En aquel mismo instante se formó una pequeña lágrima en los ojos de Eva Lind, acostada inmóvil en la penumbra de la UCI. Creció y se convirtió en una gran gota que se fue deslizando lentamente por la comisura y descendiendo por el rostro hasta llegar a la mascarilla de oxígeno y los labios.
Unos minutos más tarde, abrió los ojos.