascensor de servicio. Lo que hace que esa planta sea única es que sirve de biblioteca y, cuando pasamos por ese nivel, oigo como Jamie toma aire.
—Uau —dice.
—Impresionante, ¿verdad? Los obreros terminaron las estanterías hace tan solo un par de días. No tengo ni idea de dónde tenía Damien guardados esos libros.
Desde nuestra perspectiva en las escaleras, parece que estemos rodeados de estanterías de madera de cerezo llenas de todo tipo de libros, desde las más raras primeras ediciones hasta esos desgastados libros de bolsillo de ciencia ficción que Damien ha leído una y otra vez.
Como el resto de la casa, una de las paredes es un gran ventanal con vistas al océano. Sin embargo, el cristal ha sido especialmente diseñado para evitar que los rayos del sol dañen los libros. Cuatro sillones de cuero conforman el punto focal del área de lectura. Son de un profundo color chocolate y están tapizados con un cuero suave como la mantequilla que, por experiencia propia, me consta que tienen un tacto maravilloso bajo la piel desnuda.
Incluso sin mejoras, la biblioteca sería impresionante. Sin embargo, esta noche resulta mágica. Damien debe de haber tenido a todo un equipo trabajando todo el día, porque la intrincada reja de hierro ahora refleja luces blancas que brillan de forma seductora. A medida que subimos las escaleras su titilar crea la ilusión de que estamos cruzando las estrellas y entrando en el cielo.
Esta noche he traído mi Leica, a pesar de que la bolsa de la cámara desentona con el maravilloso vestido azul que Damien me ha comprado, y me detengo en las escaleras el tiempo suficiente como para hacerle una foto a Jamie con las luces que brillan detrás de ella.
Vuelvo a guardar la cámara en su bolsa y subimos hasta el tercer piso. Salimos al descansillo. Junto a mí, Jamie respira entrecortadamente. Yo también.
Porque lo primero que veo soy yo, totalmente desnuda, de pie, fuerte y atada para que me contemple el mundo.
—No es una mala forma de saludar a los invitados, ¿eh, Texas? —dice Evelyn sonriendo mientras viene a recibirme con un fuerte abrazo no muy de Los Ángeles. Evelyn no es de las que besan al aire—. Estás igual de guapa en el cuadro que en la realidad —comenta añadiendo otro apretón al abrazo.
Me suelta y mira a mi mejor amiga.
—Y tú tienes que ser Jamie, ¿verdad?
—Sí, supongo que esa soy yo.
—Vale, pues date la vuelta y déjame que te eche un vistazo.
Nunca antes había visto a Jamie intimidada, pero creo que Evelyn la ha dejado sin palabras porque se gira sin quejarse, presumiendo del vestido rojo ajustado que se ha comprado para la fiesta.
—Buen culo y bonitas tetas. Definitivamente, tiene la cara y el pelo.
—¿Qué? —pregunta Jamie, impávida—. ¿Les pasa algo malo a mis piernas?
Evelyn resopla y me mira.
—Me gusta —dice y se vuelve hacia Jamie—. Texas me ha dicho que eres actriz.
—Lo intento —responde Jamie.
—Bueno, asumiendo que sabes actuar, lo tienes todo para entrar en el negocio. Y entre tú y yo, tus activos son tan buenos que, incluso, podrías conseguirlo sin ese incómodo detalle del talento.
—Sé actuar —le asegura Jamie.
—Búscame luego. Hablaremos. Quizá ya no esté en el negocio, pero eso no significa que todavía no tenga la mano en el pastel.
—Por supuesto —dice Jamie, que si sonríe más, se va a hacer daño en los músculos faciales—. Gracias. Eso sería genial.
Evelyn se gira para hacer señales a una de las camareras y, en cuanto lo hace, Jamie me mira. «Uau», gesticula. «Lo sé», respondo.
Cuando la camarera llega con una bandeja llena de vino y champán, Evelyn nos da una copa a cada una.
—Entremos, chicas. No tiene ningún sentido que nos quedemos en el descansillo toda la noche.
Nos señala la habitación que ahora está amueblada siguiendo el estilo de la primera planta. Teniendo en cuenta el cuidado que Damien ha puesto en la decoración de la biblioteca, supongo que estos muebles son solo para esta noche, probablemente alquilados a alguna empresa dedicada a la decoración de propiedades en venta.
Entre las mesas, sillas y pequeños sofás hay caballetes en los que se expone la obra de Blaine. A diferencia de mi retrato, esos lienzos están a la venta esta noche. El propio artista se mueve nerviosamente con un caballete, ajustando el ángulo de un pequeño lienzo con un desnudo sobre una alfombra persa. Evelyn levanta sus manos para hacer señales, pero Blaine no la ve.
—Venga —dice cogiendo el brazo de mi amiga—. Te presentaré al hombre del momento. Nikki, si estás buscando a Damien, ha dicho que iba a cambiarse. Y, por cierto, las grandes mentes piensan igual. Resulta que sí que ayudó a Giselle a traer los cuadros de Palm Springs. Edward estaba sacando algunos de la limusina ayer, cuando yo estaba dando los últimos retoques.
—Oh.
Sus palabras me sorprenden porque Damien no me ha dicho que hubiera visto a Giselle, y siento cómo me empiezo a enfadar. Me obligo a quitarme la idea de la cabeza. Solo estoy sensible porque Giselle está, de repente y de forma inexplicable, en mi órbita, con lo de Palm Springs y el extraño comentario de Tanner. Y ahora los celos del pasado están asomando sus cabecitas. Pero no quiero ser esa mujer, así que abofeteo mentalmente sus pequeños rostros de ojos verdes.
Como Evelyn se ha llevado a Jamie para que conozca a Blaine, me dirijo a la cocina con la intención de dejar allí la bolsa de la cámara y seguir hasta el vestidor.
Sin embargo, no consigo llegar tan lejos porque, mientras me cuelgo la correa de la Leica en el brazo y pongo la bolsa en uno de los armarios, veo a Damien bajando al recibidor procedente del área del dormitorio. Dejo lo que estoy haciendo y me quedo quieta, observándolo. Lleva unos pantalones negros y una chaqueta también negra sin solapas sobre una de las camisas blancas almidonadas que tanto me gustan. No la lleva abrochada y la camisa abierta junto con la chaqueta le dan un aire de rebelde poderoso. Es tan impresionantemente sexy que me cuesta creer que sea real y mucho menos que sea mío. Seguramente se trate de una fantasía que yo he conjurado. Un sueño en el que vivo ahora. Un sueño perfecto del que no me quiero despertar.
Lleva el teléfono en la mano y habla en voz baja, tanto que solo puedo oír algunas palabras sueltas. Pero de su tono deduzco que se trata de algo urgente y que está molesto.
Pienso en la noche pasada y me pregunto si habrá tenido más consecuencias. Quizá sea su padre. O quizá tiene algo que ver con los problemas legales de Stark International en Alemania.
Tras unos segundos, frunce el ceño, finaliza la llamada y guarda el teléfono en el bolsillo. Durante un efímero instante, puedo notar el enfado en su rostro. Y entonces desaparece, como si hubiera deseado que el universo le diera un respiro y este no hubiera tenido más opción que concedérselo. Damien Stark es un hombre que obtiene lo que quiere y como lo quiere.
Cuando mira hacia donde yo estoy, noto cómo me desea en este momento.
Su sonrisa es un saludo más potente que el mejor de los besos. Es como si algo dentro de mí se hubiese desatado. Corro a su encuentro y me lanzo a sus brazos. Me acerca más a él y los últimos restos de celos se desintegran en contacto con este hombre.
Cuando ya estoy saciada de él, como si alguna vez pudiera llegar a estarlo, me echo hacia atrás y sonrío.
—Te he echado de menos —digo.
—Yo aún más.
—¿Todo va bien?
Me mira de forma extraña.
—Por supuesto. ¿Por?
—Te acabo de ver. Al teléfono, quiero decir.
Por un momento, el enfado regresa.
—No es nada —asegura—. Algo que creía que tenía bajo control ha resultado ser más volátil de lo que esperaba. Nada de lo que preocuparse.
Me levanta la barbilla y me mira a los ojos durante tanto tiempo que siento que me voy a caer. Entonces sonríe, tan lenta y suavemente que no puedo evitar suspirar.
—Estás muy guapa —señala tras un rato así, perdidos el uno en el otro, durante lo que parece ser una vida entera.
—Gracias por el vestido —digo dando la vuelta para enseñárselo—. Y por la cama.
Lo miro fijamente mientras hablo, así que puedo ver la sombra que cruza su rostro.
—¿Damien? ¿Qué pasa? —pregunto.
Duda y veo un amago de ceño fruncido antes de que lo convierta en una sonrisa.
—Me alegro de que te gusten.
—Por supuesto que me gustan.
Preocupada, lo miro a los ojos, y el más oscuro parece tirar de mí, mientras que el ámbar me rodea con su calor y su brillo de enamorado. Todo rastro de duda que hubiera podido sentir desaparece, pero no estoy tranquila. Hay cosas que quiere decirme, pero, a pesar de todo, no lo hace. Empiezo a presionar, pero él retrocede. Ahora no es el momento.
—Deberíamos unirnos a la fiesta —digo.
—En un minuto.
Me acerca a él un poco más, de tal manera que mis pechos presionan el suyo y mi barbilla se clava en su hombro. Respiro profundamente, memorizando su olor a almizcle y especias masculinas.
—¿Cómo es que te echo tanto de menos cuando no estás a mi lado? —pregunta.
—No lo sé —susurro—. Pero yo podría hacerte la misma pregunta.
—Oh, Nikki.
La última nota de mi nombre se ve interrumpida cuando su boca se cierra bruscamente sobre la mía.
Mi cuerpo se funde contra el suyo y siento cómo me abro. Lo deseo. Lo deseo ahora. Aquí. En la maldita cocina si fuera necesario, pero quiero saber si este hombre es mío. Quiero reclamarlo. Quiero follármelo.
Y me siento horriblemente frustrada porque nada de eso va a pasar. No ahora, con nuestros amigos al otro lado de la pared, a tan solo unos metros de distancia.
A regañadientes, dejo de besarle y extiendo mis brazos.
—¿Estamos manteniendo las formas, señorita Fairchild?
—Sí, señor Stark.
Se echa a reír y me besa la palma de la mano de tal forma que me tiemblan los muslos y mis pezones se endurecen dolorosamente.
Damien me mira, esbozando una sonrisa engreída en su bello rostro.
—Yo también, señorita Fairchild.
Le dedico una casta sonrisa.
—No sé de qué está hablando, pero diría que está tan elegante como de costumbre —digo señalando con la cabeza a la habitación de al lado—. ¿Deberíamos unirnos?
Salimos de la cocina y nos sumamos a los otros tres, que ahora están en el balcón. Evelyn está entreteniendo a Jamie con historias sobre sus tratos con la televisión y el cine, y Blaine frunce el ceño en un gesto de fingida frustración cuando Damien y yo nos acercamos.
—Las hemos perdido —declara—. Cuando se pone a hablar de Hollywood, ya no hay quien la pare. Y creo que ha encontrado el público perfecto.
—Así es —coincido mientras levanto la cámara para hacer un par de fotos de las dos mujeres inmersas en su animada conversación—. Jamie puede hablar de la televisión de antes y de cine clásico durante días, pero no tiene ningún problema si la conversación degenera a las comedias de situación actuales.
—Dicho de otra forma, se van a pasar así toda la noche —augura.
—Toda la noche —repito—. Yo también necesito algo del tiempo de Evelyn.
Pronuncio las palabras con jovialidad, pero lo digo completamente en serio. Siento como si hubieran pasado años, pero, en realidad, fue ayer cuando hablamos en mi oficina. Evelyn sabe parte de lo que le está pasando a Damien. Algo de lo que dijo que no debía preocuparme. Pero estoy preocupada. Y tengo la intención de obtener respuestas.
Me centro en Blaine y me esfuerzo por sonreír.
—Me gustaría ver el resto de tus cuadros —le digo—. ¿Me los enseñas?
—Claro.
Los tres volvemos adentro y Blaine nos guía por la habitación, deteniéndose en varios lienzos para describirnos lo que intentaba plasmar en cada escena. Hay similitudes en todos ellos, tanto en cuanto a los colores como al tema. Blaine había atado a las modelos de una forma que, aunque las imágenes no cruzaban la línea hacia lo que yo habría considerado de mal gusto, en ocasiones sí que mostraban una intimidad que yo jamás habría consentido. Algunas incluso me recordaban la pose en la que Damien me había colocado la noche anterior.
Una capta especialmente mi atención. La modelo está en un diván, con una pierna a cada lado. Dos lazos negros mantienen sus piernas en posición. Otro lazo ata uno de sus brazos por encima de la cabeza. Solo le queda una mano libre, que cae entre sus piernas de tal forma que es evidente que se está tocando. Sus pezones están erectos y sus areola arrugadas. Los músculos de su vientre están tensos. Aunque su rostro está parcialmente oculto, nada esconde su excitación.
No me molesto en preguntar a Blaine qué pretendía con esa imagen; lo sé demasiado bien. Resulta excitante que te aten. Estar indefensa. Una emoción sensual que procede de la confianza ciega y de olvidar el pudor a las órdenes de tu amante.
Damien aprieta levemente su mano contra la mía y me estremezco, me imagino que soy yo la que se está tocando y Damien el que me observa. Me pongo en tensión y, de repente, mi piel se vuelve demasiado sensible y demasiado caliente. Siento pequeñas gotas de sudor en el nacimiento del pelo y doy un paso adelante, bien para romper el contacto con Damien, bien para suplicarle que me tome allí mismo, en el suelo.
Mientras me aparto, me encuentro con su mirada.
«Sí», articula, y en su sonrisa hay una promesa tan malvada que me fallan las rodillas.
Honestamente, es un milagro que no me derrita.
Blaine, gracias a Dios, está tan ensimismado en su procesión artística que no se percata de nuestra proximidad. Pasamos de un lienzo a otro, mientras Blaine señala detalles de su composición o el color, contándonos historias sobre las modelos y sobre cómo llegaron a él. La mayoría eran, simplemente, chicas que querían ganar un dinero extra. Algunas posaron gratis porque querían adquirir experiencia. Y en cada retrato, noto la mano de Damien en mi espalda, en mi cuerpo, cada vez más desesperadamente necesitado.
Mis pezones, ahora erectos y sensibles, rozan provocativamente la suave gasa de mi vestido a cada paso que doy. Mi sexo se siente desbordado, implorando que lo toquen. Estoy salvajemente excitada y no hay nada que pueda hacer al respecto.
Es una tortura, pero a medida que el tormento avanza, se vuelve endiabladamente dulce.
Evelyn pide a Blaine que vuelva al balcón justo cuando pasábamos a otro cuadro y no puedo evitar soltar un suspiro de alivio.
Damien da un paso atrás y rodea mi cintura con sus brazos.
—Me recuerda a la noche en que nos conocimos, señorita Fairchild. Usted y yo, rodeados de arte erótico, incapaz de pensar en otra cosa que no fuese follarla.
Respiro entrecortadamente.
—Nos conocimos seis años antes de eso, señor Stark.
—Cierto —dice rozando mi oreja con los labios—. Y entonces también quise follarte.
—¿Siempre consigues lo que quieres? —insinúo provocativamente.
—Sí —asegura acercándose por detrás para que pueda sentir su erección contra mi trasero—. Pensé que lo sabías.
—Vaya, señor Stark. Creía que me había dicho que no era de buena educación recibir a las visitas con una erección.
—Cierto —responde—. Quizá deberíamos escapar al tocador. Se me ocurre una forma mucho más placentera de evitar una metedura de pata social.
—Cuénteme más —añado—. Quizá me interese.
Su mano roza mi falda y siento cómo el tejido se desliza lentamente hacia arriba.
—Para —digo en voz baja mientras retiro su mano.
Me hundo un poco más en sus brazos y, de repente, veo al otro lado de la sala a Giselle, entrando en la habitación procedente de la cocina. Me pongo nerviosa porque ella no es una de las personas que saben que yo soy la del retrato y no entiendo por qué ha venido antes. Me repito a mí misma que es la dueña de la galería. No es como si no hubiera visto nunca un desnudo. Y seguramente no sabe que soy yo. Fue parte de nuestro acuerdo y Damien es un hombre de palabra.
Me repito todo eso hasta estar prácticamente convencida. Pero entonces Bruce entra en la habitación por detrás de mí y me quedo helada, mi cuerpo se convierte en un iceberg de preocupación. «Mi desnudo cuelga de la pared y mi jefe lo está mirando».
—Pareces tensa —me provoca Damien—. Una vez más, puedo sugerirte varias maneras de relajarte.
Me doy cuenta de que no se ha percatado de su presencia y de que no sabe por qué me he quedado tan quieta. Tampoco puede ver mi cara ni la confusión que, seguramente, reflejan mis ojos. «¿Lo saben? ¿Cómo es que lo saben?»
Su pulgar acaricia la gasa vaporosa.
—Dígame, señorita Fairchild —murmura—. ¿Qué encontraré si deslizo mi mano bajo su falda? ¿Lleva ropa interior esta noche?
—¿Por qué están aquí ya Giselle y Bruce? —pregunto.
Su cuerpo se tensa.
—¿Qué?
Tiro de su brazo y lo giro para que los vea.
—Ellos no saben que yo soy la del cuadro, ¿verdad?
No me está mirando, pero puedo notar que sus ojos han localizado a la pareja. Su mandíbula se tensa, pero esa es la única reacción que capto.
—No deberían estar aquí —confirma con voz calmada y uniforme.
—No —digo—. Porque ellos no lo saben, ¿verdad?
Me muevo un poco para ponerme delante de él. Me siento extrañamente agitada, como si me empezara a faltar el equilibrio, y si no tengo cuidado, me caeré sin red.
—¿Damien? ¿Se lo has dicho?
Por un momento, su rostro se endurece. Él es el hombre de negocios, el negociador. El hombre que Ollie me dijo que era peligroso, del que Evelyn me contó que era un experto guardando secretos.
Y entonces su expresión se suaviza, como si yo fuera lo único que viera.
—Sí, pero, Nikki…
Eso es todo lo que necesitaba escuchar.
—¡Oh, Dios, cómo has podido!
Me pongo la mano en la boca y respiro por la nariz. Me estoy cayendo y sí, tenía razón: no hay ninguna red que detenga mi caída.
La ira se apodera de mí. Ira, dolor y humillación, todo es oscuridad, frío y desolación.
Mi anonimato era una parte fundamental de nuestro acuerdo. Estoy desnuda ahí arriba. Y no solo estoy desnuda, sino que también he sido descubierta, así que todo aquel que mire al retrato, en el que se ven las cicatrices, también verá mis demonios.
¿Cómo ha podido ser Damien tan arrogante? Vio cómo me derrumbaba en la primera sesión con Blaine. Él fue el que me consoló y creía que lo había entendido.
Y ahora siente que ha sido el que me ha dado la bofetada.
Parpadeo porque no voy a llorar. Prefiero concentrarme en la furia que me atraviesa como un cuchillo y que me da la fuerza y el arma. Porque me servirá de ayuda para herir a Damien como él me ha herido a mí. El corte es profundo, sobre todo porque viene de una persona que jamás pensé que me haría daño.
Intenta cogerme y su cara ahora es más amable que nunca.
—Nikki, por favor.
—No —digo levantando la mano y agitando la cabeza mientras contengo las lágrimas—. Y para que conste —añado mirándole a los ojos con serenidad—, por supuesto que llevo ropa interior. Se acabó el juego, ¿recuerdas? Las normas ya no se aplican.
Veo el dolor en sus ojos y siento cómo me atraviesa. Por un instante, siento haber mentido. Me invade un anhelo desesperado de perderme en sus brazos. De abrazarlo y consolarlo, y de dejar que me reconforte.
Pero no voy a hacerlo. No puedo. Necesito estar sola y, entonces, dejo mis hirientes palabras suspendidas en el aire mientras levanto la cabeza y me alejo con determinación.
Pero mi salida no me produce ninguna satisfacción. Quizá nuestro juego haya llegado a su fin, pero tampoco quiero que la relación con Damien termine.
Pienso en la cama y en mi miedo a que fuera un mal augurio. En Giselle y Bruce, y en la confianza que se ha roto como un espejo en mil pedazos. Pienso en los secretos que guarda y en las profundidades de ese hombre que todavía sigue siendo un misterio para mí.
Todo eso me obsesiona. Y sí, estoy preocupada.
No por los fantasmas de su pasado, sino por la posibilidad de que no tengamos futuro.