22

Me quedo con los escalpelos de Sofia y, cada vez que Damien me llama, aprieto la mano contra el mango cilíndrico del más grande para recordarme que no debo responder. Me digo una y otra vez que no puedo devolverle la llamada por mucho que anhele oír su voz y sentir su tacto. Y entonces, en el silencio que sigue al sonido del teléfono, me quedo mirando la resplandeciente cuchilla y me pregunto por qué no lo hago. Por qué no uso esa cuchilla para dejar salir toda esta mierda, vil y violenta, que me corroe por dentro.

Pero lucho por sobreponerme. Y no me permito cortarme.

Pero ya no sé por qué lucho y temo desesperadamente que la voluntad me abandone un día y yo acerque la cuchilla a mi piel, sienta la resistencia de la carne blanda y finalmente sucumba al placer y al dolor. Creo que acabaré volviendo a todo eso porque no hay otra forma de vivir sin Damien.

Ya hace una semana que no paso por mi oficina. Al principio, Damien me llamaba cinco veces al día. Más tarde las llamadas se redujeron a cuatro diarias y luego a tres. Ahora ya no me llama nunca, y la atracción de la cuchilla es todavía más potente.

Sé que Jamie y Ollie están preocupados por mí. No es que haya hecho ningún esfuerzo intelectual para descubrirlo, pues los dos me lo han dicho a la cara.

—Tienes que salir —me dice Jamie una tarde.

Estoy en la cama contemplando distraída los recortes de periódico y los recuerdos con que me proponía llenar un álbum para Damien.

—Aunque solo sea hasta la esquina. A tomar una copa —añade.

Niego con la cabeza.

—Maldita sea, Nicholas, estoy preocupada por ti.

Levanto la cabeza para mirarla y veo mi reflejo en el espejo que hay detrás de ella. Tengo la cara gris y luzco ojeras. Llevo el pelo sucio y despeinado. No me reconozco a mí misma.

—Yo también estoy preocupada por mí —digo.

—Dios, Nik.

Percibo miedo en su voz, y viene a sentarse a mi lado en la cama.

—Me estás asustando. No sé qué hacer. Dime qué necesitas —añade.

Pero no puedo decírselo, porque lo único que necesito no puedo tenerlo.

Lo que necesito es a Damien.

—Hiciste lo correcto —me dice con delicadeza.

A ella y a Ollie les he contado la verdad sobre lo que hice y por qué lo hice. No podía guardar el secreto por más tiempo. No le he dicho a Evelyn que hemos roto, pero, de todas formas, suele oír las noticias. No he contestado a sus llamadas; me preocupa demasiado lo que podría decirme.

—Pero, Nik —continúa Jamie—, ya es hora de que empieces a superarlo.

—Solo necesito tiempo —consigo decir—. El tiempo lo cura todo, ¿no?

—No lo sé —susurra—. Eso creía yo, pero ahora ya no lo tengo tan claro.

Ya no sé cuántos días han pasado desde que Ollie apareció en mi habitación con cara compungida.

—Venga —dice, y me coge del brazo y tira de mí para ponerme en pie.

—Qué cojones…

—Nos vamos a dar una vuelta.

—No —digo zafándome de él.

—Maldita sea, sí.

Coge una gorra de béisbol de la estantería del armario, me la pone y me empuja hacia la puerta.

—A la tienda de la esquina. A por un helado. Y te arrastraré hasta allí si hace falta.

Ahora estoy de pie y asiento con la cabeza. No quiero salir al mundo exterior, pero tampoco me quedan fuerzas para luchar. Y salir quizá me ayude, aunque, sinceramente, no lo creo.

—La has cagado, Nikki —dice cuando llegamos a la acera.

No lo miro. No quiero oírlo. Sé que he hecho lo correcto; lo tengo tan claro como que ahora el sol brilla sobre nuestras cabezas. Esa verdad es lo único que me ayuda a sobrevivir.

—Le he visto, ¿sabes?

Esas palabras aguzan mi atención.

—Ayer fui con Maynard al apartamento. Últimamente Damien no aparece en las reuniones y el trabajo se está acumulando. La vida y los negocios siguen adelante. Pero, Nikki, Damien no sigue adelante. Está destrozado. Mierda, creo que está peor que tú.

Mantengo la cabeza agachada y sigo andando, pero cada paso me duele. Cada segundo que hago daño a Damien me duele a mí.

—No quiero oírlo —susurro.

—Habla con él. Ve a verle. Joder, Nikki, lucha por él.

Me detengo. Me vuelvo. Ahora noto que la ira acalla el dolor.

—Maldita sea, Ollie, ¿no lo entiendes? Me cuesta mucho. Todos los días lucho a brazo partido para no volver corriendo con él. Porque le quiero. Y porque le quiero, no puedo verlo hecho añicos. Tú viste cómo se puso en Alemania cuando se enteró de que unas cuantas personas habían visto las fotografías. Si esas fotos salen a la luz, lo destrozarán.

—Pero, Nik —dice con tristeza—, ya está destrozado.

A la mañana siguiente cojo el teléfono. Las palabras de Ollie me han dado que pensar. Llevo demasiado tiempo con un negro nubarrón encima de la cabeza y la atracción de la cuchilla es cada vez más grande.

No puedo soportarlo más.

—Stark International.

Es la voz de Sylvia, clara y fuerte.

—Yo… oh… debo de haberme equivocado de número. Creía haber llamado al móvil de Damien.

—Señorita Fairchild —dice con una voz que parece haber perdido su tono profesional; ahora suena amable, incluso triste—. Ha desviado las llamadas del móvil a la oficina.

—Oh. ¿Dónde está? Llamaré a la casa, al apartamento o a donde sea directamente.

Ahora que por fin he reunido el valor, estoy decidida a hablar con él. No sé muy bien qué le diré (de hecho todavía no lo he pensado), solo sé que necesito hablar con él. Que necesito escuchar su voz.

—Lo siento, señorita Fairchild, pero no sé dónde está. Se fue ayer. No ha dejado ningún número ni dirección. Dijo que se iba del país, que necesitaba tiempo.

Cierro los ojos y me hundo en la cama.

—Ya veo. Si… si hablas con él, ¿podrías decirle que me llame?

—Lo haré —dice—. Será la primera cosa que le diga.

En las semanas siguientes, me convierto en una adicta a los cotilleos. Visito páginas web, Twitter, Facebook y cualquier sitio donde pueda encontrar información sobre Damien. Pero es en vano. Solo en la prensa leo artículos que especulan sobre la causa de nuestra ruptura.

Tampoco sé nada de Sofia, así que ignoro si Damien la localizó e hizo que volviera a Londres o si todavía sigue en Los Ángeles. Conozco a Damien y sé que no están juntos. Pero me preocupa cómo puede reaccionar Sofia cuando la frustración por no conseguir a Damien alcance su punto crítico.

Cuando llega el sábado, Jamie está decidida a sacarme de la depresión.

—Palomitas y Arsénico por compasión —dice señalando de manera autoritaria el sofá—. Yo preparo las palomitas mientras tú vas poniendo la peli.

No discuto. Enciendo la televisión y rebusco en el cesto de los DVD mientras dan las noticias. Estoy a punto de meter el disco cuando me quedo helada.

La cara de Damien aparece a pantalla completa, junto con borrosas copias de las horribles fotos que ya conozco. Sin darme cuenta me llevo la mano a la boca y por un momento temo ponerme a vomitar. Me levanto, camino de un lado para otro y vuelvo a sentarme. Tengo que hacer algo, lo que sea, pero no sé qué.

—Oh, Dios mío.

Las palabras provienen de Jamie, que acaba de entrar en la habitación.

Me doy la vuelta y veo su mirada.

—No puedo creerlo —digo—. No puedo creer que esa zorra enviara las fotos a la prensa de todas formas.

—Damien debe de estar fatal.

Asiento con la cabeza y cojo el teléfono.

—Creía que no estaba aquí —dice Jamie.

No le hago caso, y cruzo los dedos mientras rezo para que no tenga desviadas las llamadas.

Pero es la señorita Peters, la ayudante de fin de semana de Damien, la que responde al teléfono.

—Lo siento, señorita Fairchild. Hace semanas que no sabemos nada de él.

—Pero las noticias… ¿Está en la ciudad?

—No lo sé. Ojalá lo supiera —dice con voz suave.

—¿Qué más puedes hacer? —pregunta Jamie en cuanto cuelgo el teléfono.

—No lo sé, no lo sé.

Doy vueltas por la sala mientras me devano los sesos intentando imaginar dónde habrá ido Damien. Tengo que encontrarle. Me figuro que estará hecho trizas y no puedo soportar la idea de no encontrarme a su lado para ayudarle.

Y de pronto caigo. Cojo mi teléfono y me vuelvo hacia Jamie.

—Ya está —digo—. Ya sé cómo encontrarlo.

El problema con la aplicación de seguimiento vía telefónica es que no acota el área a un punto remotamente útil, de ahí que esté dando vueltas a ciegas por los alrededores del muelle de Santa Mónica. Por un lado me siento sumamente agradecida de que haya vuelto a Los Ángeles, pero por otro me frustra mucho no dar con él.

Pienso que quizá esté en la noria, ya que una vez me llevó allí, pero cuando llego no hay ni rastro de Damien. Deambulo hasta el final del muelle, miro en todas las tiendecitas y echo un vistazo a todas las atracciones.

Nada.

Defraudada, me quito las chanclas y empiezo a andar por la playa, pero, tras quince minutos, sigo sin encontrarlo. Atravieso la playa en dirección al aparcamiento. No hay mucha gente y el aparcamiento se estrecha, así que tengo buena visión; busco los andares de Damien, su porte, su pelo negro.

No lo veo.

Pero descubro su jeep.

O al menos eso creo, y mientras rezo en silencio, echo a correr por el aparcamiento hasta el Grand Cherokee negro estacionado en una esquina recóndita. Pego la cara a la ventanilla para ver el interior y el corazón me da un vuelco. Es el de Damien; su teléfono está a la derecha de la guantera.

Ahora solo me queda sentarme y esperar.

Pasa una hora hasta que aparece. Lo veo llegar de la playa, realmente sexy con sus vaqueros desteñidos y una camiseta blanca lisa. Sé que me ha visto. Vacila y luego se para. No puedo ver sus ojos en la oscuridad y desde tan lejos, pero sé que me está mirando. Sigue andando hacia mí, con el mismo paso largo, solo que esta vez un poco más rápido, como si de pronto tuviera prisa.

Atraviesa el círculo de luz de una de las farolas del aparcamiento. Su cara refleja cansancio y algo más. Algo más duro.

Me levanto. Estoy a punto de salir corriendo hacia él, pero me contengo porque quiero observarlo. He echado de menos sus andares. En realidad he añorado todo lo que tiene que ver con él.

Y ahora está aquí, ante mí; veo las líneas y los ángulos pronunciados de su rostro, el ojo negro oscuro y acusador, el ámbar, inexpresivo. De repente, me inquieto y noto que se me entrecorta la respiración. Se me acelera el corazón, y cuando me coge de los brazos bruscamente y me atrae hacia él, grito. Me besa mientras me aprieta los brazos hasta hacerme daño. El beso es violento, duro. Exige, y también acusa. Me hace daño en los labios, nuestros dientes chocan y saboreo la sangre. Y entonces me empuja con tanta fuerza que mi espalda golpea contra el jeep.

—Me dejaste —dice—. Maldita sea, Nikki, me dejaste.

Las lágrimas recorren mis mejillas y abro la boca para disculparme, para decirle que debía hacerlo, que no tenía elección, pero vuelve a atraerme hacia él, solo que esta vez el beso es suave y su boca rebosa deseo, y me consume, y me saborea, como si no acabara de entender que soy real.

—Nikki —dice cuando pone fin al beso—. Nikki, oh, Dios mío, Nikki.

Le cojo del pelo y vuelvo a besarlo. No he tenido suficiente. Me recorre el cuerpo con las manos y su boca se abre a mí. Mi lengua se bate con la suya. Nunca me cansaría de él y cuanto quiero ahora es esta unión. Quiero dejarme caer en el suelo de asfalto y desnudarlo aquí mismo, y en este preciso momento; no sé cómo he podido sobrevivir sin él.

Y entonces me doy cuenta: no he sobrevivido. Me he arrastrado por la vida, no la he vivido. Porque ¿cómo puedo vivir sin Damien?

—Lo siento —digo—. Siento mucho haberte hecho daño. No puedo creer que te haya dejado. Pero ella dijo que si no rompía contigo…

Me muerdo la lengua. No tenía intención de contárselo.

—Lo sé —dice inexpresivamente—. Ollie me lo dijo. Y me contó por qué lo hiciste.

No sé si quiero pegar o besar a Ollie, pero el dilema se desvanece bajo el tacto de Damien. Me acaricia la mejilla con una mano y su tacto, tan familiar, despierta todas mis terminaciones nerviosas.

—Eres muy, pero que muy tonta, Nikki Fairchild. Y te quiero con toda mi alma.

Me trago las lágrimas y me aferro a él con más fuerza mientras saboreo su proximidad y la forma en que me hace sentir.

Me pasa la mano por la espalda, por encima de mis bermudas raídas y de la parte trasera de mis muslos. Gimo deseando más intimidad.

—Quizá deberíamos entrar en el coche.

Lo abre y entramos. Los asientos de atrás están reclinados y hay un colchón encima. Miro a Damien, divertida.

—Nada de comodidades, ¿eh?

—No quería lujos. Últimamente he dormido en moteles y en el coche. He viajado por toda Europa, pero no me preguntes qué he visto.

Trago saliva. Ollie tenía razón. Damien ha sufrido tanto como yo.

—Hoy pensaba ir al desierto. Quería dormir bajo las estrellas. Creía que me ayudaría.

Apunta al techo. No sé si venía con el coche normal o es un extra para multimillonarios, pero hay un enorme techo solar en la parte trasera del jeep.

—No, no te habría ayudado —digo.

Lo sé por propia experiencia. En mi caso solo Damien podía ayudarme.

—No —dice—. Tienes razón.

Me recorre con la mirada y me toca, vacilante.

—Dios mío, Nikki. ¿Eres real?

Solo puedo asentir con la cabeza porque si hablo voy a echarme a llorar.

—Gracias a Dios que me has encontrado.

Me atrae para que me coloque a su lado. Me siento como si hubiera vuelto al instituto y tengo que admitir que me gusta.

—Llevo horas buscándote —digo por fin—. Desde que vi las noticias. ¿Estás bien?

Le acaricio el rostro esperando notar la piel fría y húmeda que tenía en Alemania. Pero el Damien que tengo ante mí parece tan guapo y sano como siempre, por no hablar de su estado de ánimo.

—Ahora sí —dice.

—No sé por qué Sofia ha publicado las fotos.

—No ha sido ella —dice Damien—. He sido yo.

Me siento y lo miro boquiabierta.

—¿Tú? Pero… ¿por qué?

—Porque no tenía otra opción.

Vuelve a tumbarme y se me acerca. Entrelaza sus piernas con las mías y me rodea la cintura con el brazo. Me acurruco junto a él y presiono mi mejilla contra su pecho.

—Me moría sin ti, y cuando Ollie me contó la decisión que habías tomado supe que no me quedaba otra alternativa.

—Pero ¿cómo pudiste sacar a la luz las fotos…? Si precisamente era lo que más te aterraba. Primero no querías testificar para que no se supiera lo del abuso. Me dijiste que preferías ir a la cárcel a que se publicaran.

—Sí, lo prefería —dice—. Pero soy un hijo de puta arrogante y en realidad nunca pensé que el tribunal llegaría a condenarme. Y no sé, creí que si veías las fotos te perdería.

Me acaricia la barbilla con el pulgar.

—Pero te perdí de todas formas, Nikki, y tenía que tomar una decisión. Y la verdad es que después de todo estoy bastante bien. No diría que el hecho de que tu vida privada salga en los editoriales y los programas de televisión sea maravilloso, pero sigo vivo. Y esa fue mi elección. No se trató de una decisión impuesta por unos abogados que pretenden construir una línea de defensa, sino una decisión real y honesta en la que sopesé lo que tengo y lo que temo frente a lo que quiero.

Agito la cabeza porque no le sigo.

—Lo que pretendo decir es que solo hay una cosa que podía hacerme más daño que esas fotos, y que, de hecho, me destrozó: perderte a ti. Así que hice balance entre mi desdichado pasado y la promesa de un futuro —dice, y me besa suavemente en los labios—. Y el futuro ganó.

Esbozo una sonrisa bañada en lágrimas.

—Siento lo que dije. Sobre los secretos y las sombras. Necesitaba que creyeras que estaba decidida a romper contigo.

—Tenías razón —dice.

—No del todo. No tenemos que hablar de eso. Sé muy bien que tus secretos no van a empezar a salir a la luz solo porque yo ganara esa discusión.

Sonríe levemente.

—Posiblemente tienes razón.

Me mira a los ojos y esboza una leve sonrisa.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Es que estoy contento de que me hayas encontrado —dice, frunciendo el ceño—. ¿Cómo lo has conseguido?

Me permito una sonrisa petulante.

—Cariño, yo siempre te encontraré.

—Me alegra mucho oírlo —dice.

Sus dedos recorren mi brazo desnudo; llevo una camiseta sin mangas salpicada de pintura. Estaba tan impaciente por encontrar a Damien que ni me molesté en cambiarme de ropa, pero al menos ayer me di una ducha, así que no huelo mal. Su mano va subiendo y rodea uno de mis pechos, roza con el pulgar mi pezón y da pequeños tirones; las descargas eléctricas sacuden mi estómago y llegan hasta mi sexo.

Como si tuviera curiosidad por el efecto que causa sobre mí, Damien baja la mano, dejando el pecho al aire por encima de la camiseta, y alcanza el cordón de mis pantalones cortos.

—Quiero saber todo lo que has hecho estas semanas que hemos estado separados. No quiero sentir que hemos perdido ni un segundo de nuestra vida juntos. Pero, Nikki, la verdad es que ahora no es eso lo que me preocupa. Lo que quiero es tenerte desnuda, mojada y expuesta ante mí.

Nuestras miradas se cruzan, espero un poco y me quito la camiseta. Tiene el sujetador incorporado, así que ahora estoy desnuda de cintura para arriba.

—Podrías encargarte del resto tú mismo —digo, poniendo mi mano sobre la suya y guiando nuestros dedos entrelazados hasta mis pantalones.

No llevo ropa interior y arqueo la espalda de placer cuando sus dedos acarician mi clítoris y luego entran en mi coño.

—Creo que me desea, señorita Fairchild.

—Desesperadamente —digo, mientras me quito los pantalones del todo.

Me tumbo boca arriba, desnuda, mientras él se inclina sobre mí.

—Déjate la camiseta puesta —le digo mientras mis dedos desabrochan su bragueta—. Pareces un rebelde sexy.

Se echa a reír.

—Lo soy. Pensé que lo sabías.

Se quita los vaqueros, me besa suavemente en los labios y, a continuación, me muerde el labio inferior y tira un poco de él; luego desliza la boca por mi cuello y mi pecho para acabar chupándome el pezón. Se lo mete en la boca, juega un poco con la lengua y al mismo tiempo desliza la mano entre mis piernas para jugar con mi clítoris.

—He echado de menos tu sabor —murmura—. He echado de menos sentirte en mis dedos. La agitación de tu piel cuando estás excitada. Quiero ver cómo te corres. Quiero atarte y azotar tu trasero para que tengas claro que eres mía y que más te vale que no vuelvas a dejarme. Pero ahora, cariño, solo deseo estar dentro de ti.

Me sienta a horcajadas sobre él y noto cómo la punta de su miembro presiona contra mi sexo y, en respuesta, veo cómo el placer nubla sus ojos.

—Te voy a follar ahora mismo, Nikki —gruñe con una voz suave y firme a la vez—. Duro y hasta el fondo.

—Sí —digo—. Oh, sí, por favor.

Separo las piernas y estoy tan mojada, tan desesperadamente abierta para él, que me penetra totalmente de un solo empujón. Pongo mis manos en el trasero de Damien y siento su culo prieto y sus fuertes músculos palpitando dentro de mí, con más fuerza cada vez hasta que me convierto en una masa de sensaciones. Hasta que lo único que deseo es poner rumbo al espacio y llevarme a Damien conmigo.

El orgasmo me llega por sorpresa, y crece tan deprisa y con tal fuerza que rompo a gritar como una loca. Siento cómo mi cuerpo se agarra al suyo, y a continuación noto la dulce tensión y la presión de su propia liberación antes de caer agotado junto a mí.

—Te quiero —susurra.

—Lo sé —respondo.

Miro el interior del jeep y no puedo evitar sonreír. Me apoyo sobre el codo para poder mirar su precioso rostro y sus ojos adormilados de después de follar.

—¿Cuántos millones tiene usted, señor Stark? Y estamos liándonos en la parte de atrás de un jeep. ¡Qué poco adecuado!

Esboza su sonrisa sexy que parece diseñada para ponerme cachonda.

—Qué me importan mis millones, señorita Fairchild. Solo me importas tú.