10

—Vete —le dice Damien a Ollie con el tono más frío e imperativo que he escuchado en mi vida.

Veo cómo mi amigo abre la boca como si se dispusiera a discutir, pero le miro a los ojos y niego con la cabeza. Frunce el ceño y mira a Damien con tal desdén que se me hace un nudo en el estómago. Damien ni se da cuenta. No le presta demasiada atención a Ollie y no aparta los ojos de mi cara.

—Damien —empiezo.

—No —dice.

Tira de mí con fuerza y me rodea con los brazos. Prácticamente tiembla de ira y yo aprieto mi mejilla contra su pecho, agradecida por tener este breve aplazamiento antes de que se desate la tormenta.

La música sigue sonando a todo volumen y los graves vibran con tanta intensidad que el suelo palpita bajo nuestros pies. Imagino que debemos parecer ridículos, cogidos el uno al otro como si estuviéramos bailando una lenta, pero no me importa. De repente, para mi sorpresa, la música cambia para adaptarse a nuestra pose. Llevada por la curiosidad, alzo la mirada y veo que una pequeña multitud se arremolina a nuestro alrededor. Damien Stark es, al menos, igual de famoso que Garreth Todd y le hemos robado toda la atención.

Solo se me ocurre que el DJ se encuentre entre los que nos observan y que por eso haya decidido adaptar la música a la situación.

Dado que nos limitamos a balancearnos abrazados, el interés desaparece deprisa. La gente se va o se une a nosotros en la pista de baile, y yo empiezo a sentirme menos como un pez en una pecera. Un pez castigado, a punto de recibir una regañina.

Me abraza durante una canción y después otra, y aunque me encantaría pasar el resto de mi vida entre sus brazos, he llegado a ese punto en el que ya no puedo soportar el suspense.

—Di algo —suplico.

Guarda silencio y siento un escalofrío. Estoy a punto de volver a implorar cuando por fin habla con tal suavidad y delicadeza que tengo que esforzarme para oírle e, incluso así, me cuesta entender sus palabras.

—Lo siento.

—Que… ¿Qué? —digo dando un paso atrás para poder mirarlo a la cara, porque estoy segura de que no le he oído bien.

—Lo siento —repite.

Hemos dejado de balancearnos y ahora estamos parados en mitad de la pista.

—¿Se trata de algún tipo de psicología inversa? Porque te conozco muy bien, Damien Stark, y no era precisamente arrepentimiento lo que he visto en tus ojos cuando te abrías paso entre la multitud, sino más bien la escalofriante furia de un megalómano. Además —añado con una pequeña mueca—, yo soy la que lo siente.

La expresión de Damien no cambia, pero durante un breve segundo creo ver un destello de risa.

—Para empezar —dice—, yo no me he abierto paso entre la gente, simplemente andaba con bastante tranquilidad dadas las circunstancias.

Trago saliva. Sabía que estaba cabreado.

—Segundo —continúa—, creo que un megalómano es alguien que sufre delirios de grandeza y, créeme —replica, y esta vez sí que estoy segura de ver alegría en sus ojos—, yo sé perfectamente hasta dónde llega mi poder. Y por último, quizá tengas motivos para querer disculparte, pero yo tengo más.

—Yo… Oh.

No sé qué decir. Esta conversación no está yendo como esperaba, pero tiene razón: tengo motivos para querer disculparme.

—Debería haberte dicho que Jamie y yo íbamos a salir con Ollie.

—Entonces ¿lo sabías cuando hablamos?

—No. Raine llamó después y le dijo a Jamie lo de la fiesta. Y entonces llamó Ollie y se unió a nosotras. De hecho, cogí el teléfono para llamarte, pero no lo hice —digo encogiéndome de hombros.

—Porque sabías que me enfadaría.

Asiento con la cabeza.

—Y es por eso por lo que quiero disculparme.

—Pues ya tenemos algo en común.

Observo su rostro en silencio, esperando una explicación.

—No quiero ser el estúpido que te mantiene alejado de tus amigos —explica—. No quiero que creas que tienes que ocultarme las cosas para poder verlos. Y lo siento porque sé que te has sentido exactamente así.

La Nikki educada no está de acuerdo, pero lo que está diciendo es la pura verdad. Lentamente, vuelvo a asentir.

—No voy a impedir que veas a tus amigos, Nikki, pero, maldita sea, no me gusta ese cabrón.

No es ninguna novedad, pero, con todo, necesito algo de tiempo para pensar una respuesta.

—Ya lo sé —admito—. No se ha ganado exactamente tu confianza, pero lo conozco desde hace años y es uno de mis mejores amigos.

—Te ha visto desnuda, Nikki. Ha tocado tus cicatrices.

No soy capaz de reaccionar. Seguramente no es el caso, pero…

—¿Estás celoso?

La posibilidad me conmociona. Ya le había dicho a Damien que Ollie y yo jamás nos habíamos acostado. Nuestra relación nunca había sido de ese tipo.

—Diablos, sí, estoy celoso. Estoy celoso de todo el que te consuela, de todo el que te toma entre sus brazos y hace que el dolor desaparezca.

—Ni siquiera te conocía en esa época —susurro.

—Y estoy celoso de todo el tiempo que él ha pasado contigo y yo no.

—No estás siendo justo.

—No estoy siendo justo en absoluto. Pero eso no cambia los hechos. No sois solo amigos. Hace tiempo que no lo sois. Al menos desde que te ayudó a superar el infierno que viviste con el idiota de Kurt.

Cierro los ojos recordando al chico que me hizo tanto daño que necesité que Ollie me ayudara a superarlo.

—Ollie está enamorado de ti, Nikki. Es lo único por lo que lo respeto —explica Damien—. Tiene muy buen gusto para las mujeres.

No quiero oírlo. Ollie ha sido siempre solo un amigo muy cercano, al menos hasta hace poco. No me gusta cómo están cambiando las cosas y no quiero creer a Damien.

Y, sobre todo, no quiero darme cuenta de repente que he sido tonta y ciega.

Pienso en Courtney y me siento fatal.

—Está prometido, Damien —protesto, pero mis argumentos son débiles y no puedo quitarme a Jamie de la cabeza. La fidelidad no es uno de los puntos fuertes de Ollie.

—Ya lo sé —dice Damien—. Quizá quiera a su prometida, pero también te quiere a ti. Y uno de estos días va a provocar un problema serio entre nosotros dos.

Consigo esbozar una débil sonrisa.

—No te pongas en plan salvaje oeste conmigo. Aunque, con todo tu dinero, supongo que sería más el rancho Stark que O.K. Corral y un duelo más que un tiroteo. Pero ten cuidado, Damien, Ollie creció en Texas. Tiene buena puntería.

—Yo soy mejor —asegura Damien sin alterarse.

—Me alegro mucho de que estés aquí.

—Yo también me alegro. Ha sido un día duro.

Hago un gesto de dolor al recordar a los paparazzi apostados en la puerta de la oficina y esas estupideces sobre espionaje industrial.

—Lo siento.

Me acaricia la mejilla.

—No —replica—. Tú no. Pero hay cosas… —suspira y me sorprende la exasperación que noto—. Los tapices que he ido tejiendo a lo largo de los años están empezando a deshilacharse. No me gusta cuando las cosas no van como esperaba o como había planeado —dice esbozando una tímida sonrisa—. Quizá no te hayas dado cuenta, pero me siento más cómodo cuando soy yo el que tiene el control.

—Estoy estupefacta, señor Stark. Realmente estupefacta.

Ignora mi sarcasmo y, cuando habla, su voz suena serena y neutra.

—De hecho, supongo que tú misma entras dentro de esos parámetros. Quería que estuvieras en casa. Dijiste que no. No me gustó.

Me acerco a él y rodeo su cintura con mis manos.

—Si tanto te molesta, supongo que podrías atarme y tenerme siempre a tu lado.

Puedo sentir cómo su cuerpo se aprieta contra el mío y me alegra estar aferrada a él. Me fallan las rodillas. Qué fácil es dejarse llevar por la pasión con Damien. Incluso cuando discutimos, nunca estamos demasiado lejos del fuego y resulta realmente sencillo dejarse arrastrar por ese incendio.

Y siempre, siempre siento la necesidad de tocarlo, sentirlo, saber que es real y que es mío.

—Vaya, señorita Fairchild —dice—. Tengo la sensación de que está teniendo malos pensamientos.

—Muchos —confirmo.

—Quizá tenga que aceptar sus sugerencias —comenta.

Tira de la punta de mi pañuelo rosa. Siento el suave tacto del tejido mientras recorre mi piel.

—Atarte —precisa, rodeando una muñeca con un extremo del pañuelo—. Tenerte a mi lado.

Da un tirón fuerte y rápido del pañuelo, y tropiezo con él. Me sujeta para que no me caiga y se inclina para que sus labios queden a la altura de mi oreja.

—Pero primero, creo que tienes que ser severamente castigada.

Inclino la cabeza para que pueda ver mis ojos.

—Preferiría ser severamente follada.

Gime y sé que he ganado el asalto.

—Oh, Dios, Nikki. ¡Qué me haces!

—No —replico, excitada—. Qué me vas a hacer tú a mí. Y por favor, Damien, házmelo ya.

—Nos vamos —dice, y yo solo puedo asentir con la cabeza.

—¿Dónde? —pregunto mientras subimos al ascensor.

Con nosotros hay otras dos parejas y solo se rozan las puntas de nuestros dedos, pero resulta tan íntimo, que me siento desnuda delante de ellos.

—Al apartamento —responde con brusquedad.

«Gracias a Dios». Si hubiera querido volver a la casa de Malibú, me habría vuelto loca. Pero incluso así, no estoy muy segura de poder aguantar el par de manzanas que nos separan de allí.

Entonces se abren las puertas del ascensor y, en cuanto nuestros acompañantes salen, nos vemos abordados por los flashes de las cámaras, la presión de los micrófonos y las preguntas simultáneas de una docena de voces inquisitorias.

Me aferro a la mano de Damien y me pego a él.

—¡Señor Stark!

—¡Damien!

—¡Nikki, aquí!

—¿Qué puedes decirnos sobre tu negativa a hablar en la inauguración del Richter Tennis Center?

—¿Puede explicarnos su decisión, señor Stark?

Me agarro con fuerza a Damien y mantengo la cabeza gacha mientras avanzamos deprisa hacia la calle. Al principio, supongo que se trata de los mismos reporteros y paparazzi que habían estado rondando por aquí cuando llegamos, pero entonces veo que, además de los reporteros de la TMZ y E!, hay furgonetas de la CNN e, incluso, del Wall Street Journal.

Según parece, alguien se había percatado de la llegada de Damien y la noticia había corrido como la pólvora.

Aprieto aún más la mano de Damien con la esperanza de que tenga algún coche cerca. Puede que solo estemos a una manzana del apartamento, pero no quiero que estos buitres nos sigan.

—¿Qué hay detrás de los rumores que corren por Alemania, señor Stark? —dice una voz y la mano de Damien aprieta más la mía mientras me lleva con firmeza y en silencio hacia el puesto del aparcacoches.

—Nikki, ¿Damien Stark ya está fuera de la lista de los solteros más cotizados?

—¡Damien! ¿Cómo crees que puede afectar esa posible imputación en Alemania a sus empresas en la Unión Europea?

La cabeza me da vueltas. ¿Una imputación? Intento no mirar a Damien, así que decido mirar hacia delante con mi máscara de indiferencia. No pienso dejar bajo ningún concepto que estos buitres sepan que no tengo ni idea de lo que están hablando. ¿Está Stark International en algún tipo de atolladero legal? ¿Es a eso a lo que se refería con lo del tapiz que se está deshilachando?

—¡Nikki! ¡Señor Stark! ¡Alemania! ¡Imputación!

Las voces se mezclan formando una horrible cacofonía.

—¡Richter! ¡Inauguración! ¡Damien! ¡Damien! ¡Damien!

Supongo que Damien ha llamado a Edward sin que yo me diera cuenta porque la limusina se detiene lentamente frente al puesto del aparcacoches y Edward sale.

—No —dice Damien—. Yo me encargo.

Cuando Edward vuelve a colocarse al volante, Damien tira de mí y abre la puerta de atrás utilizando su cuerpo como escudo para protegerme de la tormenta de flashes y preguntas.

Estoy a punto de entrar en el coche cuando Damien me suelta la mano, se gira y se enfrenta a la muchedumbre. Se hace el silencio. Teniendo en cuenta la estricta política de Damien de no dar declaraciones, creo que los paparazzi están tan sorprendidos como yo.

—No voy a ir a la ceremonia de inauguración del Richter Tennis Center —dice Damien con la voz clara y firme que utiliza durante las reuniones de negocios—. Aunque respaldo incondicionalmente la construcción y puesta en marcha del club, no puedo apoyar en conciencia que se homenajee a un hombre al que no respeto. En cuanto al resto de las preguntas, ni la señorita Fairchild ni yo tenemos nada que decir al respecto.

Acto seguido, el aire se llena de voces entremezcladas, unas más fuertes que otras, pero, en cualquier caso, imposibles de discernir. Están gritando preguntas complementarias, solicitando a Damien que se gire para la foto, pidiéndome que me aparte de la limusina. Damien no les hace caso y me mira. Entonces me doy cuenta de que sigo paralizada, dudando entre quedarme de pie y entrar en la limusina.

Y, entonces, otra voz surge por encima del ruido, esta vez desde el otro lado de la calle.

—¡Damien Jeremiah Stark!

Miro a Damien, pero su expresión impertérrita no revela nada. Me incorporo y miro por encima del techo de la limusina. Los reporteros han cambiado el objetivo de sus cámaras y ahora sus focos se dirigen a un hombre mayor que cruza Flower Street.

—Entra en el coche —me ordena Damien.

—¡Tenemos que hablar! —grita el hombre.

Me quedo quieta.

—Entra —me ruega Damien, esta vez en un tono mucho más amable.

Obedezco, pero sigo observando al hombre a través de la ventanilla más alejada y, luego, vuelvo a mirar a Damien.

—¿Quién es ese? —pregunto.

Me mira a los ojos con la mandíbula en tensión y una expresión dura.

—Mi padre.